Los Rescatadores en Banquerolandia

Como delegado español del Capítulo Europeo de Salvamento Eficaz, Superzapi pasó la segunda semana de octubre en vilo. Por dos veces había sido elegido por los ciudadanos para el cargo, tenía fama de ser un ratón más listo que el hambre y siempre se había sentido orgulloso de lo que esa Sociedad de abnegados Rescatadores, creada bajo el paraguas, o más bien entre los desagües, de la ONU, aportaba a la Alianza de Civilizaciones. Nadie como él había predicado el nuevo credo: ¡roedores del mundo, uníos! Pero una cosa era decirlo y otra hacerlo. Sobre todo cuando las señales de alarma -Superzapi estaba tan tenso que sus cejas parecían acentos circunflejos- balbuceaban a punto de activarse y nadie era capaz de predecir cómo responderían los plenipotenciarios ratoniles al mayor reto planteado en la era de la globalización.

Se trataba nada menos que del Sistema Financiero Internacional, un delicado animal, esencial para el equilibrio del planeta, que acababa de quedar atrapado en una trampa profunda, excavada por la peligrosa banda de los Especuladores Furtivos. El tiempo apremiaba porque, en el fondo de aquel hoyo, las heridas que había sufrido con el batacazo de la caída en picado se habían infectado y a medida que el mal iba extendiéndose por todo su organismo el pobre Sistema Financiero iba perdiendo toda movilidad. Quedarse de brazos cruzados podía resultar letal, pero aún peor sería intentar remediar el problema y fracasar.

Superzapi había observado con enorme preocupación los atolondrados movimientos recientes de sus principales colegas. El delegado norteamericano, un águila orgullosa a quien -tal vez por la apariencia de sus alas replegadas- todos llamaban coloquialmente 'W', había tomado la iniciativa por su cuenta y riesgo y había presentado un plan de rescate tan chapucero que su propia organización nacional se lo había rechazado una vez, obligándole a rehacerlo sobre la marcha. Cuando finalmente fue aprobado, se había perdido un tiempo precioso y la fe de los humanos en la eficiencia de los Rescatadores mermaba día a día.

Superzapi le tenía mucha manía a 'W' porque nunca le había invitado a visitarle a su ratonera con porche de la Avenida de Pensilvania desde que él había retirado a los roedores españoles de la peligrosa y caótica misión en Irak en la que descubrieron que los que iban a rescatar no querían ser rescatados. Pero sus compañeros del capítulo europeo de la Sociedad de Rescatadores tampoco lo habían hecho mejor. El presidente de turno era Sarko Rat, un roedor presumido -o sea francés- con alzas en los tacones que acababa de casarse con la guapísima Minnie Bruni. El primer domingo de octubre había organizado una reunión de emergencia con carácter restringido a la que había invitado al inglés Gordon Mouse, la alemana Frau Angela y a Silvio Topolino, el ratón italiano con aires de galán maduro que siempre les hace reír en las reuniones. Había excluido, sin embargo, a Superzapi porque el Producto Ratonil Bruto español no cesaba de aumentar y le quitaba el sueño que nuestra Renta per Mandíbula pudiera llegar a superar a la francesa.

Y, claro, si no estaba Superzapi aquello no podía sino desembocar en el fracaso. La reunión concluyó con palabras grandilocuentes y con la frustrante consigna de que cada uno rescatara como pudiera a su trozo de Sistema Financiero. La primera que o bien perdió los nervios o se vio obligada a actuar improvisadamente fue Frau Angela, marcándose una declaración garantizando el cien por cien de lo depositado en las ratoneras de los bancos alemanes. El problema es que eso no sólo no servía para sacar al cada vez más exhausto animal del fondo del pozo, sino que contribuyó a extender el pánico a que todo el organismo estuviera ya irremisiblemente infectado. Al difunto Galbraith, un sabio ratón de Massachussets con tanta ciencia como labia, le gustaba repetir el dicho americano de que «cuando los caballos mueren en la calle nunca queda avena para los gorriones». Si los pulcros y eficientes alemanes habían llegado hasta ese extremo, qué no estaría ocurriendo con los desaseados mediterráneos, a quienes no hacía mucho habían tenido que compararnos con los cerdos.

A Superzapi le caía muy bien Galbraith porque había sido un liberal intervencionista del equipo de Kennedy y estaba seguro de que si hubiera vivido ahora estaría apoyando a Obamouse, un carismático múrido azabache que llevaba camino de cepillarse al heredero de 'W'. Un amigo le había contado a Superzapi que la primera advertencia que Galbraith hizo en el prólogo a la reedición de finales de los años 80 de su libro clásico sobre el Crash del 29 era la de que había que tener mucho cuidado con los lunes de octubre. El 21 de octubre de 1929 en que se desencadenó la debacle era lunes y el 19 de octubre de 1987 en que se reprodujo el cataclismo era lunes. Explicación: estas cosas siempre maduran durante el otoño y los ricos adoptan sus decisiones vendedoras en la tranquilidad de los fines de semana.

