Los retos de América Latina

Por Gustavo de Arístegui, portavoz del PP en la Comisión de Exteriores del Congreso (EL MUNDO, 14/11/03):

Los últimos acontecimientos políticos, económicos y sociales en el continente latinoamericano nos recuerdan de forma dramática cómo el exceso de optimismo puede ser, muchas veces, el desencadenante de graves crisis. A lo largo de los años 90 el continente vivía bajo regímenes democráticos, en su mayoría bastante consolidados, con un fuerte crecimiento económico, aunque la pobreza, las desigualdades y los problemas estructurales, tanto políticos como sociales y económicos, persistían. Al mismo tiempo empezaban a surgir movimientos de contestación que cuestionaban la validez y legitimidad de los partidos políticos tradicionales, a los que acusaban de ineficacia, ineficiencia, corrupción y falta de sensibilidad.Algunos de estos partidos políticos emprendieron importantes procesos de renovación interna, renovando cuadros, ideario y actitudes; otros, por el contrario, se empecinaron en sus errores, agravando las crisis que el lustro de optimismo había conseguido hacer olvidar.

Los partidos políticos en democracia son intermediarios esenciales entre la sociedad y las instituciones, son los motores de la participación social en el sistema de convivencia, pero deben, además, fundamentarse en valores, principios e ideas y no deben convertirse en meras plataformas de poder, aunque en esto le andan muy a la zaga a los movimientos populistas. Los partidos deben ser útiles en el servicio a sus sociedades, deben ser capaces de resolver los problemas cotidianos y de fondo de sus países, deben presentar propuestas claras, viables y comprensibles. Los partidos que supieron renovarse, sin perder las esencias mencionadas, no sólo han sobrevivido a los embates del populismo, sino que además han salido claramente fortalecidos.

Una parte no desdeñable de América Latina tiene aún pendiente la asignatura de la definitiva consolidación de la democracia por medio del fortalecimiento de sus instituciones básicas. Por esa misma razón los países donantes se centran cada vez más en las labores de fortalecimiento institucional, defensa de los derechos humanos y consolidación de la democracia.

La ineficacia de algunos gobiernos, la corrupción de algunos gobernantes y funcionarios ni pueden ni deben manchar el buen nombre de tantos cientos de miles de gobernantes y funcionarios públicos que han hecho los mayores esfuerzos por servir a sus ciudadanos. En muchos países de América Latina la opinión pública ha denostado a los partidos tradicionales por considerarlos los principales responsables de la falta de desarrollo económico, político y social de sus países, sin tener en cuenta los graves problemas estructurales que padecen, y que exigen una estrategia seria y sólida a largo plazo. El descrédito de los partidos tradicionales, de los políticos y de la política como el noble ejercicio de servicio público ha despejado el camino al avance, esperemos que no imparable, del populismo vacío. Sin embargo, los datos del latinobarómetro de este año arrojan algunos resultados desoladores: la credibilidad de los gobiernos se encuentra en uno de sus puntos más bajos de todos los tiempos y la de los partidos políticos roza el límite del ridículo. Nada de esto es buena noticia, y la política, los políticos y los partidos están atravesando horas amargas y difíciles en América Latina.En la reciente reunión de líderes de la ODCA (Organización de la Democracia Cristiana de América) el ex presidente de Chile, Eduardo Frey, en un brillante discurso de enorme significado político, denunció el acoso y derribo a los partidos tradicionales, a los políticos y a los gobiernos que han practicado políticas sensatas, razonables y prudentes en América Latina.

Conviene que nos preguntemos si estamos o no ante una crisis de credibilidad o de ideas o si, por el contrario, se trata más bien de una profunda crisis institucional. Lo más grave es que algunos movimientos populistas han empezado a socavar el sistema democrático poniendo en cuestión el Estado de Derecho, el imperio de la ley, la democracia representativa y los derechos y libertades fundamentales. Esto mismo ha tenido un preocupante reflejo en el latinobarómetro, en el que se percibe un descenso paulatino, pero inexorable, de la confianza que los latinoamericanos tienen en el sistema democrático representativo. En unos países, como Uruguay, se mantiene en torno a un saludable 80%; sin embargo, de 17 países encuestados, en 10, mucho menos del 50% considera que la democracia es el mejor sistema político posible. Este dato debe hacer reflexionar seriamente a gobiernos, partidos, mundo académico, foros de pensamiento, mundo intelectual y a la sociedad civil en su conjunto. Lo más grave es que este fenómeno no es privativo de América Latina, y hemos visto algún caso preocupante en Europa, con la Lista Pim Fortuyn en Holanda, el auge de la extrema derecha en Austria y en Suiza o el susto de la primera vuelta de las presidenciales francesas, que llevó al ultra Jean Marie Le Pen a disputarle la segunda vuelta a Jacques Chirac.

