Los toros

Desde hace décadas todos los aficionados a los Toros consideramos que el Domingo de Resurrección constituye el inicio solemne de la temporada taurina en España. Es verdad que ya se han celebrado dos ferias taurinas muy importantes, la de las Fallas en Valencia y la de la Magdalena en Castellón, pero a los taurinos nos gustan los ritos y las liturgias, y la de considerar que la temporada empieza con el final de la Semana Santa es una de ellas.

El comienzo de la temporada taurina nos brinda una buena ocasión para volver a hablar de los Toros, que en España son la Fiesta Nacional por antonomasia. Los Toros, así, con mayúscula, que es como lo escribimos cuando nos estamos refiriendo a la Fiesta, no se entienden sin los toros, así, con minúscula, que son esos animales maravillosos que salen a las plazas a luchar y a morir como unos valientes. Aquí hay que llamar la atención acerca de la curiosa paradoja que se esconde detrás de los toros bravos, esos animales salvajes, indómitos, luchadores, capaces de ir una y otra vez al caballo, a pesar de que allí reciben un castigo, y de luchar hasta el último segundo con un coraje emocionante.

Pues bien, el toro bravo, que es el animal más valiente y luchador que existe, es, aunque no lo parezca, un acabado producto de la inteligencia y del cuidado del hombre que se esmera, desde hace siglos, en criarlos para que conserven esa fiereza salvaje que los hace admirables. La paradoja reside en que, a lo largo de la historia, la obra del hombre sobre los animales ha seguido el sentido opuesto: el hombre ha buscado siempre domesticar a los animales para que le sirvan dócilmente, le ayuden en sus tareas o le proporcionen alimento.

Sin embargo, con el toro bravo, los ganaderos se dedican, desde hace siglos, justo a lo contrario, a no domesticarlos, a guardar como un tesoro su bravura y su fiereza. Gracias a ellos, que hacen su trabajo con un mimo y una maestría admirables, se ha conservado este prodigioso animal, que, sin sus cuidadosos criadores, hoy no existiría. Esto es bueno que lo sepan algunos bienintencionados que mantienen posturas antitaurinas basadas en criterios ecologistas de defensa de los animales. Nadie protege más y mejor a esa maravillosa especie animal del toro bravo que los ganaderos, los toreros y los aficionados. Sin ellos se habría perdido el toro bravo y solo quedarían bueyes, que son estupendos para tirar de los carros, para arar y también para comérnoslos, pero que no son indómitos, luchadores, ni se crecen ante el castigo, como hacen los toros bravos. Desde la antigüedad, el hombre ha visto en los animales cualidades y defectos que ha comparado con las cualidades y defectos humanos: la doblez de las serpientes, la inocencia de las palomas, la astucia de los zorros, la majestad de las águilas, la bondad de los corderos o la ferocidad de los lobos, son algunos ejemplos de este adjudicar a los animales cualidades humanas. En este sentido, el toro bravo representa algunas de las virtudes más eminentes que podemos encontrar en el género humano: el coraje, el espíritu de lucha, la nobleza, la valentía y el no rendirse, son características positivas del toro bravo que sería muy bueno que cultiváramos todas las personas.

El Toreo nació, probablemente, de esa fascinación del hombre por un animal que tenía esas cualidades, lo que le llevó a enfrentarse con él para demostrar que también el hombre las tenía. A lo largo de los siglos ese enfrentamiento se ha ido dotando de cánones y reglas hasta hacer de la corrida de toros un espectáculo, en el que brilla la bravura de los toros y el valor de los toreros, que, además de jugarse la vida, tienen que hacerlo respetando unos cánones y unas tradiciones que buscan que todo lo que ocurra en la plaza sea parte de una obra de arte. Ese espectáculo ha fascinado a los españoles desde hace siglos, pero no solo a los españoles. También en el sur de Francia y en muchos países de Hispanoamérica, los Toros están arraigados en su vida y en su cultura. Y cada vez son más los extranjeros que caen rendidos ante la belleza y la emoción de las corridas. Un buen ejemplo es el recién nombrado primer ministro de Francia, el español y barcelonés Manuel Valls, decía no hace mucho: «Los toros es algo que me gusta, que forma parte de la cultura, de mi familia, y es una cultura que hay que preservar. Es una tradición que existe en algunas regiones, sobre todo en el sur del Francia y hay que mantenerla». O el Club Taurino de Londres, que, con sus más de trescientos socios, mantiene una actividad envidiable. El Toreo, como todas las Bellas Artes, busca nuestras emociones y, como pasa con las demás, no a todo el mundo le emociona lo mismo. Por eso, los aficionados no pretendemos que a todo el mundo le gusten los Toros. Ya sabemos que no a todo el mundo le gustan Matisse o Beethoven. Pero que haya personas a las que no les gustan los Toros o, incluso, que sean antitaurinas, no debe impedirnos a los españoles que cuidemos, mimemos y estemos orgullosos de nuestra Fiesta, que lleva siglos emocionando a algunos de los más grandes artistas y creadores, desde Goya a Orson Welles, con pintores como Darío de Regoyos, Picasso, Solana, Zuloaga, Saura o Botero, y escritores como Ortega, Pérez de Ayala, Marañón, Lorca, Hernández, Cocteau o Vargas Llosa. En este Lunes de Pascua, con la temporada ya inaugurada desde ayer, solo me queda desear que sea un éxito para ganaderos, toreros y, por añadidura, para los aficionados que llenaremos las plazas.

Esperanza Aguirre, presidente del Partido Popular de Madrid.

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