Los orígenes de la Guerra Civil

La Guerra Civil fue la consecuencia del fracaso de la Segunda República como modelo de convivencia democrática. A algunos, quizá, esta afirmación les pueda parecer muy inexacta al mantener que la Guerra Civil fue provocada por la rebelión de una parte del Ejército contra el gobierno legítimo de la República. Y esto, con ser parcialmente así, no es del todo cierto, puesto que las razones profundas del drama de la confrontación civil estuvieron en el colapso de la República, la destrucción de la democracia a lo largo de la primavera de 1936 y en el proceso revolucionario abierto del sector bolchevizado del Partido Socialista liderado por Largo Caballero.

La situación que se desarrollaba en España durante la primavera y los primeros días del verano de 1936 no ha tenido precedente alguno en la historia contemporánea, comparable sólo a situaciones de gravísimas crisis después de guerras desastrosas, pero sin parangón con ninguna democracia en tiempos normales de paz. El problema fundamental fue la creciente desaparición de la legalidad constitucional ante el estallido de una «situación prerrevolucionaria», algo nunca visto en ningún país europeo en tiempos de paz desde 1848, y que así ha sido admitido por la gran mayoría de los historiadores, incluso por los más favorables a las izquierdas.

El origen de esta situación fue la alianza de los partidos obreros revolucionarios -excepto la CNT- con los republicanos de izquierda. Alianza indispensable para que las izquierdas ganaran las elecciones de 1936, puesto que su intento anterior de arrebatar el poder por la fuerza durante la huelga revolucionaria de octubre de 1934 fracasó estrepitosamente. Y con todo fue una alianza contradictoria entre revolucionarios y republicanos; partidarios los primeros del colectivismo revolucionario marxista, en tanto que los segundos lo eran de una serie de reformas profundas de izquierda.

Pero lo cierto es que la España de 1936 fue el escenario más amplio e intenso de los movimientos revolucionarios de cualquier país del mundo en ese momento. Y ello fue debido al desmoronamiento de la legalidad republicana tras el triunfo algo más que dudoso del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, que dio paso en los meses siguientes a una gran oleada de huelgas sin precedentes, muchas de ellas sin objetivos normales sino buscando dominar la propiedad privada, con frecuencia acompañadas por la violencia y la destrucción de bienes; a la ocupación ilegal de tierras y haciendas, sobre todo en las provincias del sur, a veces legalizada de facto por un gobierno débil y desconcertado, bajo la presión de los revolucionarios y a una ingente oleada de incendios y destrucción de la propiedad.

En el ámbito religioso se produjo la ocupación ilegal y violenta de iglesias y otras propiedades religiosas, principalmente en el sur y en el este, que produjo el cierre de escuelas católicas provocando una crisis en la educación y en algunos sitios la supresión de las actividades religiosas normales y la expulsión física de los sacerdotes. La economía sufrió un declive notable con el descenso de la Bolsa, la huida de capitales, y en algunas de las provincias del sur el abandono del cultivo, con lo que se empobreció aún más el campo y el mundo rural. Sobre la libertad de expresión y el derecho de reunión, se impuso una censura férrea cercenando las libertades políticas, que dieron pie a miles de detenciones políticas arbitrarias de los afiliados de partidos de derecha o liberales. El orden público se vio conculcado por la impunidad de los delitos cometidos por afiliados de los partidos del Frente Popular, con muy escasas detenciones (ocasionalmente se detenía a cenetistas, que no formaban parte del Frente Popular).

La politización de la Justicia con la instrucción de proceder arbitrariamente a detenciones políticas; la ilegalización y disolución de grupos y partidos políticos enfrentados a las izquierdas, comenzando con la Falange en marzo y con los sindicatos católicos en mayo (el próximo objetivo fijado para julio era el partido monárquico Renovación Española); la manipulación del proceso electoral, con los desórdenes del 16, 17 y 18 de febrero, seguidos de la confiscación arbitraria de mucho escaños de los partidos de derechas por la Comisión de Actas de las Cortes en marzo y la exclusión de éstos en la repetición de las elecciones de mayo en Cuenca y Granada, fueron otros hechos que contribuyeron a la deslegitimación de la República.

