Los socialistas y su liderazgo

Desde sus inicios la crisis económica, además de los económicos y sociales, ha provocado efectos devastadores para la política y los políticos. La percepción por los ciudadanos de la impotencia de los Gobiernos para afrontar la crisis fue letal para la credibilidad de aquellos. Prácticamente, durante los años de crisis, la mayoría de los Gobiernos europeos que tuvieron que enfrentarse a elecciones, salvo pocas excepciones, sufrieron derrotas electorales. En España, la derrota del Gobierno socialista en noviembre del 2011 vino a confirmar la regla de la que no ha escapado el PP en las recientes elecciones europeas. Es más, la manipulación de la “herencia recibida” de la gestión de la crisis arrasó la credibilidad del PSOE en su labor de oposición.

Una de las consecuencias más devastadoras ha sido el deterioro progresivo de la generación política —la llamada “clase política”— vinculada a la gestión de la crisis y a las decisiones más duras adoptadas durante la misma. Muchos políticos fueron o se sintieron inhabilitados para el futuro. Y este ha sido un efecto transversal que afectó a partidos políticos y a sus liderazgos. En este contexto, buena parte de la ciudadanía y sobre todo los más jóvenes, menos vinculados a lo que representó la transición democrática, exigieron un cambio generacional para afrontar los retos sociales, políticos e institucionales propios de un tiempo nuevo. Sin duda, la renovación generacional en la Corona ha tenido algo que ver con esta demanda social.

También el PSOE, después de las elecciones europeas, se ha planteado la cuestión de su liderazgo a través de un cambio generacional, para trasladar un mensaje de renovación del discurso, de sus modos de hacer política, de las relaciones con los ciudadanos y de modernización de sus estructuras. Así lo entendieron los socialistas que el pasado domingo eligieron a través del voto libre, secreto y directo y a la espera de su ratificación por el Congreso, a un joven socialista, Pedro Sánchez, como secretario general del PSOE. Es el reflejo del cambio generacional que representa una respuesta a la situación interna y a los cambios que se exigen a los socialistas.

Recuerdo haber leído u oído en alguna parte que la juventud no es un mérito sino un estado biológico. Es cierto que pocos entenderían, dentro y fuera del PSOE, que en el proceso congresual abierto no se hubiera llevado a cabo un cambio generacional como condición necesaria para ser elegido secretario general. Esto será discutible, pero, en todo caso, a la hora de abordar este cambio, el nuevo secretario general debería de disponer de un amplio margen de confianza por parte de los socialistas.

Salvando todas las distancias que se quiera, hace cuatro décadas un grupo de jóvenes socialistas españoles, entre los que se encontraban Felipe González y Alfonso Guerra, planteó, ante la desconfianza de sectores del PSOE, la necesidad de una renovación orgánica, política y estratégica ante los cambios que se avecinaban en España. Ese grupo cambió el partido y provocó que tuviera un papel fundamental en la transición democrática y en la modernización de España. Sin ánimo de comparaciones, Felipe González fue secretario general con 32 años y su primer Gobierno tenía una edad media en torno a los 40 años.

Dentro de unos días se celebra el congreso del PSOE. En mi opinión, el principal problema del PSOE no es ideológico, de ideas o de programas. En la conferencia política de noviembre del pasado año se aprobó el documento político más sólido que se ha elaborado en España en los últimos años. El documento señala los cambios a llevar a cabo compatibles con la identidad de un partido con vocación mayoritaria y de Gobierno. Por ello, la responsabilidad del próximo congreso es la de configurar el liderazgo político y social del PSOE ante los ciudadanos. Y señalo esto porque respetando todas las opiniones, incluida la de Pedro Sánchez, su liderazgo exige, en momentos tan críticos para el partido y para España, que el secretario general socialista aspire también, a través de las elecciones primarias, a ser candidato a la presidencia del Gobierno de España. El reto es el de un liderazgo fuerte, con un discurso serio y cercano a los ciudadanos, que también combata el populismo en boga. Y el congreso debe tener claro que el liderazgo se basa en la autoridad democrática y autonomía (la elección directa y abierta otorga al secretario general un plus de legitimidad) acompañadas de voluntad de diálogo e integración. El congreso elegirá también a la dirección federal del partido: un equipo eficaz, que sea reflejo de la unidad y cohesión de todos los socialistas. Ello exigirá mucha generosidad y altura de miras a las organizaciones territoriales del partido.

Toda etapa de cambio tiene sus riesgos y oportunidades: esta también. Pero cuando muchos ciudadanos se preguntan si el PSOE puede cambiar y si puede cambiar a este país, la situación es crítica y comprometida. Al PSOE le queda un tramo importante de una difícil travesía del desierto. El congreso es la oportunidad para atravesarlo con éxito. El éxito que demanda el PSOE, pero también la sociedad española, que necesita una alternativa sólida y solvente a las agotadas políticas de la derecha.

Manuel Chaves González fue presidente del PSOE y en la actualidad es diputado en el Congreso.

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