Los toros y las Españas

Como era de prever, lo político y lo moral se confunden interesadamente en el debate en curso sobre la posible prohibición de las corridas de toros en Cataluña. Muchos insisten en ver dicha prohibición como un elemento de diferenciación y distanciamiento de España por parte de Cataluña. Lo cierto es que la obsesión antiespañolista flaco favor hace a la causa antitaurina, al generar la falsa idea de que la dicotomía taurino/antitaurino es idéntica con españolismo/antiespañolismo.

También somos frontalmente opuestos a la barbarie taurina muchos de los que somos españoles y no queremos dejar de serlo. Eso sí, tristemente he de confesar que si algo ha hecho alguna vez que me avergüence de ser español es la existencia de la fiesta taurina. Pero no olvidemos que las corridas están prohibidas ya en otra región española, Canarias, donde se produjo dicha abolición no mediante una ley ad hoc, como se pretende hacer en Cataluña, sino simplemente como consecuencia de una ley general de protección de los animales.

Siempre me he preguntado qué tipo de persona hay que ser para disfrutar y aplaudir mientras se ve como se desangra un animal que ha sido públicamente acuchillado. Es algo que verdaderamente me causa una enorme perplejidad. Me hace sentir que no todos estamos hechos del mismo material. ¡Cómo es posible sentir semejante falta de identificación con el sufrimiento de otro ser vivo! Estamos hablando de un mamífero superior, muy semejante fisiológica y neurológicamente al ser humano, un animal que desea vivir tanto como nosotros y que sufre el dolor físico del mismo modo que nosotros lo sufrimos, como lo demuestra el simple hecho de que huye del dolor y de la muerte con la misma desesperación con que nosotros lo haríamos.

Aún recuerdo mi experiencia en la única corrida de toros a la que, llevado por no recuerdo quién, he asistido en mi vida. Tendría no más de 10 u 11 años. Antes de ir, sin duda habría oído hablar de las corridas de toros y algo habría visto de pasada en televisión. Pero era muy diferente ver allí, a corta distancia de mí (era una plaza de toros relativamente pequeña), semejante acto criminal. Recuerdo vivamente como aquel toro abanderillado, sangrante y ya tambaleante se colocó cerca del muro y miró hacia donde yo me encontraba sentado, en las gradas más bajas, muy cerca del ruedo. Yo fijé mis ojos en los del animal y, de un modo verdaderamente extraño, algo que jamás olvidaré, durante unos momentos tuvimos la mirada clavada el uno en el otro. Yo desde detrás de mis ojos arrasados en lágrimas le gritaba silenciosamente «¡no todos somos así! ¡no todos somos así!». Junto al toro, ya a punto de colapsar, se posicionó el torero, haciendo gala de esa característica chulería. Yo miraba al toro y desde dentro le gritaba «¡Cógele, cógele, que aún puedes!». Aquello era claramente una reacción primaria, la reacción visceral de un niño. De haberlo considerado racionalmente, tampoco habría deseado ver a un torero corneado y sangrante.

No son España y Cataluña las que chocan en este asunto. Son más bien las dos Españas: una España sensible, racional y genuinamente progresista frente a otra España atávica, brutal e insensible, e inconsciente además del patético lugar a que dicho espectáculo nos relega en el contexto europeo.

Kant justificaba racionalmente la necesidad de evitar la crueldad con los animales aduciendo que demostrando consideración por el bienestar del animal cultivamos la sensibilidad y la compasión hacia los seres humanos. La consecuencia lógica de ese razonamiento es que cuando se es cruel con los animales -más aún, cuando esos actos de crueldad se publicitan y transmiten abiertamente en los medios de comunicación- se está deshumanizando a la sociedad, se está educando a las personas en la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. De hecho, históricamente se observa una cierta correlación entre la crueldad con los animales y la crueldad entre los seres humanos. El filósofo Jesús Mosterín sostiene que mientras que espectáculos análogos a las corridas desaparecieron en otros países europeos como efecto de la nueva actitud más racional que trajo consigo la Ilustración, en España el movimiento de la Ilustración no llegó a calar, y ése es un retraso cultural que aún llevamos a la espalda.

La fiesta taurina se mantiene por emperramiento de un sector social, lo mismo que las dichosas siluetas del toro de Osborne que nos encontramos bordeando las carreteras y cuyo mensaje taurino codificado se nos impone a todos, queramos o no. Se tome la decisión que se tome en Cataluña, lo que hace falta es un proceso de reflexión pública y de debate sobre la cuestión, porque la reflexión y el debate son los antídotos de la irracionalidad y la barbarie. Somos ya muchos los que decimos ¡Basta!

Juan A. Herrero Brasas, profesor de Ética Social en la Universidad del Estado de California.