¿Cómo puede un gobierno con la mejor ejecutoria económica de Europa (y, de hecho, de toda la OCDE) ser humillado en las urnas por una oposición euroescéptica, nacionalista y económicamente iletrada... y considerada inelegible tan sólo hace un año? Ésa es la pregunta que muchos polacos y amigos de Polonia están haciéndose ahora, tras la derrota del 25 de octubre del gobierno de la Plataforma Cívica. Si crear puestos de trabajo y aumentar en gran medida los ingresos no permite que te reelijan, ¿qué podría hacerlo?
Una razón para la victoria de la oposición es, naturalmente, universal: al cabo de un tiempo, las personas de todas partes quieren cambios y la Plataforma Cívica estaba en el poder desde 2007 y probablemente la impaciencia con el status quo sea mayor en los países poscomunistas de la Europa central y oriental, donde gran parte del orden social, político y económico aún no está aceptado de forma general. De hecho Donald Tusk, de la Plataforma Cívica, fue el Primer Ministro que consiguió dos mandatos sucesivos.
Además, a medida que los partidos gobiernan más tiempo, sus personalidades más fuertes suelen ser substituidas por otras más débiles. La Plataforma Cívica impugnó esas elecciones después de substituir a Tusk por Ewa Kopacz y ha tenido el mismo problema con varias otras “substituciones”.
Lo específico de Polonia es que los ocho últimos años han creado aparentemente un pronunciado caso de disonancia cognoscitiva. El crecimiento anual del PIB ascendió, por término medio al 3,2 por ciento en ese período y, a diferencia de lo que ocurrre en el Occidente rico, tanto la desigualad como el desempleo han disminuido en realidad y el crecimiento ha beneficiado principalmente a los tres quintiles medios de la distribución de los ingresos. Ese segmento de la población, que suele ser políticamente decisivo, disfrutó de un aumento del 28 por ciento de los ingresos reales por habitante desde 2007 a 2014.
En un nivel, los polacos lo saben, pues grandes mayorías califican de “buenas” o “muy buenas" las condiciones financieras de sus familias, lugares de trabajo y ambientes sociales. La disonancia estriba en que unas minorías igualmente grandes califican la situación económica de Polonia y la “dirección que sigue el país” de “malas” o “muy malas”.
La transformación de Polonia es visible no sólo en forma de nuevas autopistas, carreteras locales, aeropuertos, hospitales y estadios, sino también en la aparición de gran número de viviendas, supermercados y modernas fábricas, nuevos y renovados, que no se han logrado hipotecando el futuro. Polonia ha ocupado el cuarto lugar de la Unión Europea por la reducción de su deuda pública (como porcentaje del PIB).
Y, sin embargo, la desconexión entre esa realidad y la Polonia “en ruinas" o “al borde de la catástrofe” en opinión de muchos votantes era demasiado grande para pasarse por alto. Incluso Kopacz reconoció el contraste entre la “prosperidad pública” que todo el mundo ve y la “penuria privada” que, según muchos, persiste (al menos en relación con Alemania, el término de comparación preferido por los polacos).
En la Polonia actual, resulta más difícil aceptar salarios –nominalmente, una tercera parte, más o menos, de los de Alemania– que en 2007 habían parecido muy suficientes, cuando eran sólo la cuarta parte del nivel de Alemania, pero no es de extrañar que el lema de la campaña de Kopacz –“una economía más fuerte y salarios mayores” – y la promesa implícita de abordar esa cuestión en un mandato parlamentario no parecieran creíbles.
Aunque el problema afrontado por Kopacz y la Plataforma Cívica era específicamente polaco, entrañaba una verdad universal: para vencer, los políticos deben determinar el marco en que se mueven. Durante el mandado de Primer Ministro Tusk, el Gobierno fue perversamente reacio a atribuirse el mérito por el éxito económico de Polonia. Tusk elogió a los propios polacos por su denodado trabajo, pero desatendió la necesidad de insistir en que, sin las políticas macroeconómicas del Gobierno, se habría desaprovechado ese trabajo. Ni siquiera recordó una sola vez a los votantes que las opciones del Gobierno, al gestionar las consecuencias de la crisis financiera mundial de 2008, que no fueron ni evidentes ni fáciles, porque requirieron el rechazo del consenso sobre la austeridad de la UE, fueron las correctas.
En vista de que la mayoría de los votantes no se consideran capaces de juzgar la competencia en el Gobierno, basan su elección de un partido en la dirección general en que se propone conducir el país y los principios globales por los que se regirá al gobernar. La Plataforma Cívica llegó al poder en 2007 con un marcado espíritu proempresarial y de libre mercado. Durante la crisis financiera, tuvo que moderar esas concepciones considerablemente y adoptar medidas opuestas a su ideología: aumento de los déficits en plena crisis (2009-2010) y aumento de impuestos, una vez que se recuperó el crecimiento (2011).
Y después, cuando el Gobierno redujo el tamaño del sistema de pensiones por capitalización, absurdamente caro, pero popular (2011-2014), Tusk intentó compensar a los votantes dedicando todos los recursos suplementarios disponibles a las prestaciones familiares. Aunque esa medida estaba justificada, dado el bajísimo índice de natalidad de Polonia, iba destinada también a atraer a su electorado urbano, pero, para muchos votantes, pareció que la Plataforma Cívica, que se había identificado en 2007 con el conservadurismo social y el liberalismo económico, estaba deslizándose hacia la izquierda económica (y también cultural).
En 2014, se consideraba al Gobierno tan pragmático como para carecer de valores. Esa impresión inspiró, naturalmente, la sospecha de que la motivación principal de la Plataforma Cívica había llegado a ser el interés propio. Al convertirse el relato de ese partido en una letanía inacabable de medidas socialmente acertadas que había adoptado (o iba a adoptar), los polacos llegaron a considerar la campaña un intento cínico de comprar sus votos... y hacerlo con su propio dinero. Ni siquiera se utilizó el dato de que esas promesas, aunque abundantes, eran en su mayor parte baratas (desde luego, comparadas con las de la oposición) para transmitir un compromiso con la responsabilidad fiscal.
Las elecciones son una opción, no una subasta, entre listas que compiten, de las cuales triunfará la mejor postora. La Plataforma Cívica perdió porque no explicó a los polacos su propia opción. Poco importó que el programa de la oposición careciera de credibilidad: la Plataforma Cívica ya había pasado a ser la arquitecta de su propia derrota.
Jacek Rostowski was Poland’s Minister of Finance and Deputy Prime Minister from 2007 to 2013. Traducido del inglés por Carlos Manzano.