Los refugiados y la erosión de Europa

La llegada masiva de refugiados erosiona el proyecto europeo que creíamos inquebrantables. El espejo del mar refleja una Europa insolidaria con los de fuera pero también con los de dentro. Grecia e Italia, que concentran la mayoría de embarcaciones procedentes de Turquía y Libia, son víctimas de la insolidaridad de sus países vecinos. Solo en Atenas se acumula una población flotante de cerca de 100.000 refugiados.

Lesbos recibe a diario hasta unos 8.000, algunos de ellos muertos. Y según la ACNUR, el mar se ha tragado ya a más de 4.000 personas, muchas de ellas niños. Frente a esta tragedia los países europeos muestran 'grosso modo' tres tipos de actitudes: el rechazo frontal a los refugiados --Hungría, Polonia, Eslovaquia, Reino Unido--, predisposición a la acogida con tendencia al cierre --Alemania, Suecia, Dinamarca y Austria como destinos, y Grecia e Italia como países de primera línea-- y, finalmente, pasividad --España, Francia, Portugal y Suiza, entre otros estados--.

El primer y el tercer grupo forman la Europa insolidaria, y el primero muestra incluso actitudes propias de la extrema derecha que recuerdan capítulos nefastos de la historia europea. Los países que hasta ahora han acogido a los refugiados denuncian la falta de corresponsabilidad del resto. Y más allá de los estados, mientras los movimientos ciudadanos de solidaridad, como Solidarity 4All en Grecia, salen en su apoyo, organizaciones de extrema derecha antiislámicas como el Frente Nacional en Francia y Pegida en Alemania presionan para que se cierren fronteras y se segregue a las comunidades musulmanas y migrantes.

¿Entonces, qué hacer? El santo y seña debería ser el de la fraternidad de los pueblos, para afrontar este desafío con empatía para con las víctimas. También habría que relevar de sus cargos a los que hacen como si nada pasara y desenmascarar a los que para ganar votos instrumentalizan el miedo de las gentes. Se trata de una tarea colectiva que afecta al conjunto de los países y de los ciudadanos. Porque una sociedad no puede vivir bien si la contigua sufre graves problemas.

Para hacer frente al problema hay que levantar un movimiento transeuropeo dirigido a situar la fraternidad como elemento organizador de nuestras sociedades.

Lesbos se ha convertido en faro de este movimiento. También Barcelona y otros municipios se proponen ser faro. Para ello debería desafiarse la Europa de los estados, las corporaciones y la securitización, para reconvertirla en la Europa de los Pueblos. Y el ámbito municipal debe tener un peso relevante, tanto porque es un espacio de mayor democracia como porque gestiona mejor muchos de los problemas que hoy son competencia de los estados.

Este movimiento debería articularse en torno a cuatro líneas. Primera, tender puentes entre ciudades desbordadas por la llegada de refugiados y la red de municipios y barrios refugio. Deberían abrirse tanto canales institucionales --acuerdos de acogida y de cooperación transmunicipal, visados humanitarios-- como ciudadanos, con gente yendo y viniendo y facilitando el ciclo integral de acogida. En ocasiones habrá que desobedecer a los estados como hicieron las denominadas Sanctuary Cities norteamericanas en los años 80 y 90 con los migrantes centroamericanos a los que el gobierno pretendía deportar.

En segundo lugar, habría que forzar a la UE a abrir un corredor humanitario que ponga fin a los naufragios, las muertes y la humillación de quienes se ven obligados a escapar de Siria, Irak y otros países en conflicto. Europa tiene que mirar menos a Frontex y más a Proactiva Open Arms.

Tercera línea: sustituir Dublín II por un mecanismo de reasentamiento que tenga en cuenta la red de puentes y que obligue a los países miembros a compartir la carga y la oportunidad que supone la acogida de refugiados. Y finalmente, los gobiernos de Europa deberían entender que el incendio que contribuyeron a provocar en Irak, Libia y Afganistán y cuyos efectos están afectando ya a Europa, lo hará con más fuerza si siguen avivándolo con nuevos bombardeos en Siria, con el apoyo político y militar a la represión en Arabia Saudí, Israel, Egipto y Turquía, e inyectando millones de euros a algunos de estos estados a cambio de gas y de petróleo.

Sin ir más lejos, el Gobierno del PP vendió en la primera mitad del año pasado 447,3 millones de euros en armas a Arabia Saudí, justo cuando bombardeaba pueblos enteros del Yemen en los que ya han muerto 6.000 personas.

Dejar de echar gasolina al fuego, desmantelar Dublín II, abrir un corredor humanitario y construir una red fraternal de ciudades refugio: he ahí algunas de las tareas imprescindibles para que Europa no tenga que avergonzarse de sí misma.

David Llistar, cofundador del Observatori del Deute en la Globalització.

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