Los peligros de la paz

Por Antonio Garrigues Walker, jurista (ABC, 26/03/03):

SIN necesidad de abrir el capítulo final de culpas, podemos llegar entre todos a un acuerdo: la imagen de un Presidente diciéndole a otro Presidente, a comienzos del siglo XXI, que tenía cuarenta y ocho horas para salir de su país, es la imagen inimaginable de un inmenso fracaso democrático, diplomático y político que la historia recordará con dolor y tristeza. Reconozco la constancia del gobierno español y muy en concreto la de una gran jurista como Ana de Palacio, de intentar concatenar las resoluciones de las Naciones Unidas de forma tal que aparezca como lógica, inevitable e incluso sumamente conveniente, la invasión de Irak. Es una forma de pudor democrático y de expresión indirecta de respeto al principio de legalidad e implica en alguna forma el reconocimiento de que las cosas se hubieran podido hacer de forma muy distinta pero que no había otra cera -y nunca mejor dicho- que la que estaba ardiendo. Colin Powell ha reconocido expresamente que la conveniencia de una segunda resolución la defendían exclusivamente sus aliados.
¿Qué puede y qué debe hacerse ahora? Propongo tres ideas para evitar que las distintas lecturas de una inexorable, aplastante y dolorosa victoria bélica, generen una paz aún más conflictiva y peligrosa:

- Proteger por de pronto el interés de España. Siguiendo el ejemplo del mundo anglosajón la oposición tendrá que aprender a aparcar momentáneamente las diferencias y a asumir la política del gobierno en temas como el apoyo a nuestras fuerzas armadas en la misión que tienen confiada, y asimismo, en cuanto a las medidas de seguridad que habrá que adoptar frente a potenciales ataques terroristas. La oposición y el gobierno -S.M. el Rey lo ha pedido con las palabras justas- deberán mantener una relación fluida de intercambio de información y de opiniones durante esta crisis y tendrán que evitar de manera especial que la confrontación política ponga en peligro acuerdos bipartidistas ya alcanzados en otros temas para la vida nacional. Sería sumamente peligroso que el sectarismo radical dominara en ese momento la escena política y que el electoralismo del PSOE y del PP -que es del mismo grado- elevara las diferencias en cuanto al conflicto a categorías absolutas. Con descalificaciones simplistas y manipulaciones groseras de la verdad, sólo ayudaremos a los más extremistas y a los más fanáticos, fauna que crece con facilidad en nuestro país. En relación indirecta con este tema, el PSOE -sin renunciar a sus convicciones- debiera cuidar aquellos posicionamientos que puedan afectar gravemente a su capacidad de relación internacional tanto ahora como en el momento en que alcance el poder.

- Proteger el interés de Europa. España es ante todo un país europeo y debe defender con fuerza la unidad europea. El conflicto de Irak ha vuelto a poner en evidencia que hay demasiadas «europas» conviviendo bajo el mismo techo. Las naciones-estado bajo la excusa, cada vez más indigna, de defender su soberanía nacional anteponen permanentemente sus intereses a cualquier otra consideración. Si en esta situación ponemos en marcha una dialéctica de confrontación entre el eje franco-alemán o eje centroeuropeo, con el eje anglo-español, o eje anglo-sudeuropeo, la situación puede llevarnos a una paralización de instituciones y estructuras, con una burocracia ciega avanzando fanáticamente hacia la nada y unas concepciones ideológicas y políticas sin grandeza alguna y por ende, desmotivantes y estériles. La relación entre España y Francia se ha convertido, en estos momentos, en una relación clave con tintes dramáticos. Entre los factores que han llevado a nuestro Presidente del Gobierno a buscar desde hace bastante tiempo la conexión anglosajona -que sin duda nos será útil- se encuentra, según muchos analistas, el escaso reconocimiento francés al papel europeo e internacional de España, que a veces ha llegado al ninguneo, y además y sobre todo, a su permanente pasividad en la lucha contra la banda terrorista ETA. A ello se añade, para que no falte de nada, la hiriente y distante neutralidad e, incluso, su interferencia negativa en las relaciones entre España y Marruecos, sobre todo en situaciones de conflicto. España y Francia deben apresurarse a mejorar sin pausa y con prisa, todos sus diálogos porque ahí reside -no hay exageración alguna- la clave de un futuro europeo digno y estable y un avance serio en los grandes problemas españoles. Dentro de esta línea habrá que evitar que los EE.UU. caigan en la tentación de demonizar y castigar política y económicamente a aquellos países europeos que no han colaborado en el conflicto. Ello no sería bueno para nadie y colocaría a España en situaciones conflictivas muy delicadas.

