Hace seis décadas, el diplomático estadounidense George Kennan escribió un artículo, “Los orígenes de la conducta soviética”, que galvanizó la opinión norteamericana y mundial, que pronto se endureció hasta adoptar las posturas rígidas de la Guerra Fría. Hoy, dada la decisiva influencia de China en la economía global, y su creciente capacidad para proyectar poder militar, entender los orígenes de la conducta china se ha convertido en una cuestión central en las relaciones internacionales. De hecho, un mejor entendimiento de las motivaciones en materia de política exterior de China puede ayudar a impedir que las relaciones entre China y Estados Unidos se endurezcan al punto de convertirse en posturas rígidas y antagónicas.
Desde 2008, las discusiones entre los académicos y los estrategas chinos sobre la naturaleza de la política exterior de su país se han centrado en dos cuestiones: sus cimientos ideológicos, y el atractivo y el prestigio internacional de China –su “poder blando”.
El pensamiento dominante, conocido como la Escuela China, insiste, junto con el gobierno, en el “marxismo con características chinas” como el principio base de la política exterior de China. Pero una escuela minoritaria sostiene que China debería, más bien, basarse en el pensamiento político tradicional del país, haciendo hincapié en el valor universal de la filosofía tradicional china. Mientras el People´s Daily, el periódico oficial del Partido Comunista chino, permanentemente ataca esa postura, el Partido mismo ha estado rehabilitando a Confucio, la figura central en el pensamiento tradicional chino, llegando al punto de erigirle una estatua en la Plaza Tiananmen.
La Escuela China insiste en adherir a la doctrina de Deng Xiaoping de mantener un perfil bajo en la diplomacia internacional, mientras que el grupo tradicionalista está a favor de asumir una mayor responsabilidad internacional. La escuela dominante define a China como un país en desarrollo, señalando el PBI per capita de China, que ocupa el puesto número 104 en el mundo. Los tradicionalistas sostienen que China debería asumir una responsabilidad frente a los asuntos mundiales que sea coherente con su estatus como la segunda mayor economía del mundo, detrás de Estados Unidos.
Hoy, el impacto de la Escuela China parece estar limitado principalmente a las declaraciones oficiales, mientras que los tradicionalistas gradualmente ganan influencia en materia de políticas. Por ejemplo, el gobierno chino reiteró su principio diplomático básico de no intervención en los asuntos de otros países durante la crisis de Libia; sin embargo, China aceptó la imposición de sanciones por parte de las Naciones Unidas al gobierno de Muammar Gaddafi.
Es más, China envió un barro de guerra y cuatro aviones militares al Mediterráneo para ayudar a evacuar a 35.860 ciudadanos chinos y otros 2.100 de Libia. Esa medida, la primera proyección de poder naval chino hasta el momento desde el país, es coherente con el confucianismo, que considera la moralidad como la principal prioridad en materia de creación de políticas, más que con el marxismo, según el cual los intereses económicos por sí solos impulsan la política exterior.
Los primeros pensadores confucianos escribían en un mundo de países pequeños que competían despiadadamente por una ventaja territorial. Para ellos, la clave para el poder internacional era el poder político, y el atributo central del poder político era un liderazgo moralmente informado. Los gobernantes, creían, debían actuar de acuerdo con las normas morales siempre que fuera posible. Y la esfera de preocupación para cualquier gobernante humano debería ser todo el mundo, no sólo la gente de un estado.
En consecuencia, pensadores como Mencio, el principal heredero intelectual de Confucio, sostenían que las autoridades humanas deberían castigar a los gobernantes inmorales en otros estados que tiranizan a su pueblo. Los gobernantes que se basan principalmente en el poder militar o económico divorciado de la moralidad, sostenía, no pueden alcanzar un éxito a largo plazo en la escena internacional.
Si bien China está inaugurando Institutos Confucio en todo el mundo, la filosofía política tradicional de China no suele jugar un papel decisivo en la creación de políticas. La política de China hacia Libia, que difiere significativamente de la política previa, puede o no haber estado forjada por esta filosofía; sin embargo, no podemos descartar la posibilidad de que se convierta en la corriente dominante de pensamiento en los círculos de política exterior china en el futuro cercano. De hecho, Henry Kissinger alguna vez me dijo que cree que el pensamiento tradicional chino tiene mayores posibilidades que cualquier ideología extranjera (digamos, el marxismo o el liberalismo) de convertirse en la fuerza intelectual dominante detrás de la creación de la política exterior china.
La política doméstica siempre es un factor importante que influye en la política exterior de un país. En el recientemente concluido décimo primer Congrego Nacional del Pueblo, la palabra que más se oyó en discusiones de políticas fue “felicidad”, palabra que repentinamente reemplazó a “crecimiento económico” como el mantra oficial. El cambio puede augurar futuros ajustes también en la política exterior de China, ya que “felicidad” es una palabra usada más frecuentemente en el pensamiento político tradicional chino que en la filosofía política marxista.
Según los primeros pensadores confucianos, una tarea clave para los gobernantes es luchar para mejorar la felicidad de un pueblo, que está arraigada en una manera moral de vivir. Como la pobreza era un obstáculo para el comportamiento moral, creían que su erradicación debía ser una preocupación vital para el estado. La idea de que el estado debía buscar el crecimiento económico sin consideración alguna por las preocupaciones morales era un anatema para Confucio y sus seguidores.
En febrero de 2010, en el “Festival de Primavera” –una de las celebraciones más importantes de China, marcada por reuniones familiares-, el premier chino Wen Jiabao dijo que el gobierno debía ayudar a la gente a vivir con dignidad y felicidad. En una conferencia de prensa este mes, dijo que la reforma económica no podía tener éxito sin una reforma política y que la corrupción actualmente planteaba el peor peligro para China.
Estas declaraciones sonaron nuevas a los oídos chinos, porque acentuaban la política en lugar de hacer alarde del habitual énfasis del Partido en el determinismo económico.
Hoy, resulta imposible decir qué impacto y cuánta influencia tendrá el pensamiento político tradicional chino –la preocupación tradicional por la obligación moral, la felicidad y el honor- en la política exterior de China. Pero es seguro que la influencia de las ideas tradicionales en la vida pública china está creciendo. De hecho, ninguna fuerza parece capaz de revertir esta tendencia en los próximos años.
Yan Xuetong, decano del Instituto de Relaciones Internacionales Modernas en la Universidad Tsinghua y autor de Ancient Chinese Thought, Modern Chinese Power, recientemente publicado por Princeton University Press.