Los orígenes provincianos de la madrileñofobia

Ximo Puig es el símbolo de una izquierda provinciana que arrastra el desprecio a Madrid. No es sólo que el PSOE haya estado alejado del poder en la región desde que se fue Joaquín Leguina. Es que ya son la tercera fuerza política tras Más Madrid y, al tiempo, el sanchismo debe conseguir la simpatía de los nacionalistas. La madrileñofobia es un discurso rentable en aquellas regiones que, en vez de mirar hacia fuera para competir y crecer, se miden sólo con Madrid.

La idea de los socialistas, aplaudida por los nacionalistas, es que los madrileños paguen más impuestos que el resto de españoles. La razón es que la política liberal en esa región es más exitosa y práctica que la estatista y clientelar de las autonomías que protestan. No importa que sea un modelo de crecimiento imitable o que la región de Madrid sea la que más aporta a la caja común.

Lo relevante para el provinciano es el discurso del odio porque cree que moviliza a los suyos. Es lo de siempre, mover las emociones contra alguien exterior para esconder el fracaso en la gestión interior.

Lo mismo pasa con la pretensión de los nacionalistas de gestionar el MIR. El motivo de pedirlo es que, en los últimos años, de entre los 15 primeros estudiantes de la promoción, 13 eligieron Madrid para hacer su preparación. Es más, cada año van a las universidades de la región unos 10.000 jóvenes de toda España, un capital humano que esas autonomías no saben retener.

A esto se une el modelo económico de Madrid. La región no gasta en estructuras de Estado, como embajadas, ni en construir una nación particular o en imponer un idioma minoritario. Tampoco dedica el dinero público a crear una red clientelar, como en Cataluña, ni tiene un cupo como el País Vasco.

Y a pesar de eso crece más que ninguna.

Madrid ha superado en dos décadas a todas las demás autonomías en el PIB per cápita y en el PIB regional, pasando del quinto puesto en los 80 al primero desde 2018. Y lo ha hecho bajando impuestos. Es la curva de Laffer. Disminuyendo la presión fiscal se recauda más porque atraes inversión, que crea empleo y riqueza. Fácil.

Esto no lo soportan los estatistas de izquierdas y los nacionalistas. Los ciudadanos catalanes, por ejemplo, soportan un 70% más de presión fiscal que el madrileño, pero la diferencia es que Madrid no ha gastado miles de millones en la inmersión nacionalista ni ha expulsado empresas y capital humano.

Es un modelo distinto y abierto, con éxito, y esto genera envidia y rencor. Veamos algunos ejemplos.

Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, dijo que no quería que los madrileños fueran a su región a vacacionar. No fue el único. Luego rectificaron, pero el daño ya estaba hecho.

El presidente castellano-manchego, Emiliano García-Page, que debe a Madrid varios cientos de millones de euros por los servicios de transporte y sanitarios que la comunidad presta a sus ciudadanos, habló de los madrileños como una “bomba vírica”. Fue ridículo, porque al tiempo que dijo esto pagaba publicidad en el metro de Madrid para que los capitalinos hicieran sus vacaciones en Castilla-La Mancha.

Hasta Rafael Simancas, hoy secretario de Estado con un sueldo de más de 200.000 euros al año y fracasado candidato socialista en la región, vinculó a los madrileños con la Covid-19. El socialista dijo que si Madrid no estuviera en España la pandemia no hubiera tenido tanta fuerza.

La nueva delegada del Gobierno en Madrid, Mercedes González, insultó a los madrileños por el resultado electoral del 4-M. Dijo que había ganado el “Madrid de las piscinas”. Ella vive en una urbanización con piscina en la localidad de Majadahonda.

No fue la única en el PSOE, que llenó de insultos a los madrileños por votar al PP, al igual que hicieron muchos periodistas afines. Alguno incluso dijo que se iría de la región si ganaba el PP, pero todavía no se ha mudado.

Tras las elecciones del 4-M, el madrileño era para la izquierda y los nacionalistas un insolidario facha que vivía del resto del país y cuyo comportamiento impedía una España progresista. El estereotipo del madrileño era el de una persona con pulsera con bandera de España, machista, de derechas y centralista. Hasta Gerard Piqué, promotor de la Copa Davis, puso unos carteles que rezaban: "En Madrid somos de derecha y de revés".

Esa mezcla de prejuicio y envidia no es nueva. Viene de lejos. El regeneracionismo de finales del XIX y comienzos del XX sentó la idea, falsa a todas luces, de que el problema de España era Castilla. En el espíritu castellano, en sus costumbres y cultura, incluso en lo que alguno llamó imperialismo, se encontraba el origen de los males de España. Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset señalaron a Castilla y, por supuesto, a Madrid.

A esto se unió el nacionalismo. Sabino Arana, tan racista como machista, escribió contra los españoles y en general los castellanos. En la degradación comparaba a los foráneos con animales y les achacaba todo tipo de vicios y violencia. Decía que los castellanos, en referencia a la higiene, habían visto el agua por última vez en el bautismo.

Esto recuerda a los insultos que escribió Quim Torra, el expresidente de la Generalidad, hablando de los españoles como “bestias con forma humana”. Es preciso señalar que con españoles no se refería a los habitantes peninsulares de otras naciones, como vascos o navarros. Es la fijación con Castilla.

La vida estaba en las provincias, mientras que en Madrid se reunían ociosos y vagos que vivían del resto de España. Todos los vicios estaban en la capital, mientras que en el campo estaban las virtudes.

Blasco Ibáñez, entre otros, contaba en sus novelas que aquellos que marchaban a la ciudad acababan contaminados de su vida falsa e inmoral. Era un pensamiento muy conservador, que despreciaba los adelantos que rompían las tradiciones y que cuestionaban a la oligarquía local y provinciana. Era un pensamiento campesino y rural, por ejemplo en Galicia y Andalucía, donde los terratenientes eran absentistas. Vivían el lujo y el ocio de la gran ciudad a costa de los que trabajaban sus tierras.

Valentín Almirall escribió contra Madrid en su España tal cual es (1886), que es una colección de insultos procedentes de la superioridad moral y del rencor por su fracaso político personal. En Madrid estaban los funcionarios, decía, esa clase inútil producto de la empleomanía, que había llegado a esa situación a través de las costumbres más innobles.

Eso era Madrid: la ciudad de los vicios que vivía a costa del trabajo de los demás. Fue el sustrato en el que nació aquella otra falacia del España nos roba con la que Jordi Pujol escondió su latrocinio organizado.

Ese mantra de que el problema de España es Castilla y, en consecuencia, Madrid, lo han repetido también los hispanistas, un gremio que sólo puede prosperar en un país con complejos. Edward Baker, en su Madrid cosmopolita. La Gran Vía, 1910-1935 (2008), relaciona el supuesto fracaso del Estado liberal en España con la hegemonía castellana, cuyo reflejo sería la mediocridad de Madrid como metrópoli europea.

Es la continuación de la tontería de Manuel Azaña, aquella de que la capital era un “poblachón manchego”.

La madrileñofobia es un prejuicio montado sobre una falsedad. Un desprecio que no se toleraría si fuera hacia Barcelona, Bilbao, Valencia o Sevilla. En realidad, es la muestra de una impotencia y un complejo de inferioridad. Un desconocimiento completo del país. Sobre todo cuando la región de Madrid la han creado los provenientes de las provincias.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento en la Universidad Complutense y autor del libro 'La tentación totalitaria'.

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