Los tres desafíos de la empresa española: Productividad, Dimensión e Innovación

La crisis económica y financiera que se inició en el año 2007 ha tenido un fuerte impacto sobre las economías y sociedades europeas. Sin embargo, este no ha sido un fenómeno homogéneo. Al contrario, la virulencia de sus efectos ha sido muy distinta entre unos países y otros, por lo que, mientras que en países como Grecia, Italia o la propia España, la crisis ha atacado con especial ferocidad generando severos retrocesos en sus niveles de renta, en otros como Alemania parece haber causado menos estragos. Ello, como parece lógico, tiene mucho que ver con la mejor o peor situación en que se encontrara cada país antes del inicio de la crisis y, en concreto, con la mayor o menor capacidad de respuesta frente a la misma tanto de su estructura económica como de su sistema institucional. Así, por ejemplo, el ciclo económico adverso que hemos vivido ha puesto de manifiesto que el distinto impacto de la crisis en unas economías y otras guarda también una estrecha relación con la salud del sector industrial y su importancia dentro de cada economía. A pesar de ser innumerables los factores que acaban concurriendo en un proceso económico crítico, todo apunta a que aquellos países en los que la industria tiene un mayor peso sobre su PIB han mostrado, en general, una mayor resistencia ante la crisis y los perniciosos efectos que ha generado. Este es, nuevamente, el caso de Alemania.

El caso contrario es el de España, que, como ya adelantábamos, es uno de los países de la Unión Europea que más ha sufrido con la crisis. Sin embargo, no es de extrañar que así sea, puesto que, tradicionalmente, nuestra economía ha estado basada en sectores intensivos en mano de obra de baja cualificación, poco productivos y, además, fuertemente procíclicos, lo cual nos hacía especialmente vulnerables frente a los shocks externos. Es más, el hecho de que durante los años previos a la crisis, en la época de bonanza, existiera en España un claro sesgo hacia sectores como el de la construcción, hacía que nuestra economía y, por extensión, su mayor o menor grado de crecimiento, dependiera en exceso no solo del ciclo económico en que nos encontráramos sino también del ciclo inmobiliario que viviéramos. Esta sobredimensión del sector de la construcción, unida a la pérdida de peso de la industria en beneficio de sectores menos eficientes y generadores de menor valor añadido, no hicieron sino debilitar aún más la ya frágil estructura productiva española. Con todo, la reciente crisis ha puesto de manifiesto las debilidades de ese modelo de crecimiento, el cual, por su naturaleza y características, era difícilmente susceptible de generar un crecimiento económico sostenible en el tiempo.

No cabe duda de que las medidas de política económica aplicadas en España desde 2012 han situado a España en la senda una transformación estructural de la economía. La recuperación de la financiación exterior, una vez acalladas las dudas sobre el futuro del euro, y un acusado incremento de la competitividad están en la base de esta recuperación. Sin embargo, existen dos circunstancias que han aumentado sensiblemente la calidad y la credibilidad del proyecto permitiendo incluso atisbar ese potencial cambio estructural en la economía española. Por un lado, las ganancias de competitividad no se han logrado devaluando la moneda, como era nuestra costumbre hasta que entramos en el euro. Basta recordar que, entre 1975 y 1995, España sufrió cuatro procesos devaluato-rios con los resultados conocidos. En esta ocasión, la pertenencia a la moneda única nos ha obligado a poner en marcha una devaluación interna de precios, salarios y rentas con efectos mucho más retardados en el tiempo, políticamente muy dolorosa, pero mucho más positiva en términos de la credibilidad y la confianza que estamos obligados a generar tras el pinchazo de nuestra burbuja. Por otro lado, la política económica también ha estado a la altura de las circunstancias. La aplicación de una razonable combinación de disciplina fiscal, saneamiento bancario y reformas económicas ha resultado un éxito en España.

La reducción de la tasa de crecimiento económico necesario para generar empleo, el buen comportamiento del sector financiero desde los comienzos de la recuperación con significativas tasas de crecimiento del nuevo crédito, la compatibilidad entre el crecimiento económico y el desapalancamiento del sector privado a un ritmo considerable o el buen comportamiento de nuestras exportaciones, tanto en términos cuantitativos como en términos de diversificación y apertura de nuevos mercados, son todos ellos hechos relativamente inéditos en nuestra historia económica reciente que permiten avalar la tesis de la mejora estructural de nuestra economía. España, gracias a las políticas aplicadas y a la normalización de la zona euro, tiene una fantástica ocasión de operar un cambio estructural en la economía que le permita aprovechar mejor que hasta ahora las oportunidades de la globalización. Sin embargo, el nivel de vulnerabilidad de nuestra economía sigue siendo muy elevado. Seguimos teniendo tasas de paro, déficit público y endeudamiento público y privado aún entre las más altas de los países desarrollados. En estas circunstancias, la única forma de no salirnos de la senda correcta es seguir aplicando los tres pilares -disciplina fiscal, reformas económicas y saneamiento bancario- que nos han permitido generar los buenos resultados arriba comentados.

