Los partidos heridos

Después del «No nos representan» del 15-M, la representación institucional y los representantes políticos, valga la redundancia, han sido totalmente renovados, pero los partidos, tanto los novísimos como los clásicos, siguen igual o peor que entonces.

Tal parece como si la pluralidad de opciones ideológicas, políticas, territoriales e incluso provinciales que cuentan ahora con presencia parlamentaria no fueran capaces de representar y, sobre todo, de acoger e integrar la diversidad en su seno, a pesar de que hemos pasado del menú del día del bipartidismo a la comida a la carta desde la implosión del sistema de representación.

Es verdad que inicialmente algunas medidas supusieron un revulsivo, como la generalización de las primarias o las consultas digitales en un sistema que se encontraba y se percibía como anquilosado. Sin embargo, lejos de contribuir con ellas a favorecer la participación de militantes y simpatizantes, a pluralizar la dirección de las organizaciones y a reforzar su responsabilidad y su control, han consolidado –si no agravado– sus carencias y sus errores. Los datos menguantes de afiliación y la desafección de los ciudadanos en las sucesivas encuestas del CIS lo acreditan.

Los últimos acontecimientos de divisiones, expulsiones y exclusiones, así como las deficiencias y dudas sobre la fiabilidad de las consultas telemáticas, tanto en los partidos de la izquierda gobernante como en la derecha en la oposición, así lo demuestran. En un abuso de simplificación en homenaje al genial cineasta José Luis Cuerda, se podrá decir que solo los nuevos y jóvenes presidentes o secretarios generales parecen necesarios, alguno incluso con mando en la distancia, mientras todos los demás, militantes e incluso dirigentes, son contingentes.

Así, hoy a Podemos le sobra el sector anticapitalista, copartícipe en el origen del proyecto, mientras a Izquierda Unida le sobra el partido feminista y la histórica luchadora de la izquierda Lidia Falcón, presente en IU desde 2005 con las mismas posiciones que hoy sirven de excusa para su expulsión. Poco importa que la forma del divorcio en la teatralización dominante sea pactado a la europea o se exprese públicamente como un ruidoso repudio.

Tampoco la derecha se queda corta y la absorción de Ciudadanos sirve de palanca para reconfigurar su mundo y para con ello hacer saltar los restos de la moderación y del pluralismo territorial para converger en la disputa del nacionalismo españolista con la derecha más extrema.

En mi izquierda habrá quien diga, y con razón, que llueve sobre mojado. Que los problemas del pluralismo y el federalismo internos y su compatibilidad con la unidad de acción hacia afuera no son nuevos. Que nuestra reciente historia está llena de estas posiciones diferenciadas, que más que convivir se toleran, y que la mayoría, por desgracia, se agravan y las más han culminado con crisis, fracturas o expulsiones.

Pero la realidad de hoy no se explica solo con la historia de nuestras crisis ni éstas se arreglan con llamamientos a la unidad y mucho menos, una vez más, con saltos en el vacío como son las apelaciones a la transformación del partido en movimiento político o a la construcción de un retórico bloque histórico, como se prevé en las próximas convocatorias de Podemos y de IU.

Lo nuevo que ahora nos aqueja tiene que ver con la ficción populista, que no sólo ha pretendido convertirse en un atajo frente al malestar social provocado por la crisis del neoliberalismo y la desconfianza en la impotencia, cuando no la complicidad, de las instituciones, sino también en una alternativa simplista y nostálgica de asalto al Palacio de Invierno, o a los cielos, frente a la complejidad de la relación de fuerzas, del diálogo y las concesiones mutuas inherentes a la democracia representativa.

Es verdad que tanto el falso relato del régimen, como el proyecto de ruptura constituyente, como la política de alianzas de las dos orillas y el sorpasso se han volatilizado en meses al contacto con la realidad. Sin embargo, con ser importante, la fuerza del pragmatismo no basta. Es precisa y urgente la recomposición del relato, del proyecto de la izquierda y también del modelo de Estado y de partido. Si no lo hacemos tendrá consecuencias y afectará negativamente a la credibilidad, al papel de la izquierda y por ende a la tarea de Gobierno.

Porque los partidos, entendidos históricamente como microcosmos de clase y más tarde como contenedores o como meros aparatos para la gestión del Gobierno, han sido impugnados primero pero sustituidos después por plataformas de adhesión al líder, que diluyen cuando no prescinden como interferencias de la organización de las mediaciones de las sensibilidades, las direcciones intermedias y de los territorios.

Siguiendo con Cuerda, lo necesario, hoy como ayer, parece que son sus césares, sus cónsules y sus ejecutivas como guardia pretoriana, aunque reclamen constantemente su legitimidad originaria en los movimientos sociales y la democracia directa de la asamblea de la base militante frente a los viejos aparatos de la democracia delegada. Una plataforma personalista para aprovechar la ventana de oportunidad populista que desde entonces se ha consolidado como una suerte de cesarismo sujeto a una mera ratificación plebiscitaria. Bonapartismo de ocasión.

Por otra parte, la crítica, a veces justa, a los viejos partidos socialdemócratas y comunistas por su degeneración burocrática e institucionalista también se puede volver hoy como un boomerang, cuando es la participación en el Gobierno, sus limitaciones y sus necesidades las que determinan lo que es funcional y lo que distorsiona la gestión. Lo contingente y lo necesario.

Por eso, reconocer sin ambigüedades la ampliación y extensión de la democracia representativa en España y en la Unión Europea y su contenido social, de género y ambiental, como única vía de transformación socialista frente al neoliberalismo y el populismo, requiere también una forma de partido equivalente, que sin mistificaciones profundice en su carácter representativo dotando de legitimidad a sus direcciones, de representación a sus sensibilidades y territorios, y de participación a sus afiliados y simpatizantes.

Para que no ocurra en los partidos de la izquierda como dice Saza en Amanece que no es poco: que pierda las elecciones la Guardia Civil y las gane la Secreta.

Gaspar Llamazares fue coordinador general de IU. Acaba de publicar La izquierda herida (La esfera de los libros).

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