Los peores jinetes del imperio

Joseph Alois Schumpeter fue uno de los economistas más influyentes de la primera mitad del siglo XX. Su teoría de la creación destructiva rompió con la estática de la economía de su tiempo e introdujo el emprendimiento como factor fundamental del crecimiento económico. Criado en el seno de una familia aristocrática del decadente Imperio Austrohúngaro, como joven y brillante profesor, gustaba de escandalizar a sus compañeros y alumnos glorificando sus habilidades como jinete y solía ir a seminarios y clases con botas de montar. Con el triunfo del nacionalsocialismo en Alemania, se trasladó en 1932 a Harvard, se nacionalizó estadounidense y combatió en sus escritos las ideas totalitarias de socialismo en favor de la libertad en la sociedad y en el mercado.

De su fracaso como ministro de Hacienda en Austria, tras la I Guerra Mundial, forjó un profundo desprecio por la clase política, a la que comparaba con los malos jinetes: «Están tan preocupados por permanecer en la silla, que son incapaces de mirar adónde van». Es posible que, un siglo después, si Schumpeter viviese, percibiría, no sin cierta tristeza y para nuestra desgracia, que su aforismo mantiene toda su vigencia con nuestro Gobierno.

Desgraciadamente, hay muchas razones para establecer estos paralelismos. No es sólo que un presidente, por seguir atrapado en su universo propagandístico paralelo y por no querer asumir la responsabilidad de la gestión, vaya a malograr la posibilidad de recuperación en los próximos años. No es sólo que, presionado por el populismo de sus socios parlamentarios, viva en una campaña electoral permanente mientras las cuentas del Tesoro se endeudan cada vez más y más, condenando a nuestros hijos y a nuestros nietos –y no sabemos a cuántas generaciones más– a pagar sus excesos. No es sólo que los fondos, aunque sean los de recuperación, se vayan a tener que pagar por alguien, presente o futuro. Tampoco nos referimos a que ese dinero que el Gobierno está utilizando para pagar suntuosas moradas no sea suyo, sino que provenga de las generaciones presentes y futuras de españoles y que, en buena fe, debería gestionar con extrema responsabilidad para un proyecto de país en el que quepamos todo.

Siendo muy grave, no es sólo que «el plan económico más ambicioso de la historia reciente de España» financiado por el rescate europeo se emplee de forma artera para pagar una macro campaña electoral continua.

No. Lo más grave es que, a largo plazo, con el trato que este Gobierno está dando a la educación, tanto con la reforma de la LOMLOE como con el planteamiento de la reforma de la Ley de Universidades, está condenando a España a una quiebra en diferido que generará inestabilidad social, económica y política durante las próximas generaciones.

No sabemos si tanto Castells como Celaá son conscientes del daño, tanto personal como a la sociedad española, que van a causar sus claramente mejorables reformas educativas. La cosa es que ambos viven bien: es más, a la luz de sus declaraciones de bienes, nos atrevemos a decir que, gracias a una cultura de esfuerzo y excelentes capacidades innatas que no vamos a discutir, viven fenomenal. Sin embargo, no van a dejar a este país un testamento acorde con esos principios.

Como los patriarcas que endiñan a sus poco avisados legatarios una herencia envenenada, en estos momentos quienes ostentan las carteras educativas están hipotecando con efectos inmediatos el futuro de las generaciones que actualmente se levantan cada mañana, en muchos casos gracias al esfuerzo de su familia y de la sociedad, para terminar, sean cuales sean, sus estudios.

Los datos del paro juvenil son en estos momentos ya escalofriantes. Las cifras de Eurostat para 2020 sitúan a nuestro país con el porcentaje más elevado de desempleo juvenil de la Unión, con un terrorífico 39,9%, cifra que supone casi dos veces y media (239%) el dato para toda la UE. Y lo son, seguramente, porque tenemos un sistema productivo que no es capaz de absorber a estas generaciones. Pero también porque la educación que se les proporciona no se ajusta a las necesidades competenciales formativas que el mercado laboral competitivo en la sociedad de la información requiere en estsos tiempos.

Lo grave es que, a la luz de lo que se está haciendo, esto va a empeorar.

Los modelos educativos de los partidos en el Gobierno no contribuyen a que los jóvenes vayan estar formados con los conocimientos y las competencias que van a necesitar en el mercado laboral del mañana. Nuestros estudiantes necesitan incrementar su productividad para conseguir salarios más altos, formarse y actualizar sus competencias para poder tener trabajos estables a lo largo de su vida profesional y generar riqueza que financie el Estado del bienestar (sus pensiones incluidas) que disfrutamos. Para eso hacen falta cambios inteligentes en nuestro sistema educativo. No unas reformas que huyen del conocimiento, del esfuerzo y que se centran en un mal café para todos, con el efecto colateral de minar el capital humano del futuro.

En una generación tendremos un capital humano descapitalizado. Sin capacidad de pensar con fundamento y sin posibilidades de trabajar en una economía del futuro. Sólo aquellas familias que puedan permitírselo podrán formar a sus retoños para generar la riqueza con la que saldar las deudas que nuestros gobernantes, preocupados sólo por no caerse del caballo, están contrayendo.

Esa será la herencia envenenada que nuestros hijos, nuestros nietos y nuestro país van a recibir de estos veteranos ilustrados.

Marta Martín es catedrática de Comunicación y Publicidad de la Universidad de Alicante y Jorge Sainz es catedrático en el Departamento de Economía Aplicada de la URJC .

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