El 20.° Congreso Nacional del Partido Comunista de China, que otorgó al presidente Xi Jinping un inaudito tercer mandato como secretario general, también llevó adelante una reestructuración con la que reemplazó a los tecnócratas favorables a los mercados con partidarios de Xi y generó con ello dudas sobre los planes chinos para la tambaleante economía del país. Está demostrado, después de todo, que el exceso de control estatal es una receta para quedar envueltos en la trampa del ingreso medio, que los líderes chinos prometieron evitar hace mucho tiempo.
El ritmo vertiginoso de la inversión estatal en bienes raíces e infraestructura —la estrategia de estímulo preferida de China— generó rendimientos decrecientes. La reducción del crecimiento económico implicó la inevitable caída de los precios de oficinas y viviendas. Esto se da especialmente en las ciudades más pequeñas, pobres y menos desarrolladas, que representan en su conjunto más del 60 % del PBI chino. Los precios de la vivienda en las ciudades chinas de lo que se suele llamar tercer y cuarto nivel cayeron aproximadamente entre el 15 y el 20 % en los últimos dos años. Lo más probable es que se dé algún tipo de estancamiento financiero sostenido, y aun si no se asemeja del todo a una crisis bancaria al estilo occidental, la caída concomitante de los créditos inhibirá de todas formas el crecimiento.
Los bienes raíces constituyen una parte tan grande de la economía china que una desaceleración sostenida podría llevar a que la economía se estanque durante años, algo similar a las décadas perdidas de Japón desde 1990. Teniendo en cuenta la demanda directa e indirecta, los bienes raíces representan aproximadamente el 23 % de la producción y el 26 % de la demanda final (esta última cifra incluye la importación neta).
Antes del último par de años, el crecimiento ultrarrápido del ingreso apuntaló la suba espectacular de los precios de las viviendas en China, y las expectativas del crecimiento futuro los impulsaron más aún. Si se estanca el crecimiento del ingreso, los precios de los bienes raíces residenciales y comerciales chinos podrían colapsar como un castillo de naipes y arrastrar consigo a los bancos y gobiernos locales que prestaron frenéticamente al sector.
Muchos —especialmente en los medios— parecen creer que la reciente debacle de los bienes raíces en China, incluido el espectacular incumplimiento de pagos del desarrollador inmobiliario Evergrande, se pueden atribuir a los esfuerzos gubernamentales para tomar medidas contra los excesos crediticios. Pero sería más exacto decir que, en líneas generales, las políticas gubernamentales apuntalaron los precios de la vivienda (por ejemplo, limitando la capacidad de los ciudadanos para invertir en otros activos). Los precios de los bienes raíces están cayendo sencillamente porque la construcción excesiva durante décadas sobrepasó a la demanda en muchas zonas.
El crecimiento económico chino viene perdiendo impulso desde hace años, pero recientemente su caída se aceleró. Dados los vientos en contra que enfrenta China, tanto externos como internos, el pronóstico de crecimiento según el Fondo Monetario Internacional (del 4,4 % en 2023, después del 3,2 % que se espera para este año) parece optimista. La estrategia gubernamental para poner freno a los emprendedores educativos y a las empresas de tecnología, mientras apoya proyectos de inversión con patrocinio estatal, parece más un instrumento de control que una estrategia económica sensata capaz de convertir a China en una economía con altos ingresos.
Además, debido a que su estrategia de crecimiento es menos eficaz, China tendrá que invertir montos mayores para alcanzar la misma tasa de crecimiento per cápita del PBI. Los rendimientos decrecientes de la inversión en bienes raíces e infraestructura son una de las causas principales del colapso de la productividad china, especialmente desde 2014.
Los recientes problemas chinos nos recuerdan a los rendimientos decrecientes de las inversiones de la Unión Soviética en plantas acereras y ferrocarriles, y de la construcción japonesa de «puentes a ningún lado» a fines de las décadas de 1980 y 1990. Después de décadas de construcción vertiginosa en las que absorbió materias primas de todo el mundo, China tiene ahora existencias de bienes raíces residenciales y comerciales similares a las de países mucho más ricos, como Alemania y Francia.
¡Ay!, pasaron ya las épocas en que China podía racionalizar el alza galopante de los precios de la vivienda y de la construcción sin fin señalando el aumento del ingreso. Es cierto, China puede evitar algunos de los problemas prolongados que suelen disparar los incumplimientos de pagos en Occidente (y cuya resolución puede llevar años) debido al estricto control gubernamental del sistema legal. El gobierno controla información clave y parece considerar que la tasa de ocupación de hogares y departamentos —que podría echar luz sobre el grado exceso en la construcción— es un secreto estatal, pero la escala del problema es tal que ni siquiera el gobierno chino puede ocultar sus efectos, aunque indudablemente lo intentará.
Parece que China y la economía mundial están en un punto de inflexión. El aumento de las tensiones políticas, sumado a la desglobalización, parece destinado a reducir la productividad y aumentar la inflación a largo plazo en el mundo. Los indicadores prospectivos de las tasas de interés reales a largo plazo se dispararon, al tiempo que la contundente suba del dólar estadounidense continúa exponiendo las fragilidades financieras. Dado que Europa se encamina hacia una profunda recesión y que Estados Unidos también parece dirigirse hacia una crisis, China no puede contar con solucionar a fuerza de exportaciones la desaceleración causada por los bienes raíces.
Sería muy beneficioso para el mundo que China encuentre una solución a sus problemas de construcción excesiva en el sector de bienes raíces y evite una inestabilidad económica prolongada. Hace más de dos años, cuando había un consenso abrumador en los círculos académicos y políticos de que China podía superar fácilmente el legado adverso del exceso de construcción, sugerí que era probable que el país hubiera llegado al «máximo de vivienda». Hoy, con el gobierno chino aún menos proclive a adoptar reformas orientadas al mercado, parece menos probable que nunca que logre un aterrizaje suave.
Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003. He is co-author of This Time is Different: Eight Centuries of Financial Folly (Princeton University Press, 2011) and author of The Curse of Cash (Princeton University Press, 2016). Traducción al español por Ant-Translation.