Los problemas que agitan Estados Unidos

Entre los meses de enero y marzo me he ocupado principalmente de cumplir con la amabilísima invitación de participar en las ceremonias de conmemoración del centésimo aniversario de la muerte de Joaquín Costa, eminente pensador y hombre de gran estatura moral muy venerado en Aragón y por gran parte de los científicos sociales españoles. Condicionantes físicos relativos a la utilización de la vista me apartaron de mi asidua lectura de The New York Times, The Economist, The New York Review of Books y otras publicaciones de las que depende mi información cotidiana sobre la actualidad mundial. Cuando a finales de marzo apliqué mi lupa a montones de periódicos no leídos, el ejemplo de Joaquín Costa inspiró el presente esfuerzo por definir los principales problemas de Estados Unidos en la actualidad.

El primero y quizá el principal es el constante incremento que, desde más o menos 1975, viene produciéndose en la desigualdad en la distribución de la renta. Entre 1935, cuando el New Deal del presidente Roosevelt comenzó a generar una clara recuperación económica, y finales de 1970, la mayoría de los estadounidenses tuvo la sensación de que su propio nivel de vida estaba aumentando y de que sus hijos tendrían mejores oportunidades de las que ellos habían tenido. En la década de 1980, el presidente Reagan se enfrentó al nuevo problema de la estanflación (que conjuga elevados índices de precios y de desempleo) cambiando el régimen impositivo, de manera que los asalariados asistieron a un incremento espectacular de sus aportaciones mensuales a la financiación de la Seguridad Social, al tiempo que se reducían los impuestos que gravaban los rendimientos empresariales y del capital. En las décadas posteriores a estos cambios del régimen fiscal la tendencia hacia una mayor igualdad de renta se ha invertido. Reputados economistas discrepan enormemente en su interpretación de esos cambios, pero no cabe duda de que el viraje general registrado desde la década de 1980 favorece a las clases empresariales y profesionales, y a los realmente ricos.

Un segundo y enorme problema de Estados Unidos han sido sus tres guerras elegidas: las de Vietnam, Afganistán e Irak. En esos tres casos EE UU ha invadido países cuya lengua, religión, estructura social e historia nacional eran y siguen siendo enormemente desconocidas para estadounidenses de todas las clases sociales y tendencias políticas, incluyendo, lamentablemente, a la gran mayoría de los diplomáticos. Al identificar negligentemente cualquier hostilidad antioccidental y antiimperialista con un frente unido terrorista mundial, Estados Unidos se ha creado nuevos enemigos en amplias zonas de Asia, dañando su propia reputación como líder presente y futuro de las fuerzas realmente democráticas que hay en el ámbito mundial. En términos generales, durante las Guerras Mundiales del siglo XX, Estados Unidos se enfrentó primero a la Alemania imperial para impedir que conquistara Europa y las colonias de esta en África y Asia; y 20 años más tarde para impedir que el Eje formado por la Alemania nazi, Italia y Japón dominara el planeta. Ninguna justificación positiva puede darse de las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak, que han sido enormemente perjudiciales para la moral y la reputación internacional de EE UU.

Ateniéndonos a la situación actual, el problema más grave de EE UU es la persistencia de la depresión económica posterior al enorme colapso financiero de 2008. Burbujas, estallidos de pánico y bancarrotas han sido rasgos recurrentes de la economía capitalista. Cuando los riesgos y la exageración de las promesas no son excesivos, el sistema se recupera en pocos meses, o en un año o dos. Pero si, como ocurrió en los años anteriores a la Gran Depresión de la década de 1930 o en los primeros años del siglo XXI, los financieros les dicen a sus clientes que el valor de los bienes inmobiliarios, de los recursos naturales o de los productos manufacturados solo puede moverse en una dirección, es decir, hacia arriba, es inevitable que algún tipo de súbita decepción acabe con la confianza de la que al fin y al cabo depende cualquier actividad comercial.

