Los que nos dejan

Hay muchas maneras de conmemorar el año que termina. Una de ellas es recordando a quienes nos dejaron, a algunos de los que se han ido definitivamente con su tarea cumplida.

En un medio de comunicación público no se trata de explicar sentimientos íntimos respecto a pérdidas cercanas de familiares o amigos, por más tristes y amargas que sean. Se trata de recordar a algún personaje que ha practicado alguna virtud cívica, es decir, ha participado de alguna manera en la vida pública para devolver a la sociedad algo de lo que ésta previamente le ha dado.

Se dirá que ello es algo bastante común y que muchos lo hacen de forma anónima. Es totalmente cierto: millones de pequeños desconocidos héroes impiden cada día que la sociedad se convierta en una jungla salvaje, violenta, innoble y sin reglas. Es precisamente este anonimato el que nos impide recordarlos personalmente. En cambio, ciertas actividades requieren publicidad y, en algunos casos, sus protagonistas sirven de ejemplo para que los contemporáneos seamos mejores y las generaciones siguientes aprendan de su conducta. En las últimas semanas hemos perdido a dos personajes de la vida pública barcelonesa que, cada uno en su campo y a su manera, responden a estas características

Hemos perdido al periodista Xavier Batalla, tan conocido por los lectores de La Vanguardia. Un periodista es un profesional que debe ejercer su oficio con la diligencia debida, como cualquier otro profesional. ¿Qué añadió Batalla a este común denominador, cuál fue su plus en el periodismo? A mi modo de ver, sabiduría, conocimiento. Y el saber sólo se adquiere con esfuerzo, con mucho y constante esfuerzo, con una férrea voluntad, con los codos sobre la mesa.

Xavier Batalla, aunque hizo de todo en el periodismo que trata de la política internacional, se dedicó en las dos últimas décadas al análisis más que a la crónica. El riesgo de todo periodista es creer que su gran fuente de conocimiento es la lectura de periódicos. Si cae en este riesgo, el periodista añade poco a la opinión pública, se limita a repetir, con más o menos habilidad, disimulo, y brillantez, las ideas de los demás sin aportar nada nuevo. Pero también está el periodista que analiza desde sus propios presupuestos, desde sus personales referentes cuidadosamente elaborados tras años de estudio y reflexión. No ha leído sólo prensa sino también, de forma disciplinada y sistemática, ha leído libros.

Este fue el caso de Xavier Batalla: a la vez era especialista y periodista. Siempre aprendías leyéndolo porque no te daba su versión de los hechos como una conclusión sin fundamentar, sino que te explicaba las razones que le habían llevado a tal conclusión. Podías discrepar de las premisas, incluso no estar de acuerdo con la argumentación ni, por tanto, con la consecuencia última de su análisis, pero siempre aprendías porque los datos y las razones que te suministraba te hacían pensar, al fin y al cabo la principal finalidad de todo artículo. Nunca podré pagarle la deuda contraída por sus análisis en este periódico de los conflictos de Iraq, Afganistán y los Balcanes. Sea este recuerdo un grano de arena en la restitución de esta deuda.

También se nos ha ido Carlos Güell de Sentmenat. La necrológicas han subrayado sus facetas de ciudadano, empresario, político y prócer barcelonés. Pero de todas estas facetas yo querría ahondar en la ciudadana y destacar su papel al crearse el Círculo de Economía en la gris Barcelona de los años cincuenta. Desde entonces hasta hoy, el Círculo ha sido un centro de debate y opinión muy importante en la vida catalana y española.

La personalidad de quienes fundaron el Círculo es sorprendente. Carlos Güell y su grupo de jóvenes amigos (entre ellos, Carlos Ferrer Salat, Juan Mas Cantí, Arturo Suqué, Carlos Cuatrecasas y José Pujadas) eran unos niños bien de Barcelona, unos potenciales pijos pertenecientes por nacimiento a la alta burguesía, ejemplares típicos de la época de “la pérgola y el tenis”, como agudamente la describió Jaime Gil de Biedma, tan niño bien como ellos. Lo normal hubiera sido que se limitaran a esquiar en La Molina, jugar al golf en Puigcerdà, montar a caballo en el Polo, el aperitivo en Bagatela, comer en el Finisterre, cenar en La Masía y veranear en Caldetes.

Pues bien, probablemente hicieron todo esto pero, además, se dedicaron a trabajar y, ahí está lo sorprendente, también emplearon tiempo y esfuerzo en asuntos que iban más allá de sus estrictos intereses privados. Para ello crearon una asociación de jóvenes empresarios, de jóvenes cachorros del neocapitalismo, como se les llamaba entonces, con el objetivo de que la sociedad española se preparara para integrarse en la Europa liberal y democrática que se desarrollaba al norte de los Pirineos. Eran elitistas conscientes de su función. Esto fue el Círculo de Economía y Carlos Güell uno de sus principales impulsores. Hasta el final tuvo esta necesidad de participar en la vida pública: ya muy enfermo, muy poco antes de morir, publicó en este periódico un artículo advirtiendo que la independencia de Catalunya le parecía una gran insensatez.

Francesc de Carreras, catedrático Derecho Constitucional.

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