Los retos del segundo semestre

A principios del pasado noviembre, cuando faltaban más de tres meses para que se hicieran públicos los datos de la Contabilidad Nacional de 2012, pronostiqué desde estas mismas páginas que probablemente a finales del segundo trimestre de este año o principios del tercero nuestro PIB estaría creciendo en términos reales a tasas positivas aunque pequeñas. También en los primeros días del pasado mes de julio advertía que los datos del segundo trimestre de este año resultarían decisivos para comprobar si se producía el esperado cambio de coyuntura. En estos primeros días de agosto parece que ambas predicciones se están cumpliendo. A lo largo del pasado trimestre el PIB solo ha caído, en términos reales, un -0,1% respecto al anterior, frenando su descenso en abril y mayo y quizá remontando a tasas positivas en junio; el desempleo se está reduciendo mes a mes; el sector exterior ofrece un importante superávit gracias al fuerte crecimiento de las exportaciones de bienes y del turismo; el aumento de los precios se está moderando; la prima de riesgo se sitúa alrededor de los 280 puntos básicos cuando en noviembre de 2011 estaba en las proximidades de los 650. También las magnitudes fiscales hacen pensar que nuestros compromisos respecto al déficit, atenuados por la Unión Europea, podrán cumplirse en 2013. Para cerrar este panorama, los bancos están presentando cuentas de resultados positivas para la primera mitad del año, pese a las mayores provisiones que han tenido que efectuar por los créditos refinanciados. La confortable calma que generan tan importantes datos parece conceder a la economía española un tiempo de descanso después de años de graves incertidumbres, muy elevados riesgos y considerables esfuerzos y sacrificios.

Tiempo para la siesta, pueden pensar algunos en este verano colmado de turistas y de sol. Tiempo para olvidar el durísimo esfuerzo que incluso está forzando con mucha presión las costuras regionales de nuestro territorio. Tiempo, en definitiva, para disfrutar de lo conseguido y, con la calma con que se tomaban los acontecimientos adversos los viejos hidalgos castellanos –el «sosegaos» de Felipe II– pensar quizá en algo que hacer más adelante, pero no hoy ni mañana. Tremendo error, porque solo estamos en el inicio del final de la crisis y es mucho el camino que queda para superarla totalmente.

Comenzando por la estabilidad presupuestaria, en el primer trimestre de este año el conjunto de las administraciones públicas generaron un déficit del 4,8% del PIB, frente al 5,6% del primer trimestre del anterior ejercicio. Este dato apunta a un 6% para el total del año, pero lograr esa cifra obliga a mantener una política fiscal muy activa y vigilante. El objetivo final sería llegar al equilibrio presupuestario cuando la producción creciese a sus valores potenciales. Muchos pensamos que idealmente los gastos de las administraciones públicas no deberían pasar de un 40% del PIB manteniendo los servicios sociales básicos por usuario a sus niveles actuales, pues esa dimensión proporcionaría las mejores oportunidades a la producción y al empleo. Pero mientras continuase la crisis y el PIB no llegase a sus niveles potenciales de crecimiento, el déficit podría situarse coyunturalmente en torno al 3% del PIB, con gastos en el 40% del PIB y con ingresos próximos al 37%. En 2012 las administraciones públicas, excluidas las excepcionales ayudas a los bancos, efectuaron gastos por valor del 43,4% del PIB, mientras que sus ingresos representaron un 36,4%. Por eso, el esfuerzo que aún queda por realizar vendría a ser de casi tres puntos y medio de porcentaje de reducción en los gastos públicos, lo que tendría que lograrse en un par de años elevándose gradualmente el porcentaje de ingresos hasta ese mismo 40%, pero no por subidas de tipos y tarifas sino por el impulso que les proporcionaría el aumento del PIB a medida que la economía se aproximase a su potencial de crecimiento.