En Estados Unidos la principal sorpresa fue que el precio de la vivienda no aumentara constantemente. Entre el año 2005 y 2007 un número creciente de quienes compraban viviendas dando una entrada escasa y suscribiendo hipotecas cuantiosas descubrió que, al intentar venderlas o refinanciarlas, valían menos en el mercado de lo que aparentemente habían valido en el momento de la compra. Otro factor que pesó sobre la situación inmobiliaria fue que, mientras a los trabajadores y profesionales corrientes se les paga su trabajo después de hecho, en el entorno financiero la mayoría de los pagos, cuando no todos, se hacían "por adelantado". De manera que los vendedores recibían sus honorarios al hacer la venta y el conjunto de las pérdidas, ocurrieran cuando ocurrieran, eran responsabilidad del comprador de la vivienda. No hace falta tener mucha imaginación para comprender la conmoción y amargura de literalmente millones de personas que en los últimos años se han visto "ahogadas", es decir, teniendo que afrontar el pago de una hipoteca con un valor nominal mayor que el precio actual de la vivienda que estaban comprando.

La magnitud y duración de la crisis de las hipotecas tiene que ver con bastantes conductas despreciables, cuando no claramente criminales. Muchos agentes inmobiliarios, al saber que reciben sus honorarios por adelantado, animan a los posibles clientes a comprar casas que saben muy bien que esas personas no pueden costear. En cuanto a los bancos, algunos tienen la costumbre de cambiar la cerradura de la casa cuando el tenedor de la hipoteca se retrasa un mes o dos en el pago de la misma, y lo hacen sin avisarle. Se sabe que algunos han entrado en ellas en ausencia del hipotecado para calcular el valor de los bienes muebles que contiene. Leer las páginas financieras de los periódicos actuales puede ser como leer una novela policiaca: los crímenes han salido a la luz porque ha tenido lugar una investigación judicial.

Finalmente, en este breve repaso a los principales problemas de Estados Unidos mencionaré dos grandes distorsiones que no han dejado de tergiversar el debate público. La primera de ellas es que la Seguridad Social, en 20 o 30 años (las diversas páginas que he leído al respecto discrepan enormemente sobre el momento y las cantidades de dinero mencionadas), no podrá cumplir con sus obligaciones en cuanto a pensiones y que, por tanto, al tener que pagar a los trabajadores más de lo que ellos habrán aportado durante su vida, corre el riesgo de convertirse en una injusta carga pública. Ninguno de esos artículos menciona que el Fondo de Reserva de la Seguridad Social es independiente del presupuesto federal, ni tampoco que el presidente Reagan incrementó las retenciones a los asalariados y se las redujo a las clases más acomodadas de la sociedad estadounidense. En realidad, cuando necesitó liquidez para su propia presidencia, tomó prestada de ese Fondo de Reserva una enorme suma que aún no le ha sido devuelta. Esto significa que el déficit mencionado por los analistas conservadores al debatir la necesidad supuestamente acuciante de reforma de la Seguridad Social incluye miles de millones de dólares extraídos del Fondo, nada menos que por uno de nuestros más admirados presidentes republicanos.

La segunda falsedad es una afirmación beligerantemente planteada por la Asociación Nacional del Rifle, según la cual la segunda enmienda de la Constitución de Estados Unidos garantiza a todos sus ciudadanos el derecho inalienable a llevar armas de fuego. Su beligerancia y los millones de dólares utilizados para avalar o denostar a candidatos a las elecciones han hecho imposible que Ayuntamientos o Gobiernos estatales aplicaran ningún tipo de control sobre los compradores de armas, las circunstancias en las que las adquieren y qué consecuencias tiene ese hecho. Hasta los congresistas y senadores federales o estatales más progresistas tienen miedo de defender cualquier tipo de control gubernamental que pudiera desatar una campaña de la Asociación Nacional del Rifle contra ellos. En el presente artículo no dispongo de espacio para abordar las consideraciones legales relacionadas con esta falsedad, pero prometo hacerlo próximamente en un artículo dedicado al papel del Tribunal Supremo de Estados Unidos.

Por Gabriel Jackson, historiador estadounidense. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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