Los pequeños quijotes contra la política migratoria de Trump

Los pequeños quijotes contra la política migratoria de Trump

Una mañana fría a principios de 2016, estaba parada al lado de mi hija de 6 años frente al espejo del baño. Estábamos jugando con pintura para el rostro: rayas amarillas, puntos verdes y una mancha azul por aquí y por allá. De pronto, mi hija hundió el dedo índice en el pequeño bote de pintura blanca y, mientras se pintaba los cachetes, dijo: “Mira, mamá, así me preparo para cuando Trump sea presidente. Para que no sepan que somos mexicanas”.

No ve mucho las noticias y no parece ponerle demasiada atención a la radio, pero de alguna manera se enteró de la forma en que Donald Trump había anunciado su candidatura a la presidencia: “Cuando México nos manda a su gente, no manda a los mejores”, sino que envía a “violadores”.

Una noche mientras cenábamos, poco después de la elección, mi hija nos dijo a mí y a mi esposo: “Ya no deberíamos hablar español en la calle, por si acaso”. Había comenzado a verse a sí misma y a su familia bajo una luz distinta. Vi la vergüenza en sus ojos, la pena que sentía por su legado cultural y lingüístico.

Decidí entonces que debía proteger a mi tropa con mayor ferocidad del espectáculo de odio que la comunidad hispana, junto con otras, estaba teniendo que aguantar. Pero no tenía idea de lo que ocurriría después. No pude ver lo que presagiaba esa mirada en los ojos de mi hija: un nuevo Estados Unidos, bajo el gobierno de Trump, donde los niños hispanos estarían en grave peligro.

Todavía no llegamos a la mitad del mandato de Trump, pero ya hemos sido testigos de una campaña de odio en contra de la generación de los dreamers, campaña articulada como un discurso agresivo de cumplimiento de la ley que criminaliza a los jóvenes estadounidenses indocumentados.

También hemos presenciado la brutal campaña en contra de los menores centroamericanos que llegan solos a la frontera, sin sus padres, quienes primero fueron blanco del gobierno de Barack Obama, cuando se creó un priority juvenile docket (expediente juvenil de prioridad) para asegurar procedimientos de deportación más veloces. A estos jóvenes ahora se les niega sistemáticamente el asilo y las visas Jóvenes Inmigrantes Especiales, una forma de apoyo a la que muchos de ellos podían acceder.

Más recientemente, hemos sido testigos de cambios preocupantes en la política migratoria, como el que ahora se comparta información entre la Oficina de Reubicación de Refugiados y el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, así como la política de tolerancia cero que resultó en separaciones familiares.

El presidente ahora ha dicho que ya no separarán a los niños de sus padres. A las madres ya no les arrebatarán a sus bebés de los brazos. Pero ya hubo más de dos mil niños separados brutalmente de sus seres queridos. Y, por otro lado, veremos aún a miles de familias que se quedarán presas en centros de detención durante un tiempo indeterminado.

Sin importar su historia y estatus migratorio, a los niños hispanos en Estados Unidos les enseñan a sentir vergüenza y culpa. La profundidad del abuso psicológico y emocional perpetrado en su contra por parte de las instituciones y la gente es inimaginable.

Cuando los niños son indocumentados y están buscando asilo o un estatus de acción diferida contra la deportación, tienen que vivir su vida diaria intentando demostrar que no son “criminales” ni “violadores” y que ni siquiera son “ilegales”, un término tan violento como impreciso, pues solo los actos pueden considerarse ilegales, no la gente. Sin embargo, aun cuando los niños hispanos son ciudadanos estadounidenses, deben pasar sus vidas demostrando que no son ciudadanos de segunda clase.

Los niños hispanos parecen ser una amenaza para Estados Unidos y su narrativa fundacional como un país de inmigrantes exclusivamente blancos y angloparlantes.

Dos inviernos después de la noche en que mi hija nos dijo que quizá deberíamos dejar de hablar español en público, nos mudamos de nuestro apartamento en Harlem a una casa del siglo XIX en el Bronx. En enero de este año, todavía rodeados de cajas y con los pisos a medio terminar, nos visitó un grupo de doce niños que estudian en Still Waters in a Storm, una escuela en Brooklyn dirigida por el profesor y activista Stephen Haff, donde niños hispanos inmigrantes, de entre 5 y 17 años, aprenden latín y notación musical y leen literatura clásica. Han estudiado El paraíso perdido de John Milton en detalle e incluso los miembros más jóvenes del grupo pueden recitar fragmentos del poema y opinar sobre sus escenas, metáforas y personajes favoritos.

En 2016, los niños de Still Waters comenzaron a leer el Quijote en español y a traducirlo al inglés. Decidieron volver a imaginar a don Quijote, un anciano de la España del siglo XVI, como un grupo de niños inmigrantes e hispanohablantes del Nueva York actual.

También convirtieron el proyecto en un musical, The Traveling Serialized Adventures of Kid Quixote (Las aventuras viajeras en entregas del niño quijote), que presentan en casas, oficinas y salones universitarios. Mi familia y yo tuvimos la fortuna de ser anfitriones de una de las primeras presentaciones. La tropa llegó con utilería, un teclado, un ukelele, un guion desarmantemente chistoso y un manojo de canciones muy conmovedoras que los propios niños habían escrito.

Desde entonces, he seguido de cerca a estos niños mientras trabajan en su proyecto. Después de años de experiencia como escritora y profesora universitaria, jamás había visto algo así: ese amor por la lengua, esa pasión por el debate. Durante una sesión, los niños estaban escribiendo una canción en grupo acerca del sentimiento de pertenecer y no pertenecer a un lugar, de ser ellos mismos y tener que satisfacer expectativas. Todos estábamos sentados en torno a una enorme mesa llena de diccionarios etimológicos y de sinónimos, y los niños estaban discutiendo una frase sobre haber nacido en México y ser o no mexicano. De pronto, una niña de 5 o 6 años levantó la mano y, muy seria, les dijo a los demás: “Yo no nací en México; nací en la Luna”. Todos nos reímos por la cándida elocuencia de su comentario, pero en realidad tenía razón. Como es sabido, una teoría acerca del origen de la palabra “México” es que en náhuatl significa “ombligo de la luna”.

Pocas personas en Estados Unidos saben que este es el segundo país con más hispanohablantes en el mundo. Se calcula que la población que habla español de Estados Unidos es de 50 millones; cifra menor que los 124 millones de México, pero mayor que los 47 millones de España. Y aun cuando lo saben, parecen ignorarlo.

Quizá Estados Unidos —no el Estados Unidos de verdad, sino aquel Estados Unidos exclusivamente blanco y angloparlante— tiene razón en temer a la nueva generación de niños hispanos, estos nuevos quijotes. Son hermosos, brillantes, multilingües y están bien preparados. Y ya tuvieron suficiente.

Valeria Luiselli es autora de Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas).

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