Los retos actuales de las empresas

La globalización, la profunda crisis económica que comenzó hace más de una década y el desarrollo tecnológico han modificado notablemente los modelos de organización, gestión y dirección de las empresas. Se trabaja en entornos volátiles, complejos, inciertos y, en muchas ocasiones, hostiles. Las empresas afrontan nuevos retos, y los aspectos cualitativos empiezan a primar cada vez más sobre los aspectos cuantitativos. En los últimos años, se han multiplicado los estudios que analizan el éxito de las empresas tanto desde una perspectiva académica como empresarial. Las empresas que persiguen este éxito son conscientes de que resulta esencial la atracción y retención de talento, ya que hoy en día las personas son la base de las nuevas reglas del juego.

En este sentido, considero desacertada la medida tomada por el Gobierno actual, que obliga a las empresas a llevar un registro de la jornada laboral efectiva de sus empleados. Nadie discute que las horas extraordinarias deben pagarse siempre y que se deben perseguir los abusos que pueda haber en este sentido por parte de las empresas. No obstante, como afirmó Ignacio Marco-Gardoqui en estas páginas de ABC el pasado 11 de mayo, se trata de una de esas medidas buenista y efectista que tanto gusta al actual Gobierno. Además, como señaló el pasado 7 de mayo (también en estas mismas páginas de ABC), de un modo brillante y certero el vicepresidente de CEIM-CEOE, Francisco Aranda, en la actualidad cualquier trabajador puede denunciar de forma anónima cualquier abuso ante la Inspección, y en aquellos sectores industriales donde resulta más eficaz esta medida, ya se emplea esta herramienta que está recogida en los convenios colectivos.

Por tanto, considerando que el hecho de no pagar las horas extraordinarias es un abuso rechazable y hay que perseguirlo, no se debe legislar como si todo el mundo trabajara en una cadena de montaje de una vieja fábrica insalubre con grandes chimeneas contaminantes.

Actualmente, la cultura empresarial se basa en la confianza y en la responsabilidad personal, no en el control ni en medidas coercitivas. Se trabaja por objetivos, buscando resultados y no el mero presencialismo. ¿Cómo se mide entonces el horario de los comerciales que trabajan a pie de calle buscando clientes, el de auditores que están físicamente en las empresas que auditan, el del creciente teletrabajo, el de los empleados que deben viajar a sedes de sus empresas fuera del territorio nacional o el de trabajadores que deben estar conectados a horas intempestivas con países que tienen otros husos horarios?

Además, la imposición de un horario laboral excesivamente rígido perjudica la conciliación de la vida laboral y familiar, tan necesaria en estos momentos de invierno demográfico. Por tanto, parece que esta medida, al menos en algunos casos, puede acabar perjudicando a aquellos a los que desea proteger.

Por otra parte, debemos subrayar que el principal problema económico que tiene España es el paro, y especialmente el paro de los jóvenes que nunca han trabajado. Por ello, la legislación debe facilitar que las empresas creen empleo, intentando conjugar los derechos y la estabilidad laboral de los trabajadores con el acceso al mercado laboral de los que no tienen trabajo. Este problema lo señaló ya en 1990 el prestigioso académico Rafael Termes, al señalar de modo acertado y brillante que en ocasiones la imposición de trabas y obstáculos podía desincentivar al empresario a contratar nuevos empleados.

Parece claro que no es buen camino insinuar constantemente que todos los empresarios son seres malvados y egoístas que abusan de su posición dominante. Sería injusto que los abusos o las conductas inmorales de unos pocos ocultaran a todos aquellos que buscan crear empleo, proporcionar bienes y servicios a la sociedad, mejorar la eficiencia, distribuir la riqueza, contribuir al bien común de la sociedad y a la dignidad de la persona.

La historia nos ha enseñado el sufrimiento causado por las ideologías totalitarias basadas en el rencor y el resentimiento, en la lucha de clases, dividiendo el mundo en buenos y malos, en ricos y pobres, que ahogan la libertad para implantar supuestos paraísos donde ya no hay ricos (excepto los del partido) porque todos son pobres.

Las innovaciones tecnológicas han transformado la relación entre empresario y trabajador. En mi opinión, considerando el valor intrínseco de la persona, esta relación debe cimentarse en sólidos principios éticos basados en el respeto mutuo, la dignidad de la persona humana y una justa jerarquía de valores en la cual las personas tengan primacía sobre las cosas. Se debe dar a cada uno lo que le corresponde en justicia. Y, por último, se debe buscar la prosperidad y la promoción cultural y humana a la que tienen derecho todas las personas.

Ignacio Danvila del Valle es profesor de la Universidad Complutense de Madrid.

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