Los presos deberían leer a Joyce

Si es usted un autor de ficción de los buenos, es decir, de esos que no ganan un euro pero poseen el prestigio de Thomas Mann o Marcel Proust, no desespere, aquellos que han pensado hasta ahora que su obra es un tostón pueden ahora percibirla de manera radicalmente distinta gracias a un estudio de la New School for Social Research de Nueva York que ha descubierto que leer literatura de ficción de alta calidad, que es donde usted se halla, ayuda a reconocer los sentimientos de las otras personas, es decir, mejora su condición de empatía social, algo que no logran, según ese estudio, sus compadres de literatura popular, esos que se forran los bolsillos publicando noveluchas que solo sirven, según ese estudio, para evadirse.

Después de este estudio, el mundo de la alta cultura ha respirado tranquilo: ya tenemos justificación para seguir existiendo. Así que ya sabe, escriba una obra de ficción que pueda colocarse al lado de Joyce, Mann, Proust, o mejor, Faulkner, con esos seres patológicos del Sur, y verá como hace un gran favor a su vecino, que a partir de ahora, si le lee, verá incrementada su capacidad de comprensión del mundo. Los resultados han sido publicados en

que ya se sabe que es revista prestigiosa, aunque poco empática, pero es que es científica, y es la feliz consecuencia de una ardua serie de trabajos con voluntarios donde se les hizo leer de todo aunque no nos ha sido desveladas narraciones ni autores. Los lectores fueron sometidos a cinco pruebas destinadas a saber lo que otra persona sentía mirando la foto de un rostro, o respondiendo a el modo en que una persona con unas características determinadas reaccionarían ante determinadas circunstancias. Ni que decir tiene que los que habían obtenido mejor calificación fueron los que habían leído obras de ficción de calidad superior.

David Kidd, que así se llama el director del equipo que ha llevado a cabo estos experimentos, asegura que «este tipo de literatura está específicamente enfocada en la psicología de los personajes y pone al lector en una posición activa frente a la lectura. De esta forma, al estar enfocado en entender la reacción de los personajes, los lectores están especialmente sintonizados con las emociones y pensamientos de los otros».

La cosa parece explicarse debidamente porque según Kidd la vida real, al igual que las de las grandes novelas, está llena de personajes complejos cuyas vidas interiores no son fácilmente discernibles, lo que requiere un esfuerzo intelectual para ubicarse en el mundo. Ergo…

El estudio concluye que este tipo de literatura ayudaría a rehabilitar a los presos, o para ayudar a las personas con autismo. Los científicos de la Universidad Andrés Bello, al enterarse del informe, han puntualizado que las películas cumplirían la misma función, pero las buenas, no las que reflejan violencia o simplemente son proclives a desatar emociones primarias.

Déjese, por tanto, de zarandajas y abandone ese lado oscuro y maldito del autor que escribe literatura de alta calidad. Son actitudes que vienen del Romanticismo. Abandone ese lado esnob que le hace creerse por encima de los demás imponiéndoles su propia y exclusiva visión del mundo. Sea más democrático, hombre. Atienda al gusto de sus lectores, su gusto amplio.

Esta retahíla de reproches que como dedo acusador se escondía, agazapado, tras el maltrecho imaginario de muchos escritores de ficción de alta calidad ha quedado, por fin, hecho añicos gracias a estos ilustres científicos, pues demuestran que ese solitario camino hacia las estrellas ocultaba una misión casi secreta: el de servir, en las sociedades surgidas de la sopa postmoderna del siglo XXI, como la necesaria ligazón social que la política del momento es incapaz de ofrecer. No profundicemos, de todas maneras en el estudio, pues en el fondo de lo único que atiende es a la dramatización de las situaciones, de su teatralidad en un escenario dado, en este caso el social. En cualquier caso no podemos dejar de dar constancia de la coherencia, que semeja un tanto lo obvio, que estos científicos mantienen hacia su profesión: se trata de sociólogos prestigiosos, gentes que manejan estadísticas y las plasman en dibujos con forma de campana. Si usted, además de escritor de ficción de alta calidad, le ha dado por ser un intelectual, peor si se escora hacia el lado francés, y, por lo tanto, tiene tendencia a marear con lo que al resto de la humanidad le parece de cajón, sepa que este estudio no le quita su parte de razón. Sencillamente no se ocupa de ello. Sólo atiende a la cohesión social y la virtud de elevar las emociones primarias a emociones complejas. No se alarme.

Sin embargo usted, que es autor de alta ficción, posee un lado oscuro, fatal, casi demoníaco. También escribe poesía, y le gusta poco el cine. Malo. Sepa que de los poetas no se dice nada. Su labor, que en la Antigüedad se emparentaba como mensajero del lenguaje divino, es pura paparrucha: al no escribir sobre personajes, al no mantener una situación dramática, su labor es individualista, casi autista, lo que agravaría a las personas que padecen esta enfermedad porque no les provocaría a salir de su estado de ensimismamiento.

Platón quiso expulsar a los poetas de su República ideal por considerarlos peligrosos, no inútiles, pero ya sabe, abandone el poema, esa sucesión de sonidos elocuentes movidos a resplandor, según otro poeta, Juan Larrea, y escriba cosas como «El hombre sin atributos», «La montaña mágica» o «Guerra y Paz», sobre todo «Guerra y Paz», porque ahí pasa de todo, o en su defecto, «Ana Karenina», así podrá contribuir a que los machistas celópatas entiendan mejor a su mujer si ha sido adúltera, y deje de escribir versos como Eliot o Auden o Cernuda o Larrea o Juan Ramón o Machado, los dos, o René Char, o a quién a usted se le ocurra, depende de sus maestros. No sirven para maldita la cosa, no contribuyen a rehabilitar presos, como Kafka o Javier Marías, teníamos que poner un español, ni sirven tampoco para hacer entender a los marginados sociales las ventajas de la integración, imagínense a un amargado de barrio chabolista leyendo a Paul Celan, ¿qué iba a sacar de todo ello?... Por eso, anímese, abandone todo rastro de inmersión en los poemas, usted, que tiene talento y siga dándole al personaje, eso sí, con mucha psicología detrás y, si puede, con tramas terribles, para que los presos se identifiquen con las víctimas… Lo malo es que estos de Nueva York no han caído en la cuenta de qué pasaría si les damos a leer «Crimen y Castigo». Lo mismo se identifican con Raskolnikov, el asesino de viejas.

Juan Ángel Juristo, escritor.

1 comentario


  1. Magnífico artículo sobre la opinión acerca de la literatura de los que no la conocen. Magnífica la fina ironía y la puesta en solfa de falsos informes o estudios, los cuales, en muchas ocasiones, no se explican como se llevan a cabo ni lo que cuestan y como se costean, aunque se pueda suponer.

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