Es bien conocida la ocasión en que Kennedy pidió a los estadounidenses que se preguntaran qué podían hacer por su país. Recientemente, Obama se hizo eco de ese mismo mensaje en la Cámara de Comercio al pedir a las compañías nacionales que invirtieran en Estados Unidos y ayudaran a crear empleo en él. Esta última alocución vino después del discurso del estado de la Unión, en el cual Obama esbozó una alentadora visión de futuro, en la que la economía estadounidense aparecía competitiva e innovadora. Aunque muchos han señalado que la recuperación económica y el crecimiento futuro tendrían que haber sido la única prioridad de esta Administración, ahora parece haber pocas dudas de que este será el asunto primordial el resto de la legislatura.
Este nuevo enfoque ha ido acompañado de un cambio de estilo y de personal, especialmente con la entrada en la Administración de importantes figuras empresariales, lo cual ha hecho que muchos se pregunten si Obama se ha transformado en un presidente favorable a la empresa. Evidentemente, la idea de que la Administración de Obama es mala para los negocios siempre estuvo fuera de lugar. Resultaba profundamente perverso contemplar a la Cámara de Comercio y a los presidentes de las grandes compañías lamentándose de lo nefasta que es su situación. A finales de 2010, sus compañías, mientras salían de la peor crisis económica desde la Gran Depresión, estaban obteniendo ganancias récord.
Las políticas económicas y sociales de Obama siempre se han centrado en la recuperación de las empresas. Después de la desastrosa gestión económica de George W. Bush, uno se pregunta por qué a la comunidad empresarial le ha costado apreciar eso. A menos, claro está, que su concepción de lo que es favorable a la empresa signifique poco más que hacer cualquier cosa que ellos pidan para aumentar sus ganancias. Al contrario que la economía neoliberal del laissez faire, partidaria de la pura y simple reducción de impuestos, la libertad de mercado y la llamada "economía por goteo", las políticas progresistas de Obama se centran en los factores cruciales que inciden en la capacidad de competir de la economía nacional y azuzan la innovación en el siglo XXI.
Los Gobiernos progresistas eficaces siempre han tratado de alentar el éxito de las empresas y de la iniciativa privada mediante políticas que favorezcan la formación de la población activa y determinen qué infraestructuras necesitan los negocios para prosperar -antes carreteras, vías férreas, puertos y aeropuertos, y hoy trenes de alta velocidad, Internet de banda ancha y energías sostenibles-, y a través de una regulación que corrija los defectos del mercado, impida la formación de monopolios y fomente el desarrollo de nuevos sectores comerciales.
En consecuencia, cuando Obama trata de alcanzar un compromiso más positivo con la comunidad empresarial, busca al mismo tiempo redefinir lo que significa ser favorable a la empresa. Desde hace tiempo, para la recuperación económica de EE UU uno de los desafíos clave ha sido conseguir que las compañías del país reinviertan sus enormes beneficios y capital financiero en la economía estadounidense. Para algunos, cortejar a líderes empresariales como Jeff Immelt, nuevo asesor presidencial para el empleo, supone una capitulación de Obama ante sus detractores. Sin embargo, desde una perspectiva menos ideológica, este nuevo compromiso podría considerarse un golpe maestro. Expuestos a una mayor vigilancia pública, Immelt y sus amigos de la Cámara de Comercio tendrán que mostrar cuidado al lidiar con cuestiones relativas a las futuras inversiones corporativas. Pensemos en la empresa conjunta que hace poco ha anunciado GE Aviation con la Corporación Industrial de la Aviación de China. Para GE es un buen negocio, pero no está tan claro que sean una buena noticia para la economía estadounidense o para el trabajador de EE UU.
Puede que Obama haya neutralizado a algunos de sus detractores más virulentos, obligando a la vez a la comunidad empresarial estadounidense a dialogar sinceramente sobre los desafíos económicos que tiene por delante el país y sobre lo que se puede y necesita hacer para aprovechar futuras oportunidades.
Estamos ante un debate que el presidente puede dirigir y que los progresistas van a ganar. También constituye una importante batalla política. A corto plazo, está claro que el pueblo estadounidense valora su voluntad de centrarse en el empleo y el crecimiento. A la larga, del mismo modo que las anteriores generaciones de progresistas no podían permitirse sobrellevar un programa de seguridad nacional definido dentro de un marco conservador, los de hoy en día necesitan cambiar concepciones sobre el funcionamiento de la economía de mercado y sobre lo que es bueno para las empresas estadounidenses. Los progresistas no suelen llegar al poder sin el apoyo del empresariado. Del mismo modo, las empresas de EE UU, y con ellas los trabajadores, tampoco suelen prosperar sin el apoyo de las políticas avanzadas que aquellos ponen en marcha. Ha llegado el momento de que los estadounidenses se aúnen para dar un vuelco a sus aflicciones económicas, y cuanto antes se den cuenta los presidentes de las empresas y la Cámara de Comercio, mejor.
Por Matt J. Browne, colaborador del Center for American Progress y de la Fundación Ideas. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.