Los soldados de Kosovo

Es sabido que días atrás el Gobierno español anunció su decisión de retirar a los soldados presentes, desde hace un decenio, en Kosovo. La medida tiene, si así se quiere, dos caras que conviene examinar por separado. La primera es fácil de airear para quienes de siempre hemos mostrado nuestros recelos -nuestro rechazo, por decirlo mejor- ante eso que ha dado en llamarse intervencionismo humanitario. Se acumulan las razones para concluir que este último ha sido, al cabo, un instrumento central de defensa, acaso más inteligente y eficaz que cualesquiera otros desplegados en el pasado, de los intereses de las grandes potencias. Éstas gustan de acudir presurosas a resolver conflictos que en muchos casos bien que procuraron atizar con anterioridad. Más allá de ello, la idea de que una instancia como la OTAN pueda estar interesada en socorrer a quienes son víctimas de violaciones graves y prolongadas en sus derechos más básicos se antoja una superstición de la que conviene prescindir cuanto antes. Si así fuera, y por cierto, hace tiempo que la Alianza Atlántica habría intervenido para exigir la retirada israelí de Gaza y de Cisjordania, como habría obligado al ejército turco a atenerse a normas elementales en el Kurdistán.

Así las cosas, y vayamos al escenario kosovar, la decisión de retirar soldados bien puede parecer muy sensata, tanto más cuanto que los resultados del protectorado internacional aplicado durante ocho años, entre 1999 y 2007, no pudieron ser menos estimulantes: ni se forjaron instituciones que, hablando en serio, merezcan el nombre de democráticas, ni se consiguió catapultar la economía local, lastrada por la secuelas de un capitalismo mafioso, ni, en suma, se alcanzó éxito alguno en materia de restauración de las relaciones entre las dos principales comunidades, albanesa y serbia, presentes en el país.

Si ésa es la primera cara de la cuestión, la segunda bebe de un debate distinto, y parte de una pregunta insorteable: ¿Por qué el Gobierno español, tan cómoda e interesadamente entregado de siempre a la aceptación de todos los tópicos sobre el intervencionismo humanitario, asume en este caso, y contra corriente, una medida de retirada de soldados? La respuesta es sencilla: porque le preocupa el eco que una aceptación de la independencia de Kosovo pueda tener sobre la trifulca interna que, entre nosotros, nace de la existencia de discursos nacionalistas contestatarios que afectan ante todo a Cataluña, el País Vasco y Galicia. Dejemos las cosas claras: en lo que se antoja ilustración suficiente de su precario compromiso con la condición presuntamente humanitaria del intervencionismo que despliegan, a nuestros gobernantes Kosovo les trae por completo sin cuidado. Tal vez eso es lo que viene a explicar por qué su posición, sin fisuras, es tan contundente y por qué, y en paralelo, se esquivan las cuestiones delicadas.

Así, cuando se asevera sin margen para la duda que Kosovo es Serbia, habrá que explicar qué se hace con la mayoría abrumadora de los kosovares, víctimas en el decenio de 1990 de graves violaciones de sus derechos básicos y hoy firmemente decididos a preservar un Estado independiente. El rechazo, obsceno, por los gobernantes españoles de cualquier horizonte mental que sugiera que la opinión de los habitantes de un territorio parece un elemento de aconsejable consideración a la hora de lidiar con estos problemas dice poco, por cierto, de la condición democrática de aquéllos, y ello tanto en lo que hace al escenario kosovar como en lo que se refiere a otros que nos son más próximos. La reiterada invocación, por lo demás, del Derecho Internacional apenas acierta a ocultar que los Estados emplean éste obscena e interesadamente para salvaguardar su integridad territorial. No puede producir sino estupor, en fin, la admiración que la posición española -asentada, repitámoslo una vez más, en mezquinos razonamientos de política interna- suscita en las opiniones públicas de países como Serbia y Rusia, francamente olvidadizas de los restantes elementos, los más enjundiosos y relevantes, de la política que Madrid defiende en el tablero internacional.
Claro que, entre nosotros, por no faltar ni siquiera falta el patético juego de la confrontación partidaria. Mientras dentro del Partido Socialista no se escuchan -parece- voces que reclamen un poco de cordura que arrincone tanto esencialismo estatalista y tanto temor al qué dirán, en el Partido Popular no se aclaran: si unos, imbuidos sin duda del mismo esencialismo, aplauden la decisión de retirar a los soldados, otros -muy en línea con querencias heredadas de la época de Aznar- reclaman que no se rompa un plato en la relación con la OTAN, y ello aun a costa de salir en defensa cerrada de los criterios que defiende el nuevo presidente norteamericano. No nos engañemos, en suma, en lo que hace al presunto malestar de este último: ni España es ningún pilar importante en nada ni la presencia, o la ausencia, de sus soldados en Kosovo va a alterar un ápice los desequilibrios internacionales del momento.

Carlos Taibo, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Madrid y colaborador de Bakeaz.