- Ayudar a los EE.UU. a ejercer un liderazgo razonable y controlado. La invasión de Irak se ha producido -seamos realistas- porque un país que acumula todos los poderes de la tierra se sigue sintiendo humillado y amenazado por el terrorismo y ha querido dar -y, de ser preciso, lo hubiera dado en la más completa y absoluta soledad- un aviso claro a todos los navegantes que circulan por esas aguas terribles. Pero Irak no es el único país del «eje del mal», ni quizás tampoco el más peligroso y habría que ponerse a pensar si la política de las cuarenta y ocho horas, la política del ultimátum, debe ser el modelo a seguir de ahora en adelante. A este problema se añade otro más profundo y más serio: el de la posición de los EE.UU. en cuanto al multilateralismo en general y en concreto en cuanto las organizaciones multilaterales existentes. Richard Perle, un personaje de cuidado que ejerce el cargo de Director del Consejo de Defensa norteamericano, viene despreciando y ridiculizando el papel de las Naciones Unidas desde hace mucho tiempo y últimamente con verdadera saña. Gracias a Dios no todos los americanos piensan como él y en cuanto se despeje el horroroso humo de la guerra se oirán muchas voces importantes reclamando una visión radicalmente distinta. América es un país serio, con una clase intelectual potente y comprometida y una sociedad civil admirable, que empieza finalmente a ser consciente de la necesidad de controlar sus tendencias -mucho más profundas de lo que pensamos nosotros e incluso de lo que piensan ellos- al aislamiento y al unilateralismo. Hay muchos americanos que sueñan con revivir el magnífico ejemplo de solidaridad y de colaboración internacional que se generó después del 11/S y lamentan que ese espíritu se haya dilapidado de una manera tan absurda e irresponsable. América tiene que liderar el mundo. Es el único país que puede hacerlo y, también, el único país que está en condiciones y tiene medios para hacerlo bien. Ha demostrado claramente la eficacia de su modelo en todos los terrenos y debe merecer nuestra confianza sin reservas en cuanto a respeto de los valores democráticos y éticos. Pero si quiere ser un líder justo y eficaz tendrá que cambiar -ya no tiene otro remedio- muchas de sus concepciones en cuanto a legitimidad y legalidad internacional. Por su propio interés deberán ser los primeros en ayudar a establecer o reforzar organizaciones multilaterales con amplia capacidad de acción y el necesario grado de independencia. Justamente por eso, por ser los más fuertes, están más obligados que nadie, a impedir que prevalezca la ley del más fuerte y en este sentido no estaría de más que redujeran a un mínimo el énfasis en su poderío militar, aún respetando la intención declarada del Presidente Bush de mantener a ultranza y permanentemente la superioridad absoluta en este terreno. Gran Bretaña y España están ahora en condiciones de influir positivamente en una nueva formulación del papel de EE.UU. en el mundo que pueda tranquilizar a toda la humanidad, empezando por reclamar la aplicación de soluciones inmediatas -ese, no nos olvidemos, fue el trato- a la inquietante situación en el Oriente Medio.

¿Tendremos una paz positiva y generosa? Creo sinceramente que sí, pero reconozco que también di por seguro que no habría guerra.

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