Con ese mal fario en la cabeza y a la vista de cómo el pulso del pobre Sistema Financiero iba languideciendo en su cautividad -hubo un día en el que por las venas del Ibex 35 apenas circularon leucocitos por valor de 40.000 euros-, Superzapi se dio cuenta de que, si no se actuaba antes, el colapso tendría irremisiblemente lugar al día siguiente de la Fiesta Nacional Española. El 13 de octubre de 2008 pasaría a engrosar así esa lamentable relación de los lunes negros de la historia de las finanzas con los ratones de todo el mundo agolpándose por manadas a las puertas de los bancos exigiendo la devolución del queso allí almacenado durante toda su vida. Pero a grandes males, grandes remedios. Con el pretexto de que tenía que ajustar la hora de su reloj con el de las campanadas de la Torre Eiffel, Superzapi se plantó en París y convenció a Sarko Rat de que convocara para ese mismo domingo, a bombo y platillo, una reunión urgente del Eurogrupo de Salvamento Eficaz.

Dicho y hecho. Docena y media de ratones de otros tantos países se reunieron esa tarde en el Elíseo mientras Minnie Bruni jugaba al escondite con los fotógrafos por el jardín. La sesión comenzó exactamente igual que la de los sótanos de la ONU reflejada en la película The Rescuers con la que Walt Disney volvió a situarse en la cresta de la ola del éxito de público y crítica a finales de los 70. Sarko Rat pidió a los delegados que se pusieran la mano en el pecho y que entonaran el himno de la Sociedad Mundial de Rescatadores. Aunque la mayoría de los otros lo cantaban en inglés, Superzapi prefirió hacerlo en español, de acuerdo con los subtítulos de la película:

«Salvamento Eficaz/ brinda nuestra sociedad./ Salvamento Eficaz/ con valor, sin tardar/ Acudimos a salvar/ en cualquier situación./ Llamen sin dilación:/ nuestra gente veloz acudirá./ Con amor, nuestra fe/ nos ayudará a vencer/ Otra vez, lealtad/ es nuestra ley./ Salvamento Eficaz/ brinda nuestra sociedad./ Con valor, con amor/ acudimos a salvar./ Nuestra sociedad/ jamás te fallará...».

Repitiendo una y otra vez el estribillo, Superzapi llegó a sentirse un poco ridículo, como cuando le tocaba tararear La Internacional en la fiesta anual de los ratones mineros de Rodiezmo. Pero enseguida se sobrepuso porque esta vez todo era diferente: el futuro del planeta dependía de lo que se decidiera allí esa tarde y él tenía muy claro lo que había que hacer.

Tan pronto como acabaron los acordes de la música, Superzapi pidió la palabra y propuso ejecutar de inmediato el mayor plan de rescate de la historia de la Sociedad. Tenía que ser una acción coordinada en la que había que contar también con la colaboración de 'W' pero en la que el protagonismo fuera esencialmente europeo. Tanto él como Sarko Rat, Frau Angela y Gordon Mouse desarrollarían una fulgurante acción de comandos, liberando al Sistema Financiero de sus ataduras, inyectándole ingentes cantidades de leucocitos contantes y sonantes y rescatándolo del fondo del pozo en el que se hallaba para devolverlo a su nivel de cotización habitual.

El plan fue adoptado por unanimidad con importantes aportaciones de Gordon Mouse cuyo tono agreste y campañol no le había hecho muy popular hasta entonces entre los remilgados ratones británicos, pero que a la hora de actuar demostró tener las orejas largas y los dientes bien puestos sobre los hombros. Los elegidos se pusieron enseguida los trajes de faena y entraron en acción, descolgándose por la cuerda de la liquidez que pendía de las garras de 'W'. Al borde ya de la jubilación el águila rendía su último servicio haciendo brillar las plumas de sus alas como si fueran los lingotes que la Reserva Federal almacena en Fort Knox.

Todo salió tan a pedir de boca que, mientras el cautivo recuperaba la libertad de movimientos y subía a la superficie con alzas superiores al 10%, Superzapi se sintió tan irrefrenablemente necesitado de contarlo como se dice que le pasó a Luis Miguel Dominguín al salir de la cama de Ava Gardner. ¿Pero dónde podía encontrar él una audiencia a la altura de una hazaña tan excepcional? Con los banqueros ya había estado en la Moncloa, los periodistas le tenían muy visto y oído, a Mariano tendría que llamarle pero, como él mismo decía sobre casi todo, ¡menudo coñazo!... ¿Quién le quedaba? La admiración de los compañeros de partido se daba por descontada... y, claro, no iba a llamar a Felipe. De repente tuvo una idea: «¡Rati Tere, convoca a todos los gatazos del negocio editorial!».

