Los políticos que no querían escuchar

Rajoy no tendría que haber sido el candidato popular bajo ninguna circunstancia. Aunque no haya sido investigado judicialmente por los casos en los que está inmerso su partido, el presidente en funciones es el responsable político de uno de los asuntos que más preocupa a los españoles: la corrupción. A pesar de su experiencia como gobernante y de haber encarrilado una situación amenazadora para la prosperidad del país -aun y con recortes innecesarios y una presión fiscal en contra de sus promesas y convicciones por no afrontar una reducción del gasto autonómico- Rajoy tendría que haber actuado de forma ejemplar dando un paso a un lado hasta que se aclarasen todos los casos pendientes de resolución en los tribunales.

Por su parte, Sánchez no quiso escuchar el resultado de los españoles en las urnas el 20 de diciembre y se empeñó en construir una historia que estaba en su cabeza pero que no coincidía con la realidad. Ni en el Parlamento había una mayoría de izquierdas (salvo que entonces contasen con el PNV y Convergencia, los que ahora, por cierto resultan ser los próximos ideológicos con los que ha de comenzar el PP sus negociaciones) ni los votantes habían pedido un cambio radical (habían apostado por los dos partidos tradicionales y los caladeros de votos del PSOE habían sido los de siempre). Aun así Sánchez se empeñó en la cuadratura del círculo podemita y atizó la bicha del PP, una de las cantinelas que más daño está haciendo a la cohesión social de este país.

El PP no es un partido reaccionario, aunque alguno de sus dirigentes lo sean. Tampoco la diferencia política entre ambos partidos es insalvable, por mucho que se empeñen los socialistas. Si son capaces de pactar con Ciudadanos, no veo el impedimento ideológico que les imposibilite hacerlo con el PP. Quizá haya que refrescar lo sucedido durante el primer mandato del malvado Aznar. Después de tres huelgas generales convocadas en contra de las medidas adoptadas por los gobiernos de Felipe González, el Gobierno popular firmó en apenas dos años tres acuerdos con UGT y CCOO acerca de las pensiones, la reforma laboral y la contratación a tiempo parcial. Un buen ejemplo del camino que hay retomar, por parte de unos y de otros. Lo incomprensible es que en el PSOE parecen insistir en esta absurda radicalidad tan improductiva para el país como inexplicable para su formación, ya que ha puesto en manos de sus mayores enemigos políticos algunos de los ayuntamientos más poblados de España. Otros que escuchan poco.

De igual manera, no parece que los redentores de Podemos atiendan demasiado al pueblo que tanto invocan. Todos los indicadores tras la legislatura más corta de la moderna democracia mostraban su desgaste. En lugar de preguntarse las causas, pretendieron camuflarlo a su estilo, con otro golpe mediático y oportunista: un acuerdo con Izquierda Unida. Ahora se preguntan desconcertados por qué cuanto más se alían menos les votan. Quizá sea por convertir la política en un escenario en el que se interpreta cada día un vodevil cuando no un guiñol. O ya subidos en él, por dar un triple salto mortal que les convierte de bolivarianos en noruegos pasando por griegos, para cerrar la función con un truco de magia que metamorfosea a Marx en Olof Palme.

Tanto más difícil todavía es demasiado hasta para un auditorio ávido de cambios y de regeneración necesarios. Es lo que ocurre cuando se supedita la política a la mercadotecnia, que no se terminan de superar las contradicciones propias. No puede uno transmutarse en socialdemócrata mientras se pacta con Garzón sin que alguien se pregunte si las tablas del escenario no esconderán un doble fondo. O a lo mejor ha terminado por pasarles como a los partidos de las casta, que no comunican bien y que el catálogo de Ikea no era el envoltorio más conveniente. El público es tan voluble que hasta las encuestas más rápidas siempre llegan tarde. Y que lo único que se les ocurre es encargar más encuestas…

Por último, Rivera insiste en supeditar la regeneración de España a la marcha de Rajoy. Habida cuenta de los resultados electorales y de los pactos de todos los colores que inundan nuestro mapa político, no debería ser obstáculo para que se pusieran en marcha en lo esencial. Al fin y al cabo la política es tan irracional como el fútbol. Hay que aceptar las derrotas, aunque nos parezcan injustas y sin sentido. Seguro que Rajoy no es el mejor candidato para la regeneración, pero visto lo visto y siendo prácticos -no sea que en una tercera vuelta le vaya a ir todo peor- Rivera no debería obstinarse en contra de sus propias palabras, y tal y como reclama, tendría que olvidarse de los sillones y de quienes los ocupan. Así se colgaría más medallas: regenerar España, aun y con Rajoy.

Para quienes llevamos tiempo observando la actualidad fuera de la burbuja política y con cierta distancia porque nunca hemos vestido la camisa de ningún partido, la actitud de nuestros políticos es descorazonadora. Ni siquiera las habas que se han cocido en el brexit nos traen consuelo. Los votantes hablamos en diciembre y como los políticos no nos escucharon ahora lo hemos vuelto a decir más alto. A ver si los que antes se hicieron los sordos prestan un poco más de atención, no sea que a la tercera no tengan nada que pactar y sea peor para todos nosotros. Las urnas dictan un gobierno de centro derecha que no se desvíe demasiado de las aspiraciones de la izquierda, al tiempo que nos muestran una voluntad de los catalanes a la que hace tiempo que debería haberse escuchado. No parece que la calma marianista haya dado sus frutos en este caso, más bien lo contrario.

A pesar de todo, con el panorama bastante más diáfano que hace unos meses, oídas las primeras declaraciones y observadas las primeras actitudes de los responsables políticos, uno tiene la sensación de que siguen en su limbo ajenos a lo que les contamos, absortos en su estrechez de miras que no va más allá de sus rácanas tácticas partidistas. Espero que solo sean las propias de la situación previa a una negociación en ciernes. Aunque, francamente, con el hartazgo que llevamos encima y con la tarea que tiene España por delante podrían habérselas ahorrado.

José Luis Llorente es columnista de El ESPAÑOL.

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