En todo caso, las debilidades estructurales de la economía española ya citadas y la cada vez mayor competencia internacional exigen, si es que queremos alcanzar el objetivo de crecimiento sostenible, la puesta en marcha de medidas que, en última instancia, permitan incrementar de forma permanente los niveles de competitividad de nuestra economía y así mantenernos en la ya iniciada senda de la recuperación y del crecimiento. Para ello, entre otras muchas cuestiones, resulta ahora apremiante dar una dimensión óptima al sector industrial dada su contribución a la generación de empleo estable y como elemento tractor de la innovación y de mayores niveles de productividad, tan necesarios para la economía española. De esta constatación nace precisamente este informe. Así, con el afán de contribuir a nutrir y aportar razones al debate acerca de la necesaria recuperación española y la forma de conseguirlo, la Fundación FAES se propuso, de la mano de tres expertos en la materia, elaborar un informe que abordara el estudio de los que, creemos, son los tres pilares fundamentales para garantizar el fortalecimiento de la industria española y, por consiguiente, el crecimiento más sano de nuestra economía. Dicho estudio consta de tres capítulos, cada uno de ellos dedicado al análisis de uno de los antedichos factores, de los que, estamos convencidos, depende críticamente la prosperidad futura de la economía española.

En el primero de los capítulos, la profesora Ana Cristina Mingorance hace un repaso a la evolución de la competitividad española a lo largo de la historia, desde el periodo de autarquía posterior a la Guerra Civil hasta nuestros días, pasando, como no podía ser de otro modo, por la fase de liberalización y apertura al exterior de España. Consciente de que la recuperación de la economía española no puede depender única y exclusivamente del comportamiento de la demanda interna, la autora revisa la situación en que se encuentran aquellos otros elementos que, por su importancia en relación con la competitividad, requieren de una atención especial. La realidad actual de nuestro sector exterior, tradicionalmente caracterizado por la existencia de un marcado déficit, y la productividad de nuestra economía son los factores a los que se refiere.

A esta primera aproximación al estudio de la competitividad española le sigue, inmediatamente, un examen exhaustivo del sector empresarial, cuya mayor o menor dimensión condicionará, con toda probabilidad, la evolución de la competitividad española. En él, José María Abad analiza con todo detalle los rasgos más fundamentales del conjunto de empresas españolas, haciendo especial hincapié en el segmento de las microempresas, por ser el que mayor número de sociedades aglutina. Asimismo, el autor examina en profundidad cuáles son las causas del reducido tamaño empresarial de nuestro país para, posteriormente, realizar un repaso a las implicaciones que del mismo se pueden derivar y que, en efecto, se derivan.

El tercer y último capítulo constituye, como bien indica su título, una fotografía del panorama actual de la innovación en España. A lo largo de esta última parte del informe, Gonzalo Gómez Bengoechea analiza cuál es la posición que ocupa España, por lo que a los niveles de innovación se refiere, en comparación a un grupo de países con características similares a las del nuestro, como son Francia o Alemania, y también en comparación a países líderes en materia de innovación, como Estados Unidos. El autor, por otra parte, realiza el mismo estudio comparativo en base a dos grupos de pertenencia distintos, la OCDE y la Unión Europea. Este capítulo, además del análisis de los indicadores input que explican la inversión en innovación en España, también comprende un examen exhaustivo de los resultados que de este tipo de inversiones se derivan. Finalmente, el autor termina proponiendo una serie de medidas de reforma que podrían contribuir a mejorar la situación de la economía española en materia de innovación.

En conclusión, este libro constituye un intento de dar respuesta, mediante un análisis riguroso de los datos y de la información a nuestro alcance, a un debate de tanta actualidad y relevancia para España como es el de la superación definitiva de la crisis y de las posibles estrategias a seguir al objeto de impulsar de nuevo el crecimiento económico, proceso en el cual el sector empresarial juega un papel determinante. Por ello, hemos creído necesario dedicar nuestro tiempo al estudio de la competitividad, de la dimensión empresarial y de la innovación, factores todos ellos que, desde la Fundación FAES, consideramos fundamentales para la generación de mayores cuotas de productividad y competencia y, por consiguiente, susceptibles de conducir a la sociedad española hacia unos más altos y sostenibles niveles de crecimiento económico que faciliten la creación de empleo. De cualquier modo, nuestros autores no se han limitado únicamente a describir en detalle la situación de los citados factores, sino que han incluido además propuestas en materia de política económica que podrían orientar la actuación de los futuros gobiernos.

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Ana Cristina Mingorance, José María Abad y Gonzalo Gómez Bengoechea

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