Los Reyes Magos y sus mitos

Ayer, fiesta mayor de los Reyes Magos, el mundo infantil de varias geografías celebró la toma de posesión del paraíso. El márketing de los grandes centros comerciales contribuye mucho a multiplicar la leyenda, pero también a vertebrarla según sus intereses. La de los Reyes Magos es una de esas leyendas amables y hermosas que fue tomando cuerpo en Europa, y que arraigó de manera especial en el sur.

En los ritos de la cultura europea siempre hubo personajes pintorescos que traían regalos a los niños por las fechas de la conmemoración de la Navidad, herencia cristiana de las fiestas saturnales romanas en las que se ofrecían regalos a los niños y a los esclavos. El más popular de estos personajes fue San Nicolás, un piadoso obispo que vivió en Asia Menor en el siglo IV y cada año, a finales de diciembre, abandonaba su residencia en el cielo para recorrer varios reinos de Europa a lomos de un burro dejando regalos a los niños en un viaje intenso y agotador.

El primitivo San Nicolás sufrió varias transformaciones y cambios de nombre hasta convertirse en el Santa Claus o Papá Noel de nuestros días. A Papá Noel le puso rostro: el rostro de un vejete sonriente y venerable, por primera vez hace 75 años, un anuncio de Coca-cola que tuvo una enorme proyección en el imaginario colectivo. Santa Claus se globalizó con la Coca-cola.

En nuestors espectaculares belenes de mula y buey, los Reyes Magos fueron una incorporación tardía. Forma parte de la tradición, con ligeros apoyos en la veracidad histórica, asegurar que fue san Francisco de Asís quien, por primera vez, decidió poner figuras en una cuadra imaginaria para conmemorar la Natividad de Jesús. En la escena belenista, los Reyes Magos aparecen el primer día en la esquina más lejana del paisaje y se van acercando poco a poco al portal, hasta que los encontramos haciendo sus ofrendas al recién nacido en el pesebre de Belén ante las miradas sorprendidas de María y José.

Los tres Reyes Magos son pura alegoría imaginativa. Es una historia que se ha ido creando y recreando con el paso del tiempo, adornándola con datos pintorescos. El único Evangelio que nos habla de tales personajes es el de Mateo. Pero no nos dice cuántos eran, solo nos informa de que unos magos venidos de Oriente se presentaron en Jerusalén, preguntando por la casa en la que había nacido el rey de los judíos. Y se lo fueron a preguntar nada menos que a Herodes. De ahí la cólera del anciano rey al conocer que le había nacido un rival.

Sobre estos personajes se han escrito millones de palabras, entre ellas algunas muy sesudas con pretensiones científicas e incluso teológicas, amparadas por ciertos sectores de la Iglesia católica. El Evangelio de Mateo, que no resiste un análisis racional mínimo, habla únicamente de magos, y de ahí surgen varias interpretaciones de lo que significaba ser mago en Oriente, en la Judea de aquellos tiempos. Nadie se pone de acuerdo en cuál es la realidad histórica de ese significado.

Lo más frecuente era definirles como adivinos por el conocimiento que tenían de las estrellas. Hay contradicciones acerca de si encasillarlos entre los sabios o entre los adivinos y videntes. El paso del tiempo fue fijando su número en tres, e incluso les dieron los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Sobre ellos se fueron acumulando anécdotas e historias, una de las cuales les hace reyes de Persia, de la India y de Etiopía. Esos tres países siempre tuvieron, en el imaginario colectivo europeo y de una manera especial en el mundo medieval, un gran perfume exótico. De Etiopía era el negro Baltasar, a Melchor lo situaban en Persia, y de la India venía Gaspar.

Según el Evangelio de Mateo le ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra. Los ascetas, los escrituristas y los místicos acumularon millones de páginas sobre la simbología de los tres regalos. La cólera de Herodes se transformó en celos asesinos para evitar que un niño de los que acababan de nacer en el Belén le disputara el reino en un futuro: por eso mandó matar a todos los niños de menos de 2 años nacidos en Belén y sus alrededores. Jesús no estuvo entre los pequeños muertos porque un ángel se apareció en sueños a José para ordenarle que se levantara y cogiera al niño y a la madre y huyera a Egipto. Históricamente, el relato de esa barbarie no se sostiene, aunque, según sabemos por Flavio Josefo y otros historiadores judíos, Herodes era un sanguinario. Pero lo de los Inocentes pertenece a la mitología, no a la historia.

La realidad mágica llenó el sábado muchas calles y plazas de reyes, camellos y carrozas en cabalgatas llenas de colorido. Y viéndolas, millones de niños enfebrecidos de ilusión que después pasaron la noche en vela esperando el amanecer para ver los regalos que les habían dejado en los zapatos. Los niños en ese día son ciudadanos de ese reino donde lo fantástico carece de límites. Yo siempre apostaré por un mito que hace felices a los niños, porque en esos años, la felicidad y la dicha son algo real y tangible, aunque se apoyen en un mito.

Después, cuando un día digan "ya no creo en los Reyes", ese día abandonarán la gran verdad de lo mágico para entrar en las falsas supersticiones de los adultos.

Alfonso S. Palomares, periodista.