Los refugiados como excusa

A medida que se han conocido más detalles sobre las agresiones sexuales que decenas de mujeres sufrieron durante el de Fin de Año en Colonia, hay dos palabras que han surgido en los análisis de los medios internacionales: secretismo e histeria. Son, en ambos casos, conceptos que van en contra de la normalidad deseada en toda sociedad y sobre todo de la normalidad tal como se entiende en Alemania. El secretismo proviene de la policía, que durante los primeros días ocultó y minimizó los hechos, reduciéndolos casi a un efecto colateral de la fiesta. La destitución, días después, del jefe de la policía de Colonia situó de nuevo en la dimensión real. Entonces se produjo la irrupción de la histeria.

¿Por qué desde el principio la policía no divulgó las denuncias por agresión sexual? Probablemente por el perfil bajo que ejerce el cuerpo público en Alemania, y que se concreta en la sensación de que las calles son un lugar seguro y con escasa violencia (en todo el 2015 Alemania solo se produjeron ocho muertos por disparos en los que la policía estaba implicada). Así, estos días se ha filtrado a la prensa un informe interno de la policía de Colonia, en el que se explicaba que los policías que patrullaban en la celebración de Año Nuevo se encontraron indefensos -eran demasiado pocos- cuando se comenzaron a producir las agresiones en masa.

Es posible que la policía alemana tenga un exceso de autoconfianza, como si el péndulo hubiera ido demasiado lejos en la complacencia, después de décadas de extrema vigilancia y control, el llamado Polizeistaat que creció desde la posguerra. La amenaza internacional de los radicales islámicos quizás debe hacer replantear esta laxitud, pero también en otras esferas: las cifras de 2013 de Eurostat indican que Alemania es el cuarto país de Europa donde se denuncian, precisamente, más casos de violencia sexual, después de Suecia, Escocia y Bélgica.

Por otra parte, este perfil bajo policial entiende también a partir del sentido de la responsabilidad de los alemanes hasta en las cuestiones más básicas. Quien haya vivido una temporada conoce el respeto de las leyes (nadie se salta los semáforos en rojo) y la delación del vecino se alienta, cuando se justifica en los juzgados. Se puede decir que hay intrínsecamente, sobre todo entre la clase media acomodada, un orgullo del papel social que tiene cada uno.

Esta actitud también es bastante uniforme en cuanto a la tolerancia. Hace unos meses, cuando Angela Merkel anunció su política de puertas abiertas, con la llegada de más de un millón de refugiados sirios, muchos alemanes reaccionar con comprensión e incluso con un voluntarismo ejemplar. Solo los grupos de extrema derecha y neonazis pusieron el grito en el cielo y sacaron toda la batería de tópicos y prejuicios para criticar la decisión de Merkel.

La noche de Fin de Año, la policía de Colonia dio cuenta de que los 31 detenidos iniciales, más de la mitad eran refugiados que habían pedido asilo. Algunos venían del norte de África y también había cuatro de Siria. Primero probó de contener la información, pero cuando finalmente se hizo pública, aunque la cifra de sirios era pequeña, se desató la histeria social. No solo entre los grupos de extrema derecha como Pegida, contarios a «la islamización de Occidente», sino en una escala más amplia. Merkel anunció seguidamente deportaciones exprés, endureciendo la ley existente para los refugiados, y los medios de información de mayor alcance también se abonaron. La revista Focus, por ejemplo, una de las de mayor circulación, publica esta semana en portada una foto de una mujer desnuda, rubia y joven, con el cuerpo lleno de la huella de manos negras. El titular dice: ««Las mujeres acusan», y el subtítulo: «Después de los ataques sexuales de los inmigrantes, ¿todavía somos tolerantes o estamos ciegos?». La sutileza, ya se ve, va escasa.

Estos días, a medida que se saben más detalles de las agresiones a Colonia, crecen el número de denuncias, también en ciudades como Hamburgo o Stuttgart. Cada vez coge más peso la posibilidad de un ataque organizado y, de hecho, las últimas investigaciones explican que varios detenidos, que apenas hablan alemán, llevaban papeles donde habían escritas frases como «me gustan tus pechos» o ««quiero follar». Si se confirma la tesis del crimen premeditado, habrá que preguntar quién puede haber provocado la situación. Cuesta imaginar que unos cuantos refugiados sean tan ingenuos para prestarse voluntariamente al crimen, y en cambio es fácil ver como un ejemplo del clima incendiario y de inseguridad que siempre está en boca de los grupos de extrema derecha: como lanzar gasolina al fuego.

Jordi Puntí, escritor.

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