Tenemos bien poquito de lo que presumir tras casi 20 años de esfuerzos por impedir el recalentamiento del planeta. Las promesas de reducir las emisiones de carbono que se hicieron en Río de Janeiro en 1992 no se han convertido en realidad. Los compromisos más serios que se adquirieron en Kyoto cinco años después no han conseguido mantener las emisiones bajo control. La única enseñanza posible es que los acuerdos de reducción de emisiones de carbono son una fórmula costosa, políticamente difícil y, a la postre, ineficaz, de reducir los aumentos de la temperatura.
Es una enseñanza de la que muchos no quieren enterarse. Arrastrados por la presión de las grandes empresas y los activistas famosos, los políticos tienen previsto reunirse en Copenhague en diciembre para negociar un nuevo tratado sobre las emisiones de carbono. Aun en el supuesto de que se las arreglen para salvar sus diferencias y firmar algún tipo de acuerdo, lo más probable es que los políticos del mañana no lleguen a cumplir los compromisos. El recalentamiento del planeta no exige que se haga algo; exige que se haga algo eficaz. De no ser así, no haremos más que perder el tiempo.
Para posibilitar un debate informado, el Copenhagen Consensus Center ha encargado una investigación centrada en los costes y beneficios de todas las opciones de política medioambiental. El conocido economista experto en clima, el profesor doctor Richard Tol, ha llegado a la conclusión de que un impuesto sobre las emisiones de carbono es la única posibilidad de reducir estos gases. Además, tendría sentido económico. Su trabajo ha demostrado la inutilidad de los esfuerzos por mantener los aumentos de temperatura por debajo de los 20 grados mediante la reducción de emisiones.
Algunos modelos económicos consideran que ese objetivo es imposible de alcanzar sin la adopción de medidas drásticas, como la reducción de la población mundial en un tercio. Los modelos que consideran viable la consecución del objetivo demuestran que el PIB (Producto Interior Bruto) del mundo entero sufriría una tremenda contracción, del orden del 12,9% en el 2100, es decir, una disminución de 40 billones de dólares al año.
No faltan quienes afirman que el recalentamiento del planeta será tan terrible que una disminución del 12,9% del PIB es un precio reducido a cambio de impedir que se produzca. Ahora bien, hay que tener en cuenta que la mayoría de los modelos económicos demuestran que permitir el recalentamiento del planeta sin ponerle coto costaría en 2100 a las naciones ricas alrededor de un 2% de su PIB y a los países pobres, alrededor del 5%.
Incluso esas cifras son una barbaridad. Un grupo de economistas venecianos del clima, dirigidos por el profesor Carlo Carraro, ha examinado en detalle cómo se adaptará la población a los cambios climáticos. En las zonas con menos agua para la agricultura, los campesinos utilizarán más el riego por goteo, por ejemplo, mientras que los que dispongan de más agua obtendrán mejores cosechas.
Teniendo en cuenta esta denominada «adaptación al mercado» de carácter natural, nos aclimataremos a los efectos negativos del recalentamiento del planeta y aprovecharemos en nuestro favor los cambios, lo que de hecho generará un efecto positivo del recalentamiento del planeta en los países de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), del orden del 0,1% de aumento del PIB en el año 2100. En los países pobres, la adaptación del mercado reducirá las pérdidas relacionadas con el cambio climático al 2,9% del PIB, lo que sigue suponiendo un efecto negativo considerable. El verdadero problema del recalentamiento del planeta consiste en atajar sus terribles efectos en el tercer mundo.
Carraro demuestra que la adaptación evitaría mucho más el cambio climático que la reducción de emisiones de carbono. Reducir las emisiones a un nivel que no acabe con el crecimiento económico podría evitar unos perjuicios valorables en tres billones de dólares, mientras que la adaptación podría evitarlos por un importe de ocho billones de dólares. Por cada dólar que se invierta en adaptación, obtendríamos alrededor de 1,7 en términos de cambios positivos para nuestro planeta.
La adaptación significa asimismo el salvamento de muchas vidas en las catástrofes debidas al recalentamiento del planeta. Si preparamos a nuestras sociedades para los más violentos huracanes del futuro, las estamos asimismo ayudando a afrontar en mejores condiciones los fenómenos climáticos extremos de nuestros días.