Llegaron los grandes magnates y algún lúcido ejecutivo. Los había del género tontiastuto, pero también otros de uñas afiladas y muelles elásticos. Gatos blancos, gatos negros... ¿cazaría alguno aún ratones? La verdad es que apenas tuvieron la oportunidad de decir ni «miau». Cuando al final de la comida, mientras se limpiaban las miguitas de pan de los bigotes, Superzapi les pidió cortésmente su opinión ya habían transcurrido casi dos horas de deslumbrante monólogo con el relato minucioso de aquel triunfante Rescate en Banquerolandia.

Resultaba que mientras descendían hasta el fondo de la oscura sima en la que se encontraba sepultado el Sistema Financiero los comandos de Salvamento Eficaz habían sido atacados en la selva de la desregulación por un ejército de hipotecas-basura con cabezas de medusa neocon, alas de murciélago y corbatas de ejecutivos de Wall Street. Superzapi había tenido que abrirse camino a mandobles, pero cada vez que creía haber derribado a una subprime, de su vientre surgía otra que engordaba de tamaño en cuestión de segundos. Sólo en una misión anterior, cuando habían estado rodeados de bichos que daban brincos con otros bichos escondidos en la tripa, les había pasado algo parecido.

«De repente me vi rodeado de una nube de activos contaminados. Si no hubiera sido por mi talante, jamás habría logrado abrirme paso...». Superzapi gesticulaba ante los gatazos, rememorando lo sucedido. Siempre que se acercaba al gigante inmóvil para intentar cortar sus ataduras, sus brazos quedaban bloqueados por una maraña de lianas de derivados financieros -los peores eran los llamados swaps-, mientras miles de ejemplares clónicos del Joker se reían a carcajadas, exhibiéndole sus últimos bonos anuales con ceros y más ceros.

Por un momento los Rescatadores estuvieron a punto de abandonar. «¡Esta atmósfera es irrespirable! ¡Todo el Sistema Financiero está infectado! ¡Vámonos de aquí o nos quedaremos atrapados para siempre!». Fue justo en ese instante cuando en un esfuerzo postrero Superzapi y Gordon Mouse consiguieron conectar las cánulas de sus goteros e iniciar la transfusión. «Deprisa, deprisa. Enchufemos liquidez». Los demás les emularon enseguida. «Yo ya he metido los primeros 30.000 millones, Gordon. ¿Tu por cuánto vas?». El gigante empezó a recuperar sus constantes vitales y toda la nube de parásitos pareció replegarse a sus guaridas.

Entre créditos y avales Superzapi logró inyectar unos 150.000 millones en un pis pas. Había comprometido hasta el 15% del Producto Ratonil Bruto pero merecía la pena porque el Sistema Financiero se había puesto en pie y volvía a caminar por su cuenta. El planeta estaba salvado.

«...Y esto es todo, amigos. Nos vemos en la próxima caricatura». El eco de la simpática despedida de Superzapi aún resonaba en los oídos de los gatazos de la prensa cuando 72 horas después los mercados volvían a derrumbarse, el gigante regresaba aceleradamente hacia el subsuelo y nada menos que Emilio Botín, Sumo Pontífice de la Bancomaquia, advertía que en realidad el Sistema Financiero no era prisionero de nadie, sino víctima de un autosecuestro, motivado por sus propios «excesos».

¿Encontrarán Superzapi y sus valientes Rescatadores del Eurogrupo de Salvamento Eficaz la manera de resolver también este autosecuestro? Continuará. No se pierdan el próximo capítulo de esta apasionante historieta.

PD.- Estábamos en ésas cuando de repente un fulgurante resplandor ha iluminado la noche oscura de Metrópolis y sobre el cielo ha aparecido, magnética y rutilante, una inmensa G pespunteada de estrellas. Todos los ciudadanos se han echado a la calle y ya se abrazan con alegría indescriptible. «¡Ha vuelto Garzonman! ¡Ha vuelto Garzonman! ¡Viva nuestro protector!». Mientras el Garzonbólido va trazando en el firmamento una deslumbrante estela de euforizante prosa jurídica de 66 folios de largo, el clamor se escucha por doquier: «Que se prepare el general Franco... ¡por el gran batracio verde que ese malandrín esta vez no escapará con vida!». Tan fuerte es la onda expansiva que su sonido termina llegando hasta la covachuela monclovita. ¿Franco? ¿Franco?... Ah, sí, el de las máquinas tragaperras. «Qué efímera es la gloria de los superhéroes en esta desagradecida sociedad mediática», musita melancólicamente Superzapi antes de volver a apagar la luz.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.