La prioridad inmediata debería ser, por tanto, la de reducir los gastos públicos hasta el 40% del PIB manteniendo los servicios sociales básicos en sus niveles actuales por usuario. Eso daría margen para reducir las tarifas de algunos impuestos y eliminar muchos obstáculos fiscales para el crecimiento de la producción y del empleo. Sin duda las posibilidades de éxito de esta política, aparentemente arriesgada, serían mayores si se pusiera en marcha una vez iniciada la recuperación del crecimiento del PIB. De ahí que fuese importante confirmar el inicio del cambio de coyuntura en el segundo trimestre de este año y aún más tener la seguridad de su afianzamiento en el tercero y cuarto. Si esa tendencia ascendente se consolidase, el nuevo año sería el mejor momento para poner en vigor tarifas algo más reducidas y tributos mucho más neutrales.

Pero no todo ha de ser política fiscal. Como acaba de decirnos el FMI, con gran escándalo para muchos, tenemos que reducir nuestros costes salariales e impulsar así la capacidad para competir de nuestra economía. Tal ajuste podría seguir la vía tradicional de la reducción del empleo, lo que constituiría otra tragedia para un país ya muy castigado por unas cifras escalofriantes de paro. Pero también podría lograrse más graduadamente manteniendo inalterados los salarios monetarios frente a los aumentos de los precios, que serán muy moderados en los próximos tiempos. Los sindicatos, que están hoy aceptando salarios de austeridad, tendrán que hacer otro esfuerzo para consolidar la recuperación. Su papel no les será fácil, pero el aumento del empleo será su mejor recompensa.

Debería igualmente facilitarse la financiación de las empresas medianas y pequeñas. Los bancos se encuentran muy presionados por la negativa experiencia de los últimos años, en los que se les ha venido encima un aumento sin precedentes de la morosidad y en los que, además, han tenido que afrontar simultáneamente nuevas y cada vez más exigentes reglas respecto a su propia capitalización en momentos de sequía en los mercados de capitales. Por eso no puede esperarse demasiado de ellos una vez cerrada la ventanilla de las antiguas cajas de ahorros, líderes hasta hace bien poco en ese segmento de clientela en el que las garantías materiales a veces tienen que suplirse con el conocimiento del deudor y de la calidad de su negocio. Por eso tendrían que habilitarse vías para que esas empresas pudiesen llegar, quizá colectivamente, a los mercados de capitales a precios no exorbitantes. Otra tarea, pues, de gran interés y urgencia para este segundo semestre.

La cuarta gran reforma que debería ocupar este segundo semestre del año es la referente a los mercados. Mucho se ha avanzado en esta tarea, al haberse identificado ya los obstáculos normativos que interfieren gravemente en su unidad impidiendo una adecuada asignación de recursos entre sectores de la producción a lo largo de todo el territorio nacional. Pero aún queda que superar las muchas barreras que han establecido las comunidades autónomas, en un intento de reproducir las líneas fronterizas nacionales anteriores a la Unión Europea pero esta vez referidas a los límites de sus propios territorios. La unidad de mercado se logró con la revolución liberal de la primera mitad del siglo XIX, pero casi 200 años después hemos vuelto a los tiempos del Antiguo Régimen. Mucho daño está haciendo esta fragmentación a los potenciales de crecimiento de nuestra economía y mucho ruido puede generar su superación, dificultando el necesario entendimiento entre quienes desde hace muchos siglos integran la sociedad española.

Con esta corta enumeración no se agota la lista de tareas de este semestre para impulsar la incipiente recuperación de nuestra economía. Pero aunque en los ámbitos de esta limitada agenda –reforma fiscal, sensatos acuerdos salariales, nuevas vías de financiación para pequeñas y medianas empresas y unidad de mercado– esté ya el Gobierno nombrando comisiones para su estudio o enviando proyectos de ley a las Cortes para su cambio, lo que queda para que las soluciones entren en vigor y actúen efectivamente es todavía mucho, demasiado quizá para los menos de cinco meses que nos separan del final del año en curso. Por eso no deberíamos dejarnos llevar por la falsa ilusión de que ya todo está hecho, ni sosegarnos más de lo estrictamente necesario, ni caer políticamente en la muy española tentación de la siesta. Mucho nos jugamos en ello.

Manuel Lagares es catedrático de Hacienda Pública y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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