Los problemas de América Latina no han cambiado significativamente en los últimos 25 años; además de la consolidación del sistema democrático, sigue existiendo una profunda crisis económica, así como problemas de pobreza, desigualdad y marginación, una falta de definición de lo que debe ser el desarrollo sostenible y, en algunos casos, empieza a aparecer el germen de la inestabilidad política, social y económica azuzada por la violencia y la inseguridad ciudadana y lastrada por una deuda externa mal gestionada. Si a todo esto añadimos que en algunos países se ha producido una sangrante fuga de cerebros que ha provocado que algunos de los mejores elementos de esas sociedades se marcharan al extranjero en busca de mejores oportunidades económicas, tenemos una ecuación cuyo resultado es potencialmente desastroso.

Se está produciendo, además, en algunos países una polarización política que está llevando a Gobierno y oposición a un punto de no retorno en lo que a diálogo político se refiere. No hay que olvidar, sin embargo, que son los gobiernos los que tienen un plus de responsabilidad en la promoción del diálogo y del respeto a la oposición. Esto se manifiesta de manera especial en los países en los que los movimientos populistas han tenido acceso al poder.

Algunos de esos gobiernos han llegado a cuestionar, incluso, la legitimidad del sistema democrático y la viabilidad de la democracia representativa. Ese no es el camino, eso sólo lleva a la confrontación civil, la crispación y el círculo vicioso de la inestabilidad, la violencia política y el agravamiento de todos los problemas de esos países, y muy especialmente el de la pobreza.

Hay quienes dicen que la formación dentro de los valores de la democracia, el pluralismo, la tolerancia y el respeto al distinto pondrían al continente en el camino de la superación de sus graves problemas estructurales. Sin duda, plantar la semilla de la democracia, la libertad y la tolerancia en las nuevas generaciones es indispensable; sin embargo, siendo condición necesaria, indispensable incluso, no es suficiente. Hay una serie de reformas pendientes en toda la región que son igualmente imprescindibles: la mejora de las infraestructuras, de la calidad de la educación, la reforma de ciertos mercados y la superación del proteccionismo. Sin embargo, algunos países desarrollados tendrían también que revisar algunos aspectos de sus políticas comerciales que han perjudicado al Tercer Mundo. La capacidad de recaudación de la inmensa mayoría de esos países se encuentra muy por debajo de la media de la OCDE, que se sitúa en torno al 35% del PIB, al carecer de legislación adecuada, una administración tributaria sólida y bien formada, o los mecanismos administrativos o procesales para recaudar ejecutivamente a los morosos o defraudadores.

Es necesaria una constante renovación, que no revolución, de los cuadros políticos, ya que en algunos casos la vieja guardia esclerotiza a las organizaciones. Otro problema es la falta de calidad de la clase política, aunque no en todos los casos, puesto que en algunos países existe una clase política excelente. En todo caso, la mejora sustancial de la formación y la solidez de los políticos sigue siendo una asignatura pendiente; es decir, que los mejores se dediquen al servicio de los demás y no sólo a la vida privada. Los ejecutivos de muchos países latinoamericanos se encuentran entre los mejores del mundo. Va siendo hora de que arrimen el hombro para tratar de ayudar a sus países a salir del abismo.

En algunos casos la tarea pendiente es la de la descentralización.Algunas de las repúblicas federales de América están seria y eficazmente descentralizadas. Otras, sin embargo, lo son sólo nominalmente, y en algunos casos esa descentralización, más que acercar la Administración al administrado, lo que hace es multiplicar exponencialmente el gasto público.

América Latina pertenece política, cultural y económicamente al mismo mundo que el resto de las democracias occidentales, entendido como concepto político y no geográfico. Formamos parte de la misma comunidad de principios y de valores y la relación transatlántica ha de tener en cuenta tanto a los países de América Latina como a los del Norte. Tienen el capital humano, los recursos naturales y la Historia para lograrlo. Ahora sólo falta que el impulso político y la voluntad de sus dirigentes les lleven por el camino del éxito.