Los pecados del Museo Latino de EE.UU.

«Mientras la verdad se pone las botas», según un giro inglés, «las mentiras dan media vuelta al mundo». Las mentiras circulan cada vez más, debido en parte a ese monstruo incorregible que es internet, pero sobre todo porque nos gustan. La verdad es ingrata, costosa y poco rentable. Las mentiras confirman los mitos que nos sostienen y pagan las emociones que solemos invertir en versiones delusivas del pasado.

En mi vocación de historiador, procuro contar la verdad, sin grandes expectativas de prevalecer. Pero me desespero cuando los centinelas del pasado –mis colegas en universidades y museos– apoyan los mitos y repiten las mentiras. Es el caso, desgraciadamente, de la Smithsonian Institution, el museo nacional de los Estados Unidos, que acaba de lanzar un sitio web dedicado a la contribución de hispanos a la historia estadounidense.

La idea de abrir un museo sobre el tema es loable, ya que los hispanos son la minoría étnica más grande del país, y la más abusada. Sus infortunios –una letanía de persecuciones, desposeimientos, expulsiones, exclusiones políticas y privaciones económicas– se ignoran en las aulas. Sus contribuciones al país merecen reconocerse, como las de otras minorías reintegradas en revisiones históricas recientes.

Dos son los mitos fundacionales de los cuales los hispanos son víctimas. El uno es el mito de la América entrañablemente anglosajona y protestante, donde reinan, por tanto, valores de democracia y libertad y todo lo que procede de otras tradiciones no ha sido sino un reto que los 'anglos' tenían que superar. El otro mito es el políticamente correcto, pero inverosímil, que trata de una nación irremediable, por vicios históricamente racistas que, a pesar de haber sido condenados por generaciones posteriores, siguen tachando a la gran mayoría de los ciudadanos actuales. Según esa versión 'woke', lo hispano es otro intruso más, traído al país por un imperialismo supuestamente tan racista como los demás.

Los dos mitos son opuestos, pero abrazados con igual fervor por sus seguidores. En lugar de aprovechar la ocasión de descartarlos, la Smithsonian ha logrado combinar ambos en una versión que debo calificar –por no decir que falsa– de engañadora.

Acuso a los autores y organizadores de siete pecados letales.

El primero se expresa en el nombre del sitio web –«¡Presente! A Latino History of the United States». Dejamos de un lado el mal gusto de hacer eco de un eslogan franquista. Para denominar a los hispanos, el nombre de 'latino' se inventó por académicos angloparlantes que ni entendían el significado del término en lenguas románicas, ni estaban dispuestos a permitir a sus supuestos inferiores que eligieran un nombre propio. La gran mayoría de los tal llamados 'latinos' prefieren otras denominaciones. Llamarles americanos en español, sin más, sería la mejor solución. Según reza la letra del cantante Arturo Leyva, «No soy latino, ni soy mojado. Soy americano». (Mojado es el término que se emplea para denunciar a los mexicanos que llegan 'mojados' por haber cruzado el río Grande).

Segundo pecado: calificar a ciudadanos puertorriqueños de 'inmigrantes' demuestra el rechazo irracional que niega que un hispano sea un estadounidense auténtico. Puerto Rico es parte del territorio nacional, y sus habitantes son ciudadanos con los derechos correspondientes –la libertad de mudarse dentro del país, buscar trabajo, seguir estudios, contraer matrimonios, recurrir a la Justicia– como toda otra persona nacida en el suelo de la patria.

Tercer pecado: representar al catolicismo como 'impuesto' por España. Una imagen puertorriqueña de la Virgen de Monserrat es, según la etiqueta que sí está 'impuesta' por el museo, sólo una muestra de «cómo muchos pueblos adaptaban el cristianismo a sus culturas». De la auténtica devoción católica, de la cual la presencia de imágenes de la Virgen en hogares de colonos e indígenas es una prueba conmovedora, no viene ni una palabra.

Cuarto pecado: distorsionar la relación entre la Corona española y los indígenas. De la 'galería latina', una persona sin conocimiento previo saldrá concienciada de la resistencia a europeos que existió, pero sin darse cuenta de que la convivencia, el mestizaje, el uso de idiomas indígenas y la pervivencia de sus culturas eran normales en la monarquía española, mientras que las expulsiones y el genocidio eran rasgos típicos de la experiencia indígena bajo el mando de los Estados Unidos.

Quinto pecado: representar a los hispanos sólo como víctimas, marginados o 'activistas', en lugar de celebrar su participación plena en la forja de la nación. En parte, esa deficiencia del sitio web es la consecuencia de la decisión de los organizadores de excluir a estadounidenses de proveniencia española. Así que no encontrarás mención ninguna de John Henry Susa, nacido en España, que escribió la música estadounidense más entrañablemente patriótica, incluso el 'Stars and Stripes Forever' y el 'Hail to the Chief' –la marcha que sirve de saludo oficial al presidente de la república–. Ni viene George Santayana, el español que fue, desde su cátedra de Harvard, uno de los filósofos americanos más destacados; ni el arquitecto Josep Lluis Sert, ni ninguno de los grandes artistas ni pensadores hispanos que han enriquecido la historia norteamericana.

Sexto pecado: suprimir el papel de españoles en el nacimiento de la nación. Como confesó Joe Biden en una conversación reciente con Pedro Sánchez, «hay quien cuenta que sin vosotros [los españoles] no seríamos un país independiente». Quien diga esto dice la purísima verdad. Sin el apoyo español –dinero, barcos, material de guerra y más soldados de los que se reclutaron en las colonias rebeldes– la insurrección contra la Corona británica hubiese fracasado. De esa aportación fundamental de gente hispana a la existencia misma de los EE.UU. no viene nada en la narración de la Smithsonian.

Último pecado: representar todo el pasado hispano como una historia de inmigrantes. Se suprimen los hechos de que gran parte del territorio de los EE.UU. era tierra española, que la nación y sus culturas se formaron por elementos hispanos, al lado de los ingleses, y que los inmigrantes actuales incluyen descendientes de indígenas hispanoparlantes expulsados por conquistadores gringos. El español, que se hablaba en tierras que ya son parte de EE.UU. durante generaciones antes de la introducción del inglés, no se reconoce como un idioma auténticamente americano. Los indígenas que pertenecían al mundo hispánico, colaborando con España y luchando por la Corona española, desde antes de la llegada de los anglos, ni se cuentan como hispanos. Y ¿qué más da? Tal vez sea por motivos profesionales que añoro la verdad. Pero la realidad del pasado es el único punto de partida disponible para construir nuestro futuro. Vale intentar conocerla; y para los que tenemos el privilegio de instruir a nuestros conciudadanos, la obligación es –o debe ser– sagrada.

Felipe Fernández-Armesto, historiador.

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