Los soldados vuelven a casa

Luis Sepúlveda, escritor (EL PERIODICO, 28/04/04)

Las tropas españolas no debían ser usadas, ni un día más, como comparsas de una guerra basada en falsedades y llena de horrores.

Los soldados españoles fueron enviados a Irak como integrantes de una coalición nacida a espaldas de la ONU, y para otorgar algún atisbo de legalidad a una guerra decidida de antemano por EEUU. Esto no debe olvidarse, y si todavía alguno insiste en presentar lo ocurrido en las Azores como una reunión de los gobernantes más listos, responsables o valientes del planeta, entonces miente como un bellaco desde su oscura mediocridad, y los que comparten su mentira, también. Los soldados españoles no pueden ser usados al servicio de un megalómano, y por eso vuelven a casa.

La ocupación militar de Irak fue presentada como una acción urgente, imprescindible, motivada por la necesidad de plantar cara al terrorismo integrista islámico tras los atentados de las Torres Gemelas. Se nos aseguró, mirando a cámara, que Sadam Husein era cómplice de Bin Laden, que poseía armas de destrucción masiva y que su capacidad militar era aterradora. Un año más tarde, la porfiada realidad demostró que nada era cierto, y se evidenció que jamás se había mentido tanto para justificar una guerra innecesaria, ilegal e incomprensible. Los soldados españoles no pueden ser usados para encubrir la falsedad de unos timadores de poca monta, por eso vuelven a casa.

Un paseo por la prensa internacional sirve para descubrir que los inspectores de la ONU encargados de determinar si Irak tenía o no tenía armas de destrucción masiva sufrieron todo tipo de presiones, y que apenas unos pocos días les habrían bastado para concluir que las terribles armas no eran más que un bluf de Sadam, ese dictador brutal, aliado del mundo libre en la guerra contra el integrismo de los ayatolás iranís.

Lo más cercano a un arma de destrucción masiva que se nos mostró fue un salero exhibido por Colin Powell durante una de las últimas reuniones del Consejo de Seguridad previas a la agresión, y ante la mirada extasiada de Ana Palacio, convertida en doncella de Orleans. Nunca supimos si el salero contenía ántrax, gas mostaza o plutonio enriquecido. Los soldados españoles no pueden ser usados como comparsas de un espectáculo criminal y triste, por eso vuelven a casa.

La sensatez, el sentido común, la madurez democrática de la mayoría de los europeos convocó a las mayores manifestaciones contra la guerra de los últimos 50 años. No debemos olvidar que en España las demostraciones fueron apabullantes, multitudinarias, pero el Gobierno ignoró esa vox populi que empezaba a hartarse de tanta mentira y de tanta sumisión tan extemporánea como innecesaria, toda vez que el destino de España es europeo o no es.

La primera víctima de la guerra, como siempre, fue la verdad, pero las otras son igual de importantes: la política exterior española, las frágiles relaciones con el Magreb, los esfuerzos europeos por ser una valla de contención al unilateralismo norteamericano, la vocación de paz y buena vecindad sobre la que se fundamenta la idea de una Europa unida. Y desde luego que las más importantes son las víctimas humanas, las mujeres, niños, hombres y ancianos que han muerto sin saber por qué y cuyo número real jamás conoceremos. Los soldados españoles no pueden ser usados para ocultar los horrores de la guerra, por eso vuelven a casa.

Las guerras dan asco. Da asco saber que, luego del primer relevo de tropas, en Estados Unidos se realizó una ceremonia patriótica para nacionalizar a cientos de emigrantes latinoamericanos que regresaban de Irak. Ésos, y los que regresaron en bolsas de plástico, no lucharon por "las grandes ideas de la libertad", sino por un miserable pasaporte que les permitiera sobrevivir en la tierra de las oportunidades. Da asco saber que más del 80% de la reconstrucción de Irak y la totalidad de los gastos militares benefician a una sola empresa, Halliburton, ligada al vicepresidente Dick Cheney. Da asco leer de la presencia de mercenarios chilenos, torturadores experimentados y que realizan funciones de inteligencia para la coalición. Da asco comprobar que Ariel Sharon culmina con impunidad una operación de limpieza étnica contra el pueblo palestino, al amparo de la guerra de Irak. Los soldados españoles también sienten asco, por eso vuelven a casa.

España no puede continuar en la indignidad de potencia ocupante, y si un día debe haber presencia militar española en Irak será cuando la ONU asuma la misión de poner orden en la región, de asegurar los mínimos derechos de los iraquís. Lo mejor que podía hacer el Gobierno era traerlos cuanto antes. Los soldados españoles vuelven a casa y tal vez regresen a Irak, mas no para participar en una guerra, sino para ganar la paz.