Los Santos Inocentes y el Covid-19

Dos milenios de historia no han bastado para arrojar al desván de los recuerdos infames el motivo que conmemora la fiesta de los Santos Inocentes cada 28 de diciembre: la falta de respeto a la vida de los seres humanos más indefensos por parte de algunos miembros de la propia especie. Hace 2020 años aproximadamente fue el rey de Judea, Herodes, quien tomó la determinación de exterminar cobardemente a los niños menores de dos años, al serle imposible localizar a Jesús de Nazaret recién nacido y llamado a ser el futuro rey de los judíos y, por consiguiente, a destronar al propio Herodes. Mezquina interpretación la del aterrorizado rey judío, aquel abyecto personaje, precursor de la casta de los apegados al poder como prebenda y no como servicio a los demás, incapaz de entender la grandeza de la misión de quien más tarde afirmaría que su reino no era de este mundo.

Durante los últimos meses del fatídico año 2020, la pandemia del Covid-19 que ha arrasado a la humanidad entera, de norte a sur y de este a oeste, y que se sigue cobrando centenares y miles de vidas humanas diariamente, ha puesto en evidencia la existencia de bolsas de inocentes insospechadas en nuestras sociedades supuestamente desarrolladas y con un alto grado de identificación con los tan cacareados derechos humanos. Nuestros mayores, como segmento de población más vulnerable al coronavirus, se han convertido inesperadamente, como niños indefensos, en los nuevos inocentes sacrificados por nosotros mismos. Arrinconados y olvidados a su suerte en la primera ola de la pandemia en sus residencias de marginación, exterminados por exclusión de su derecho a ser ingresados en las unidades de cuidados intensivos ante la falta de camas para toda la población, nuestros mayores se han convertido en los niños sacrificados por este nuevo Herodes del virus mortal de nuestros días.

Afortunadamente, la historia de la lucha por la dignidad de los seres humanos, desde el más pequeño e insignificante al más grande y poderoso, es aún más antigua y valiosa que el recuerdo de sus miserias. Aunque la sociedad moderna occidental es la que ha conceptualizado con más claridad y sistematicidad los derechos de la persona humana, estos derechos sobrevuelan por encima de las diferentes culturas y traspasan siglos y épocas desde la antigüedad. Conservamos aún, grabado sobre roca negra, el primer testimonio escrito en el Código de Hammurabi, escrito en Babilonia en torno al año 1760 a. C., una estela con las 282 leyes promulgadas por el sexto rey del Primer imperio de Babilonia. Consideradas como una primera conquista de la dignidad humana, estas leyes pretenden proteger al individuo frente a la arbitrariedad del poderoso.

Cuando el pueblo judío emprende su huida de Egipto hacia Tierra Prometida, cinco siglos más tarde, Moisés entrega a su pueblo las Tablas de la Ley, dictadas con rayos de fuego directamente por Yahvé, marcando simbólicamente la superioridad del derecho natural que ennoblece y diviniza a los seres humanos, sobre cualquier disposición arbitraria, dictada por los poderosos de la Tierra. Es el tema recurrente en la tragedia clásica del siglo V a. C., en plena ilustración griega, tiempos de Pericles y de la invención de la democracia, cuando el mito de Prometeo recogido en el diálogo platónico dedicado a Protágoras nos recuerda que el sentido del respeto y de la justicia recíproca es el fundamento de la civilización humana, que las leyes escritas en la conciencia universal de los seres humanos están por encima de las leyes que puedan adoptar los que gobiernan.

Séneca y el estoicismo afirman, en el primer siglo después de Cristo, que «el hombre es una cosa sagrada para el hombre». Antes había proclamado Jesús de Nazaret la igualdad de todas las personas, sin excepción ni distinción, ni judíos ni gentiles, todas hechas nada menos que a imagen y semejanza de Dios. Por su parte, siglos más tarde, el Corán defiende que el ser humano es la criatura que merece un respeto incondicional. Como decía Hegel, esta idea de la libertad sin embargo, que ciertamente engrandece la condición humana, permanece recluida en el ámbito de la conciencia y del espíritu durante siglos hasta que se realiza y concreta en la modernidad, plasmándose en instituciones jurídico-políticas. Un primer peldaño en este camino lo encontramos en la Bill of Rights de 1689 o Carta de Derechos, en la que se proclaman en Inglaterra los derechos del Parlamento y de los ciudadanos frente al absolutismo de los Estuardo.

Desde el primer texto moderno sobre derechos humanos, La Virginia Bill of Rights, escrita en mayo de 1776 en suelo americano, pasando por la declaración francesa de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, hasta la actual Declaración Universal de 1948, siguen siendo objetivos universales para una humanidad posible y deseable lo que proclamaban en su Declaración de independencia aquellas colonias fundadoras de los Estados Unidos de América: que entre los derechos inalienables de los seres humanos se encuentran en primer lugar el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de su felicidad. El actual desarrollo de los procesos de globalización de la economía, el espectacular despliegue de las modernas tecnologías de la comunicación, nos llevan a tomar conciencia cada vez más claramente de que viajamos todos en una misma nave a través del tiempo y el espacio. Nuevos peligros amenazan el rumbo de esta nave Tierra: el desastre ecológico, la guerra nuclear, la guerra biológica, entre los cuales el virus que asola y siega nuestras vidas y se ceba el segmento más vulnerable de nuestras poblaciones, nuestros mayores a quienes tanto debemos, no es uno de los más insignificantes.

Como aconseja un viejo proverbio, para no olvidar hacia dónde nos dirigimos, recordemos al menos de dónde venimos, de esa larga aventura histórica para la construcción de nuestra dignidad compartida y universal como seres humanos, iguales en derechos, sin discriminación de ninguna especie, ni siquiera la cobarde coartada de una tierna o de una avanzada edad.

Antonio Robles Ortega es autor del ensayo La tercera cultura. Crisis y reconstrucción de un ideal de humanidad (Ediciones del Orto, Madrid, 2011).

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