Los políticos y la crisis

Que los candidatos a la presidencia del Gobierno no se aclaren demasiado sobre qué harán para arreglar la maltrecha economía si ganan las elecciones no es del todo culpa suya. Y es que la crisis económica es también una crisis de conocimientos. Resulta ser una penosa paradoja, pero lo cierto es que en una época de avances científicos en casi todos los campos hay una excepción: la ciencia económica se encuentra atrasada, como se hace patente cada día con motivo de lo que todo el mundo llama ya la Gran Recesión.

Las recetas de los economistas para sacarnos del atolladero suelen ser contradictorias, sin que los gobernantes sepan a qué carta quedarse. Como ellos no se presentan a las elecciones, son los políticos, muy particularmente los que están en el poder, quienes pagan el pato de la ignorancia, pues la mayoría de los ciudadanos no sabe que a corto plazo no hay o no se conocen soluciones para la crisis y piensa que lo que ocurre es que quienes gobiernan son unos incapaces.

En realidad, no es que los economistas no sepan qué es lo que está mal en la economía y qué es lo que requiere arreglo. Lo que no saben es en qué orden y con qué consecuencias habría que tomar medidas para sanar al enfermo. Diagnosticar la enfermedad es fácil. Lo difícil es prescribir el tratamiento, pues como la patología está muy extendida, cualquier remedio para mejorar una parte dañada hace que empeoren otras. Por ejemplo, es obvio que en España urge atajar el desempleo, ¿pero cómo?

Usar dinero público para obras de infraestructura que diesen trabajo a desocupados, una de las soluciones llamadas keynesianas, no es posible, puesto que condición sine qua non para salir de la crisis es cuadrar las cuentas públicas y reducir el déficit. Estimular la oferta de trabajo del sector privado con incentivos fiscales o subvenciones tropieza con el mimo problema, al igual que aumentar la demanda de los consumidores con menos impuestos o más ayudas públicas.

Una solución distinta sería incrementar las exportaciones para que la demanda exterior sustituyera a la débil demanda interna. Para ello, sin embargo, hace falta más productividad y competitividad, lo que no se logra de la noche a la mañana y donde hay que recuperar años perdidos.

Otro círculo vicioso es el que se registra en la economía financiera. Para que haya crecimiento es esencial que bancos y cajas den más crédito, cosa harto difícil cuando casi todas esas entidades están en mala situación por la morosidad y también por tener mucha deuda soberana, es decir, emitida por los Estados. Esa deuda, antes de la crisis era un activo intachable. Hoy, ha perdido y sigue perdiendo valor, con lo que muchas entidades se encuentran descapitalizadas, no pueden dar crédito, la economía se paraliza, hay menos ingreso fiscal, la deuda pública se sigue debilitando, los bancos se descapitalizan aún más...

¿Qué dicen nuestros políticos ante esa situación? De los candidatos a la presidencia del Gobierno, el muy previsible ganador ha optado por la prudencia e incluso por la indefinición. Una prudencia inteligente, pero una indefinición que no podrá mantener en La Moncloa, donde le esperan tiempos difíciles en los que tendrá que hacer penitencia por haber dicho hasta la saciedad que la crisis se debe a la inepcia de los gobernantes, afirmación que obviamente se puede volver en su contra, cuando pasen los meses y, si Dios o la Unión Europea no lo remedian, la crisis se mantenga o incluso se agrave.

En cuanto a los socialistas, su candidato proclama dos cosas. Una, que tomará medidas concretas que aumenten el ingreso público y reduzcan el gasto no social. Otra, que mantendrá e incluso mejorará el Estado de bienestar. La primera tiene el inconveniente de que, al cuantificarse, todo ello se quede en el chocolate del loro. La segunda promesa, relacionada con el difícil presente y el incierto futuro del Estado de bienestar, es el gran reto de la socialdemocracia. El PSOE tendrá probablemente cuatro años para pensar en ello, lo que debería hacer de consuno con sus correligionarios europeos.

Por lo que atañe al resto de los partidos, los nacionalistas ven la crisis con anteojeras al referirla solo a su nacionalidad, lo que supone un serio inconveniente en unos tiempos de globalización. Por lo que hace a la izquierda minoritaria, su objetivo es tan encomiable como inviable: salir de la crisis y, al tiempo, lograr un orden social y económico más justo. Los indignados del 15-M ni siquiera hablan de la crisis; su meta es hacer una suerte de revolución mundial que acabe con las imperfecciones de este bajo mundo. Ojalá lo consiguieran, pero el simple sentido común obliga al escepticismo.

Por Francisco Bustelo, catedrático emérito de Historia Económica y rector honorario de la Universidad Complutense.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *