Los sanguinarios justicieros vegetarianos de la India

Vacas en una calle de la India.
Vacas en una calle de la India.

La imagen estereotípica del vegetariano en todo el mundo es la de un pacifista cuyo corazón se desgarra cuando piensa en las gallinas enjauladas. Sin embargo, en la India está aumentando el número de vegetarianos justicieros que atacan e incluso asesinan a los sospechosos de sacrificar vacas o consumir su carne.

Crecí en una familia hindú en la India de los años ochenta, con una vida culinaria enmarcada por los signos de interrogación que puntúan todas las dietas indias: ¿vegetariana o no vegetariana?

La respuesta a esta pregunta clasificaba a una persona con arreglo a varios ejes: casta, conservadurismo y religión. Ser vegetariana la colocaba de inmediato en una casta superior, segura y tradicional y en un ámbito hindú, mientras que identificarse como no vegetariana abría la posibilidad de que fuera (qué horror) musulmana. El (equivocado) silogismo de la dieta en la India era: no todos los hindúes son vegetarianos, pero todos los musulmanes son no vegetarianos, de modo que los indios no vegetarianos probablemente son musulmanes.

Mi familia era no vegetariana, aunque no comíamos carne de vacuno. Sobre todo, porque no había mucha a nuestro alcance. Sacrificar reses era ilegal en muchos Estados y muchos hindúes como yo, no religiosos, eran “vírgenes” como consumidores de su carne.

Cuarenta años después, el predominio político de la ideología de hindutva, que quiere que la India sea un país confesional hindú en vez de laico, ha provocado el aumento de los justicieros del vegetarianismo.

Se trata de muchedumbres hindúes que atacan e incluso asesinan a personas sospechosas de sacrificar vacas o consumir su carne. Ser o no vegetariano ha dejado de ser una elección; puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.

El horrible caso más famoso es el linchamiento que sufrió en 2015 Mohammad Akhlaq, un trabajador agrícola al que mataron de una paliza después de que se esparciera el rumor de que había sacrificado una vaca y tenía guardada la carne en su frigorífico.

Los análisis posteriores probaron que la carne era de cabra. Los responsables del asesinato expresaron su remordimiento, no por haberlo matado, sino por haber confundido la carne de cabra con la de vaca. Las turbas hindúes preferirían que todo el mundo se hiciera vegetariano, pero, de momento, los consumidores de carne de vacuno son los únicos que deben temer por su vida.

Casi todos los hindúes consideran que la vaca es sagrada. No está claro cuándo y cómo surgió esta creencia. Los historiadores han demostrado que, en la época del texto sagrado hindú más antiguo, el Rig Veda (del segundo milenio a. C.), los indios consumían carne de vacuno.

Con el tiempo, sobre todo a partir del siglo IV a. C., el vegetarianismo empezó a extenderse entre los budistas, los jainas y algunos hindúes. En el caso de estos últimos, era una costumbre sobre todo de la casta superior. Más tarde, dentro de una tendencia denominada sanscritización, las castas inferiores empezaron a dejar de consumir carne de vacuno (aunque no necesariamente de pollo, pescado ni cabra, la base de la alimentación para los indios no vegetarianos) cuando querían ascender en la escala social.

Pero los ideólogos hindúes actuales no tienen tiempo de investigar todo eso. E insisten, sin ningún fundamento, en que el hinduismo exige una estricta observancia de las normas dietéticas: como mínimo, no comer vacuno; y lo ideal es ser vegetarianos.

En realidad, aproximadamente 80 millones de indios consumen vacuno, entre ellos más de 12 millones de hindúes, según los datos de un sondeo llevado a cabo por el Gobierno que publicó el periódico económico Mint tras el asesinato de Akhlaq. El comercio de vacas y búfalos de agua (una especie relacionada) representa el sustento de millones de familias.

Las víctimas de las bandas “protectoras de las vacas” son en su mayoría musulmanas, un grupo que constituye el 14% de la población del país. Según la ONG estadounidense Human Rights Watch, al menos 44 personas —36 de ellas, musulmanas— murieron en enfrentamientos relacionados con las vacas entre mayo de 2015 y diciembre de 2018. En ese mismo periodo hubo 280 personas heridas en más de 100 incidentes distintos.

El Gobierno del Bharatiya Janata Party (BJP), encabezado por el primer ministro Narendra Modi, ha dedicado gran parte de su capital político a reforzar las leyes de protección de las vacas. Varios Estados prohíben sacrificar el ganado. Algunos prohíben comer su carne e incluso poseerla, y las penas van desde una simple multa a una condena de cárcel e incluso cadena perpetua en Gujarat, el Estado natal de Modi.

No se aplica la ley con el mismo rigor a las turbas justicieras. Los dirigentes políticos afiliados al BJP no suelen criticar los asesinatos cometidos por grupos de protección de las vacas y a veces incluso los han jaleado. Por ejemplo, según Human Rights Watch, Raman Singh, del BJP y ministro principal del Estado de Chhattisgarh, dijo en abril de 2017: “Ahorcaremos a quienes sacrifiquen vacas”.

Como consecuencia, los ideólogos de hindutva y la vaca sagrada controlan cada vez más el discurso público del país. Varios grupos hindúes fomentan el consumo de excrementos y orina de vaca como remedios milagrosos para diversas enfermedades, incluida la covid-19.

Muchas escuelas financiadas por el Estado han introducido en sus programas asignaturas de “Estudios sobre la vaca”. El Gobierno de Modi creó en 2019 una Comisión Nacional de la Vaca, con el propósito explícito de proteger estos animales.

En la India, cada 15 minutos hay una mujer violada. De ahí que las activistas feministas digan que, por lo visto, es un país más seguro para las vacas que para las mujeres. Es una afirmación que suele provocar risas. Pero, por desgracia, no es ninguna broma.

Pallavi Aiyar es periodista y escritora; su obra más reciente es Orienting: an Indian in Japan. Asimismo escribe The Global Jigsaw, un boletín semanal sobre cultura global. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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