Los santos patronos uruguayos del gol

Simpatizantes de Uruguay animan a su selección durante el partido contra Arabia Saudita, el 20 de junio de 2018. Credit Khaled Elfiqi/Epa-Efe, vía Rex, vía Shutterstock
Simpatizantes de Uruguay animan a su selección durante el partido contra Arabia Saudita, el 20 de junio de 2018. Credit Khaled Elfiqi/Epa-Efe, vía Rex, vía Shutterstock

“Seamos optimistas, pero con prudencia”, dijo la astróloga de un programa matutino, y aquella advertencia, a tan solo horas del partido contra Arabia Saudita, no causaría mayor revuelo si no fuera porque estábamos en Salto, ciudad de origen de Luis Suárez y Edinson Cavani, los dos máximos goleadores celestes de todos los tiempos, ambos nacidos con solo unas semanas de diferencia bajo el signo de Acuario, en 1987, el año del conejo.

¿Cuáles fueron las variables astrológicas que permitieron que en una ciudad de poco más de 130.000 habitantes, y a tan poca distancia temporal, se pergeñaran tales exponentes? ¿Será la cantidad de potreros por kilómetro cuadrado? ¿Una extraña vitamina en las naranjas de la zona? ¿O será la fama de Salto como uno de los principales centros de avistamientos de ovnis?

Sea cual sea la respuesta, caminás por la Avenida Uruguay y Salto se comporta como un padre demasiado orgulloso de sus hijos, aquel que ante desconocidos abre una y otra vez la billetera para mostrarle sus fotos.

Cuadra a cuadra: carteles de los dos ídolos se disputan las esquinas en restaurantes, tiendas deportivas, liceos, kioscos y panaderías. La metáfora llega a su paroxismo en la esquina Sarandí, donde uno se topa con una estatua tamaño real de Luis Suárez, polo turístico en el que no pocas veces la gente posa mordiéndole el hombro, en referencia al famoso Chiellini affaire.

Una estatua de Cavani está prevista en breve, restableciendo en Salto un equilibrio magnético entre las dos figuras. Entre los salteños Cavani es una figura más popular, redundándose en el aspecto sencillo y dado del delantero del Paris Saint Germain.

“Cuando viene lo podés ver cualquier día con su camioneta, yendo a pescar con su viejo, o comiendo una milanesa al pan en la avenida principal”, dice Federico, productor de un programa radial. Otros señalan su rol activo en la comunidad, visitando asiduamente los pagos y realizando donaciones o eventos como “El juego de las estrellas”, donde se suelen recaudar cerca de 50.000 dólares para actividades benéficas.

La figura de Suárez permanece un poco más esquiva, quizás por las diferencias biográficas de ambos: mientras Cavani vivió en Salto hasta los quince años, Luis Suárez se fue a Montevideo a más temprana edad, bajo el cuidado de su madre, en una situación mucho más delicada. “Hay algo medio traumático del recuerdo de Salto en Suárez”, dicen varios salteños, mientras dos centímetros de barba freudiana les crece en el mentón.

Pero las diferencias van más allá. En la selección, los dos siempre se mostraron como dos figuras antitéticas y complementarias. Por un lado Suárez, héroe dionisíaco que en su agresividad y picardía encarna el fútbol real, el de los centímetros robados al diablo. Y por otro lado Cavani, hombre de Dios, con voz suave y angelical, figura apolínea que se despliega en toda la cancha.

Por mucho tiempo Cavani fue el hombre sacrificado que disparaba récords en el GPS, a veces pareciendo que jugara tanto de lateral como de punta, mientras que Suárez cosechaba entre los claros que quedaban en el área rival. Con el tiempo —y sobre todo con la explosión del primero en el Paris Saint Germain— las funciones de ambos se fueron emparejando, con un rendimiento actual más regular y sostenido de Edinson.

Suárez sigue siendo brillante en esa capacidad de pescar en un agujero en el hielo, pero el estilo del Barcelona lo fue circunscribiendo a un terreno cada vez más acotado, recortándole las largas carreras que realizaba en el Liverpool; algo que tiene completo sentido con la forma de jugar del azulgrana, pero que para la Celeste, acostumbrada a romper líneas tirando pelotazos y esperando lo mejor, le ha terminado por jugar en contra.

A poco de empezar el partido, la plaza de los Treinta y Tres Orientales de Salto explotaba de niños, todos ellos con unas improvisadas camisetas de papel, con sus nombres escritos con crayolas en sus espaldas. Uruguay: el país donde los niños prefieren dibujarse un 9, un 21, o un 3, antes que un 10. Y en cierto punto esto puede explicar, más que la astróloga del comienzo, el presente y porvenir de nuestro seleccionado.

El 4-4-2 idéntico al utilizado en el partido contra Egipto muestra una falencia evidente: te da equipo compacto, con buen balance entre líneas, pero solo requiere que el rival te tape los extremos, para que todo tu equipo avance como si jugara bajo el agua. Ante la ausencia de un enganche, Uruguay una y otra vez se diluía en sus mismos avances, quedándole poco margen a Matías Vecino y Rodrigo Bentancur para que administraran la pelota o habilitaran a los salteños.

Para peor, el argentino Juan Antonio Pizzi pudo extender a noventa minutos lo que había querido mostrar en los (¿ocho? ¿cinco?) primeros minutos de su seleccionado de Arabia Saudita: una vertiginosa capacidad de pases y control de posesión. Si hubiera un campeonato del “monito” (o el rondo como se le conoce en otros países), Arabia nos habría ganado por goleada. Pero el fútbol uruguayo difícilmente se entiende desde lo empírico: el gol llegó, otra vez, desde el córner, con Suárez aprovechando una inocentada del arquero y de la defensa, pateando incómodo y mordido hacia el segundo palo.

El resto del partido circuló por los mismos carriles, con ese automatismo clásico de los equipos asiáticos y un Uruguay que parecía que con solo quererla un poco más, podía (pero no quería).

Al terminar el partido la plaza se vació y Salto se va a dormir la siesta como quien cae en un pozo. Los niños se van contentos, más allá de la queja de alguno que se imaginaba una lluvia de goles (y más que nada, de Cavani). Tienen cuatro años. Sus recuerdos del partido serán otros, minúsculas magdalenas proustianas: quizás el grito del gol, las mejillas tironeadas por la pintura celeste, el enojo de que la bandera de otro compañero era más linda que la que le tocó.

Pero de fondo permanecerá la idea de que fue un día feliz. Uruguay cumplió con vencer su tan ocurrente tendencia a la catástrofe y al milagro y ya está en octavos. Comparo la infancia de muchos de nosotros, vapuleada por ausencias mundialistas, problemas disciplinarios y actuaciones paupérrimas, y sigue sorprendiéndome ver a estos niños en un mundo donde es normal, hasta esperable, que Uruguay llegue a segunda fase.

Los niños del caballo de madera, los de los años felices.

Agustín Acevedo Kanopa.

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