Los siete irrelevantes

La cumbre del G-7 más reciente se desarrollado teniendo como marco el panorama alpino de Garmisch-Partenkirchen en Alemania. El G-8 ya no existe debido a la suspensión de Rusia. El foro está compuesto nuevamente  de las potencias occidentales tradicionales. En tiempos de auge de potencias económicas principales, grandes y densamente pobladas, como Brasil, China, la India e Indonesia, que desafían el dominio occidental, muchos creen que el sistema internacional existente necesita un replantearse.

De hecho, es probable el surgimiento de un nuevo orden mundial –y muy pronto. Y estará definido por dos fenómenos clave: la globalización y la digitalización.

La globalización está permitiendo a economías que no están plenamente industrializadas aprovechar los beneficios de la industrialización e integrarse a los mercados globales –tendencia que ha redefinido la división internacional del trabajo y transformado las cadenas de valor. La revolución en las tecnologías de las comunicaciones digitales ha sentado las bases de este cambio.

Claro, el impacto de la digitalización va más allá que la economía. Ha eliminado muchas barreras culturales y ofrecido a ciudadanos de regiones remotas acceso a la información e ideas de todo el mundo. A medida que el desarrollo económico impulsado por la globalización aumenta los ingresos, esta participación cultural conducirá sin duda a una mayor participación política, en especial entre la creciente y exigente clase media. Sin embargo, esta tendencia ya plantea dificultades a los gobiernos en sus tareas de control y seguimiento nacional.

Sin embargo, en términos de equilibrio económico de poder, el impacto de la globalización y digitalización sigue siendo un tema difícil de predecir. Si bien estas tendencias han estimulado indiscutiblemente el auge económico de algunos países en desarrollo, Occidente, en especial los Estados Unidos –posee la vanguardia tecnológica y de innovación. En efecto, el liderazgo estadounidense en el tema –junto con sus enormes activos de capital y su cultura empresarial dinámica, ilustrada por Silicon Valley– podría en última instancia fortalecer su postura global.

No obstante, como las economías emergentes –China y la India– están trabajando arduamente para estimular la innovación sin dejar de aprovechar el margen para ponerse al día tecnológicamente, también es posible que una continua globalización y digitalización impulsen una no hegemonía de Occidente en el orden internacional. Solo el tiempo definirá si estas economías logran desafiar a las potencias establecidas.

Incluso si los Estados Unidos – y en cierta medida Europa occidental – logran conservar la ventaja competitiva, es poco probable que conserven el control geopolítico global que han tenido desde la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, después de que tras el colapso de la Unión Soviética se convirtieran en la única superpotencia mundial. De hecho, aunque los Estados Unidos siguen siendo la potencia dominante en términos militares, políticos, económicos, tecnológicos y culturales, su hegemonía global parece haberse disipado.

En realidad, la supremacía geopolítica global de los Estados Unidos no duró mucho. Después de quedar agobiados por una serie de guerras imposibles de ganar contra oponentes mucho más débiles – y sin embargo indomables – los Estados Unidos se vieron obligados a retraerse en sí mismos. Los vacíos de poder que dejaron han creado crisis regionales –entre las que destacan las del Medio Oriente, Ucrania y los Mares de China Meridional y Oriental– y han contribuido a la inestabilidad y el desorden.

La pregunta que se plantea ahora es qué sustituirá la Pax Americana. Una posibilidad es volver al tipo de orden descentralizado que existía antes de la Revolución Industrial. En esa época, China y la India eran las economías más grandes del mundo, posición que recuperarán durante este siglo. Cuando eso suceda, podrían unirse a las potencias tradicionales – los Estados Unidos y Europa, así como Rusia – para crear una especie de "pentarquía" similar al sistema de equilibrio de poder de Europa en el siglo XIX.

No obstante, hay serias dudas sobre la capacidad de la mayoría de estos países para asumir papeles de liderazgo global. Es imposible predecir el futuro de la Unión Europea, dados los desafíos y crisis sin precedentes a que se enfrenta. El futuro de Rusia es aún más incierto. Hasta ahora no ha sido capaz de deshacerse de los fantasmas del imperio perdido y mucho menos de detener el deterioro de su sociedad y su economía. La India tiene el potencial que le permitiría desempeñar un papel importante a nivel internacional, pero le falta mucho para alcanzar la estabilidad y prosperidad necesarias para ello.

Así pues, solo quedan los Estados Unidos y China. Muchas personas han predicho el surgimiento de un nuevo orden bipolar o incluso una nueva Guerra Fría en la que China sustituiría a la Unión Soviética como rival de los Estados Unidos. Sin embargo, también esto parece improbable porque, entre otras cosas, en el mundo interconectado de hoy los Estados Unidos y China no pueden permitir que el conflicto y la competencia empañen sus intereses comunes.

Como están las cosas, China está financiando la deuda pública de los Estados Unidos y, en cierto sentido, subsidiando su autoridad global. A su vez, China no habría podido lograr su rápido crecimiento económico y su modernización sin acceso a los mercados estadounidenses. En pocas palabras, Los Estados Unidos y China dependen uno del otro. Eso mitigará en gran medida los riesgos que genera inevitablemente el surgimiento de una nueva potencia global.

Con estos antecedentes, parece probable que el nuevo orden mundial sea similar al orden bipolar de la Guerra Fría, pero solo superficialmente. En el fondo, se caracterizará por la colaboración y las concesiones en aras de los intereses compartidos.

El G-7 representa un orden que se extingue. Es tiempo de prepararse para el G-2.

Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany's strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany's Green Party, which he led for almost two decades. Traducción de Kena Nequiz

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