Pero sin duda alguna que el factor determinante del colapso republicano fue la gran extensión de la violencia política, si bien ésta fue muy desigual y mientras que en algunas provincias hubo una mayor tranquilidad, la peor violencia se dio en las grandes ciudades. Violencia a la que contribuyó de manera notable la subversión de las Fuerzas de Seguridad a través de la reposición de agentes y oficiales de policía procesados y expulsados por sus acciones sediciosas en 1934. Precisamente sería uno de estos agentes, el capitán de la Guardia Civil Fernando Condés, el que mandó el grupo que secuestró y asesinó al diputado y líder derechista Calvo Sotelo, y del que formaron parte miembros de la escolta personal de Indalecio Prieto. También fue notable la costumbre de nombrar «delegados de policía» a activistas de los partidos socialista y comunista, como personal de policía suplementario para funciones especiales.

Y si bien es cierto que los gobiernos de Manuel Azaña y de Casares Quiroga no estaban muy satisfechos con esta situación, tampoco quisieron actuar para cortarla, porque eso les hubiera costado el apoyo de los partidos revolucionarios, de cuyos votos dependían en las Cortes para mantener sus gobiernos minoritarios en el poder. Y esa alianza tácita entre los revolucionarios y los republicanos de izquierda, hizo imposible la aplicación de la ley o la Constitución. Muchas veces se ha dicho que la causa de la Guerra Civil fue la impaciencia de las derechas con las reformas de la izquierda. Pero si hubo un sector político que demostró paciencia ante las provocaciones, fueron las derechas de la Segunda República, quienes durante cinco años no reaccionaron -en general y salvo contadas excepciones- con violencia a la violencia.

Lo que tuvo lugar en 1936 no fue ninguna «reforma» sino un proceso prerrevolucionario violento. Se ha establecido que la sublevación de 1936 fue «una rebelión contra la democracia», y siendo ello cierto en el sentido de que los sublevados no tenían ninguna intención de restaurar la democracia de 1931-1935, porque para ellos no fue más que una utilización de la izquierda socialista para dar vía libre a un proceso revolucionario, sería mucho más exacto y certero si se dijera que fue una rebelión contra la destrucción de la democracia. Es indudable que si se hubiera mantenido la política constitucional y democrática de 1931-1935 no hubiera habido el menor peligro de guerra civil, salvo, quizá, por otra nueva insurrección -la quinta- de los revolucionarios.

Aunque durante 70 años las izquierdas españolas han condenado la insurrección militar en los términos más negros, la verdad es que entonces muchos de sus líderes la deseaban y hasta trataban de provocarla. Sin embargo y aunque el proceso revolucionario era evidente, no hubo golpe revolucionario de los caballeristas -el sector más importante del Partido Socialista-, que a sí mismos se llamaban «bolchevizados» y «leninistas». Ellos no tuvieron el instinto leninista para hacerse con el poder, sino que esperaban provocar una rebelión que presumían que sería fácilmente dominable, y que provocaría la caída de la izquierda republicana azañista, quien tendría que entregar el poder a Largo Caballero. Como de hecho así ocurriría en los primeros meses de iniciada la confrontación civil.

La crisis provocada por el secuestro y asesinato de Calvo Sotelo; el modo como se hizo, la identidad de sus autores y la ausencia de respuesta del gobierno, culminaron la polarización de la sociedad y provocó el compromiso de muchos que, como Franco, hasta ese momento no se habían decidido a sumarse a la rebelión que unos pocos militares encabezados por Emilio Mola -el Director- pusieron en marcha tras las elecciones del 36. Y de repente la conspiración ganó mucho terreno.

El fracaso de la rebelión militar que dio paso a la Guerra Civil no fue un proceso en contra de la revolución, sino una contrarrevolución, que es una revolución en contra de ella, como afirma Joseph de Maestre.

Jesús Palacios, historiador y coautor junto con Stanley Payne de Franco, mi padre, además de otras obras sobre la España contemporánea.

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