No deberíamos olvidarnos de las emisiones de gases de efecto invernadero. La profesora Claudia Kemfert demuestra que, en términos de minimización de los daños producidos por el clima, reducir las emisiones de metano es más barato que reducir las emisiones de carbono y, como además el metano es un gas de vida mucho más corta, su disminución puede contribuir en gran medida a evitar parte de lo peor del recalentamiento a corto plazo. Hay otros estudios que ponen de relieve los beneficios de reducir las emisiones de carbono y las ventajas de utilizar los bosques para reducir los gases de efecto invernadero, sobre todo si nos planteamos unos objetivos drásticos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
También merecen que se les preste atención algunos planteamientos de políticas más escoradas a la izquierda. En una investigación revolucionaria, el doctor J. Eric Bickel y Lee Lane han estudiado los costes y beneficios de manipulación del clima. Una propuesta, el blanqueamiento de la nubosidad marina -procedimiento en virtud del cual desde barcos se rociarían con agua de mar las nubes marinas para hacer que reflejaran una mayor cantidad de luz solar que se devolvería al espacio-, intensificaría el proceso natural por el que la sal de los océanos aporta vapor de agua a los núcleos de condensación de las nubes.
No dejan de resultar sorprendentes las conclusiones a las que llega el doctor Bickel: podríamos ser capaces de contrarrestar el recalentamiento del planeta en este siglo con una inversión de nueve mil millones de dólares en esta tecnología. Y que sus beneficios, gracias a que se evitaría el aumento de la temperatura, sumarían en torno a los 20 billones de dólares. Esta proporción es equivalente a ahorrar alrededor de dos mil dólares de graves daños climáticos por cada dólar invertido.
Las preocupaciones de orden ético en torno a la manipulación del clima deberían ser parte de nuestro debate pero, si lo que más nos importa es evitar temperaturas más elevadas, parece que deberíamos mostrarnos alborozados de que este planteamiento tan simple y tan eficaz en términos de coste ofrezca perspectivas tan prometedoras.
Otra alternativa consiste en centrarse en una respuesta tecnológica al recalentamiento del planeta. Va a hacer falta toda una revolución tecnológica para poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles y todavía no estamos siquiera en puertas de la puesta en marcha de esa revolución.
Los profesores Chris Green e Isabel Galiana señalan que las fuentes de energía a partir de combustibles no fósiles, como la energía nuclear, la eólica, la solar y la geotérmica, de acuerdo con lo que hoy está a nuestro alcance, no nos llevan más que a menos de la mitad de la distancia hasta la meta de conseguir que se estabilicen las emisiones de carbono en el año 2050, una parte minúscula de lo que nos quedaría hasta conseguir su estabilización en el año 2100.
Un impuesto sobre las emisiones elevadas de carbono no hará más que perjudicar el crecimiento económico si no hay disponible una tecnología alternativa, lo que no llevará sino a empeorar nuestra situación. El profesor Green propone que los políticos abandonen todas esas negociaciones tan difíciles sobre la reducción de las emisiones de carbono y que en su lugar lleguen a acuerdos de inversión en investigación y desarrollo.
Invertir anualmente unos 100.000 millones de dólares en investigación de energías que no produzcan carbono significaría que, en lo fundamental, podríamos resolver el cambio climático en el plazo de un siglo. Green calcula los beneficios -desde la reducción del recalentamiento hasta una mayor prosperidad- y llega a una conclusión más bien conservadora de que, por cada dólar invertido, este planteamiento equivaldría a unos 11 dólares para evitar daños originados por el cambio climático.
Este planteamiento no sólo tendría unas probabilidades mucho más elevadas de atajar de manera efectiva el cambio climático, sino que gozaría de muchas más probabilidades de éxito político, porque países que tienen miedo de firmar unos objetivos de reducción de emisiones que les resultan muy costosos se sentirían sin embargo más inclinados a aceptar la senda más barata y más presentable de la innovación.
Está claro que las reducciones de gases de efecto invernadero no son la única respuesta al recalentamiento del planeta.
A nuestra generación no se la juzgará por la brillantez de lo que diga acerca del recalentamiento del planeta o por el grado de nuestra preocupación al respecto. Se juzgará si habremos sido capaces o no de poner coto al sufrimiento que este problema va a causar. Es imperiosamente necesario que los políticos dejen de prometernos la Tierra y empiecen a considerar métodos más eficaces de ayudarla.
Bjorn Lomborg, director del Copenhagen Consensus Center, autor de Cool It y de The Skeptical Environmentalist.