Los sesgos del feminismo hegemónico

El feminismo cuenta con más de dos siglos de historia, teorías y perspectivas distintas. Pero ha sido secuestrado por una elite de izquierdas que marca la agenda política y sienta cátedra sobre los planteamientos aceptables.

Este feminismo ha ido ganando espacio y aprobación. Tanto en la mayoría de medios de comunicación como en partidos políticos de diferentes colores. Ha polarizado debates legítimos y necesarios, y ha construido un relato que divide a los ciudadanos.

Después de muchos años de manifiestos, actos y libros oficialistas, podemos constatar cómo este movimiento cae continuamente en sesgos que hacen que cada vez más personas se alejen de él.

El médico y profesor sueco Hans Rosling explicaba en su libro de 2018 Factfulness cómo existen diversos sesgos e instintos que distorsionan nuestra visión de la realidad y que nos llevan a tomar malas decisiones privadas, pero, sobre todo, de política pública. Hace unos días los analizaba junto con Santiago Calvo para el Instituto Juan de Mariana.

La llamada violencia de género es un ejemplo interesante que nos permite analizar algunos de estos sesgos. Empezando por los instintos de negatividad y del miedo, que se refieren, respectivamente, a la inclinación a notar más lo malo que lo bueno y a la propensión a pensar que el mundo es peor de lo que realmente es.

Mientras que la situación de las mujeres no ha dejado de mejorar en todo el mundo (y sobre todo en los países desarrollados) en lo relativo a la esperanza de vida, los ingresos, el acceso a la educación superior, el acceso al mercado laboral o las oportunidades de conciliación, el feminismo hegemónico sobredimensiona problemas que ni se explican principalmente por la cultura machista ni son destacables a nivel estadístico.

Como decía, la violencia de género es un ejemplo de ello. Aceptando la más que discutible definición que ofrece la LO 1/2004, de 28 de diciembre, esta se ha cobrado un total de 605 víctimas mortales en los últimos diez años, siendo 2010, con 73, el año con un número más elevado (datos disponibles en la página web de la Delegación del Gobierno contra la violencia de género).

Además, si nos fijamos en las principales causas de muerte de las mujeres, no sólo el número de muertes por homicidio es muy bajo, sino que la violencia de género no llega, concretamente, ni al 1% de las causas más frecuentes (datos disponibles en la página web del INE).

A nivel comparativo no podemos usar los datos de violencia de género por las diferencias en las legislaciones y en la medición que hacen otros países en Europa. Pero si atendemos a los datos de violencia sexual, encontramos que España no se encuentra entre los países con un mayor número de víctimas mujeres por cada 100.000 habitantes (Eurostat, 2017).

Estos datos prueban que la cuestión de la violencia de género, que no deja de ser, como toda violencia, una tragedia, es un problema altamente sobredimensionado. Sobredimensión a la que contribuyen los medios de comunicación.

La información que nos llega de estos nos conduce a generar eslóganes del tipo nos están matando, como mencionaba Leticia Dolera en una entrevista en 2018, así como a gastar más energía en un problema que, comparativamente, tiene menos importancia. Una energía que, a su vez, dejamos de gastar en otras cosas que pueden ser más necesarias.

Estos sesgos alimentan el miedo y provocan, en muchas mujeres, una sensación de peligro constante y desasosiego que puede llegar a frenarlas en muchos momentos de su vida.

Mientras que desde el feminismo dominante se pone el foco en todos aquellos aspectos en los que la mayoría de mujeres están peor que la mayoría de hombres (brecha salarial o techo de cristal), se hace caso omiso cuando se produce a la inversa (esperanza de vida, homicidios o acceso a estudios superiores).

Esto lleva a justificar la necesidad de políticas públicas miopes e infantilizadoras. Miopes porque no entienden que la verdadera explicación de las diferencias salariales o del techo de cristal no se encuentra en la educación machista o la socialización patriarcal, sino en la penalización que supone la maternidad.

E infantilizadoras porque asumen, por un lado, que saben mejor que las propias mujeres lo que estas quieren. Por el otro, que las mujeres no podrían perseguir sus metas sin esas ayudas.

Pero no está todo perdido. Existe otro feminismo que coincide con parte del diagnóstico, pero que difiere totalmente en las soluciones propuestas.

Este feminismo comparte la afirmación normativa que dice que hombres y mujeres deben ser iguales en derechos y obligaciones, y parte de las afirmaciones descriptivas, que afirman que las mujeres han tenido (y en algunos sitios todavía tienen) una posición social, económica y política subordinada a la del hombre.

No obstante, este feminismo entiende que la solución no pasa por otorgar al Estado un derecho de tutelaje sobre las mujeres, sino por generar las condiciones para que estas puedan tomar sus propias decisiones de una forma libre e informada.

El reto de este feminismo alternativo es denunciar los excesos del paternalismo y la elaboración de políticas públicas basadas en la evidencia.

Irune Ariño es subdirectora del Instituto Juan de Mariana.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *