Los silencios culpables

Se conmemora ahora el 70° aniversario del inicio de la segunda guerra mundial. El primer acto fue la invasión alemana de la vecina Polonia en septiembre de 1939. El acto oficial, con la presencia de los dirigentes políticos europeos, tuvo por eje ese episodio militar. También muchos de los análisis realizados lo son en este registro. Sin embargo, creo que muy poco se ha hablado ahora sobre cómo se cimentó esa locura que daría lugar a 60 millones de muertos. Las acciones bélicas empezaron entonces, aunque un año antes la anexión de Austria y de los Sudetes marcó el rumbo hacia el cual, inexorablemente, como destino casi obligado, se encaminó la humanidad en una de sus mayores tragedias colectivas. Pero todo empezó bastante antes.

Todavía sigo impactado por uno de los libros que este verano cayó en mis manos. Historia de un alemán (Memorias 1914-1933) es un relato estremecedor y revelador de la situación de Alemania antes de la llegada de Adolf Hitler al poder por vía democrática, y sus actuaciones en los primeros meses. El texto lo escribió Sebastian Haffner (seudónimo) y no sería descubierto y, por tanto, publicado hasta el 2000, después de la muerte de su autor. Es pavoroso ver cómo un libro escrito bastante antes del inicio de la guerra analiza con amenidad y gran lucidez en primera persona las bases psicológicas, sociológicas y políticas que llevaron a toda una nación a una locura.

En la génesis de ese gran desastre tendría gran valor el acuerdo de aquel mismo verano, cuando la Alemania nazi y la Unión Soviética se aliaron y repartieron el mundo. Ello daría alas a las ansias expansivas de los alemanes. De un modo particular las tres repúblicas bálticas, Estonia, Letonia y Lituania, sufrirían con gran virulencia las brutales represiones de sus sucesivos ocupantes. El pacto se rompería en 1941, y precisamente la gran contribución y sufrimiento de la URSS fue decisiva para derrotar al nazismo. Otra cosa es que, además de cobrarlo luego en Yalta, la intervención soviética estuviese sustentada sobre una ideología opresiva, y que Stalin fuera, junto con Hitler, uno de los mayores asesinos de la historia. Pero eso es geopolítica y lo que ahora quiero resaltar es la lección a aprender.
Como antes indiqué, doy gran valor al análisis de lo que llevó a producir los hechos de ahora hace 70 años. Hitler llegó al poder tras las elecciones en 1933, seis años antes del inicio de la contienda bélica. Pero ya en ese periodo, e incluso antes, se fueron conjugando los elementos que desembocarían en lo ya conocido. De todos ellos, quiero centrar mi análisis en el silencio. El silencio cobarde, el silencio vergonzante, el silencio cómplice de muchos fue esencial para que el nazismo fuera arrasando la ética de un pueblo que asistiría, inicialmente callado y luego enfervorizado, al lavado de cerebro colectivo propio hoy de las sectas. La inmensa mayoría de alemanes permaneció en el país. Solo huyeron algunos preclaros, como el propio autor del libro, al que el nazismo le parecía grosero y dictatorial, aunque acabaría, casi sin darse cuenta, levantando el brazo y exclamando Heil Hitler. Hacía la pasantía para ser abogado y tendría que realizar, como en tantos otros sectores, cursos de «camaradería» en los que la conciencia iba debilitándose hasta salir adoctrinada o narcotizada.
El silencio de los juristas, el silencio de los partidos democráticos, el silencio de las iglesias, el silencio de los demás países de una inexistente comunidad internacional. Ocurrieron muchas cosas en ese largo periodo hasta el inicio de la guerra, pero sobre todo se registró un desolador silencio interior y exterior. El fracaso que después sería la guerra se asentó sobre él. La insolidaridad de los grupos inicialmente no afectados por la aniquilación colectiva fue trágico y premonitorio de lo que sucedería con todos. Asentado en la mentira, como todo régimen dictatorial, hay que recordar cómo, evocando a Nerón, Hitler mandó incendiar una noche el Reichstag (Parlamento). La propaganda expandió que los autores habían sido los comunistas. Una mentira para prohibirlos y clausurar el Parlamento. Silencio de los demás partidos opositores. Fue solo una muestra de aquella parábola de Martín Niemöler: vinieron a por los comunistas, pero como no lo era…; vinieron a por los judíos, pero como no lo era…

Los silencios ante hechos que socavan la justicia, las libertades y la democracia en cualquier país del mundo también son lamentablemente reales hoy. Tapar la corrupción porque son de los nuestros; callar «por cortesía» ante los rebrotes fascistas que renacen manifiestamente en comportamientos totalitarios e inmorales; no dar valor a la creciente y gravísima censura y control de los medios de comunicación en varios países latinoamericanos; aceptar que se pueda liberar a un terrorista libio preso para favorecer a una empresa petrolera nacional; silenciar la existencia de detenciones ilegales y cárceles fantasmas para fortalecer al amigo empeñado en una lucha contra el terror como coartada del todo vale, incluidas restricciones de derechos elementales; mirar hacia otro lado ante la clara regresión democrática de un potente país del cual tenemos dependencia energética, etcétera.
El gran desastre de hace 70 años se cimentó sobre muchos factores. Pero, sobre todo, en el silencio de muchos. Que sepamos aprender esa lección.

Jesús López-Medel, abogado del Estado.