ETA mata, luego existe. Ésta es la esencia de la cuestión. En la historia de la banda terrorista, su nota distintiva ha sido la muerte. No su independentismo o su revolucionarismo cutre, sino su capacidad de asesinar y extorsionar a la sociedad. Suele justificarlo con apelaciones contundentes -«independencia», «territorialidad», «soberanía», «derechos de Euskal Herria»-, de forma confusa y desquiciada. Las repiten sus secuaces hasta la saciedad, pero son palabras de escaso contenido. Tal y como las enuncian sugieren cosas pero no suelen tener doctrinalmente nada detrás. Una palabra, dicha de forma airada y chulesca, cumple aquí la función de programas completos, aparenta algún desarrollo ideológico.
Del olvido de tales evidencias se deriva el éxito político y mediático de ETA, en torno a la que gira todo en España. Se la trata como si formara una compleja estructura compuesta por ideólogos y revolucionarios profundos, con una gran incardinación social, que se mueve por postulados serios y no risibles. Y no es así. Lo que sorprende de la continuidad de ETA es que la consiga con esquemas tan precarios y apelaciones rudimentarias, que, sorprendentemente, tienen calado en la avanzada sociedad vasca -es la rebelión de los ricos-. Pero las experiencias históricas demuestran que no hace falta mucho para durar. El Ku Klux Klan aguantó generaciones con sus brutalidades racistas, y es ejemplo a estudiar como precedente del fenómeno que nos ocupa. Lo que está enfrente de la democracia no es un movimiento de liberación nacional con alguna legitimidad y adarme de inteligencia.
La confusión sobre ETA y los suyos de imaginar que son algo más que el KKK o la mafia calabresa -lo que no les minusvalora como grupo delictivo; pero son eso y no otra cosa- lleva a reacciones borrosas. Incluso algunas proclamas inequívocas contra el terror caen en expresiones raras, que lo complican todo. Una buena muestra la hemos tenido tras el último comunicado de ETA. La inmediata reacción protagonizada por el Gobierno vasco entra en el terreno de los fenómenos paranormales y ha pasado casi inadvertida por su rareza. Condena drásticamente a ETA, pero como no cree que la banda es lo que es, sino que la trata como a un movimiento con lógicas racionales, el resultado es de una confusión extrema. Lo complica más su deseo de salvar los trastos en el desaguisado en el que entramos.
Como es sabido, desde hace tiempo los comunicados y actuaciones del Gobierno vasco tienen un toque surrealista. Se diría que se ha convertido, él solo, en un islote mental, como si algún raro salto evolutivo le hubiese separado de la general marcha de la sociedad y de sus partidos. Marcha a su aire, con cosas verdaderamente chocantes.
En su comunicado de la semana pasada, pedía «la desaparición definitiva de ETA». Hasta aquí nada que objetar. El exotismo se deriva del argumentario. No está claro si se dirigía a ETA para afearle la conducta, a la batasunía para demostrarle que se equivoca de mandos, o a todos, para enseñarnos la maldad terrorista. Quizás buscaba los tres objetivos; creo que los tres sobraban. «No actúa ETA en nombre del pueblo vasco», dice el texto, no se sabe a quién, y emplea unas demostraciones raras para argumentarlo.
Primero: los vascos no necesitamos a ETA, pues «nos hemos enfrentado a guerras y dictaduras como las de Franco». Qué tendrá qué ver; es, además, una idea cuando menos delicada, ya que una parte de los vascos sí apoyó el alzamiento franquista; y, como hay sospecha de pasividad durante el trance dictatorial, no parece un argumento consistente. Luego, dice que ETA no actúa en nombre del «derecho a decidir», concepto creado por este Gobierno y que fuera de él provoca sorna y escasa atención. ¡Y asegura después que ETA desoye a la izquierda abertzale! Cabría pensar que era ésta la que tendría que protestar y no hay noticia de ello. Hasta afirma el citado comunicado que la izquierda abertzale reclamó tras el atentado de Madrid «una tregua indefinida y sin condiciones»; supongo que lo sabrá por alguna alucinación, pues no hay ninguna secuela pública, a no ser tras una titánica hermenéutica sobre alguna frasecilla. No convencerá a ETA, que ni estará a la espera de lo que le diga la izquierda abertzale -sí al revés- ni creerá que le hayan pedido lo que no le han pedido.
Pero parecerá poca hazaña al Gobierno vasco tal comunicado. Sospechando que sin tregua alguien cuestionaría la negociación como el Grial de Euskal Herria, un escalofrío habrá recorrido los sótanos gubernamentales. Mal que acabe la tregua. Peor aún que, además, peligre su política (aunque se concibiera para un escenario de «ausencia de violencia»). ¿Solución? Encargar una encuesta telefónica, como si no hubiese otra cosa ese día. Por la celeridad con que se han hecho públicos sus resultados, tuvo que ser de las primeras decisiones que tomó el Gobierno tras el fin de la tregua. Acertó. O bien llamaron, por un casual, mayoritariamente a los de su cuerda, o bien el personal alucinó y les contestó para quedar bien (en el País Vasco se sabe qué contestar, sobre todo por teléfono).
Conclusión de la encuesta: el 68% de los vascos sigue creyendo, tras la ruptura de la tregua, que el Gobierno debe establecer contactos con ETA. Ni merece la pena discutir tal técnica. Los vascos tenemos una buena pedrada mental, pero que el día de autos casi siete de cada 10 ciudadanos pensara tal dislate no se lo cree ni el que asó la manteca. En las encuestas que encarga el Gobierno vasco, sus tesis ganan siempre por goleada. ¿Cómo olvidar la del pasado noviembre, según la cual sólo el 5% de los vascos tenía miedo? Éste es un pueblo valeroso, pero tal aserto no cuela. Son encuestas-propaganda hechas sin temor al ridículo, de afirmaciones inverificables -al menos las electorales tienen luego contraste- en las que los ciudadanos muestran una coincidencia masiva con las ocurrencias del inquilino de Ajuria Enea, por muy raras que éstas sean. Pero luego, qué casualidad, a la hora de votar a la gente se le olvidan: desde 2001 le descienden los apoyos, aunque en sus encuestas apoyen sus ideas entre ocho y 11 de cada 10. Algo falla.
Los resultados de la encuesta les incitaron a más esfuerzos aún. Se reunió acto seguido el Consejo Político, formado por Ibarretxe, Azkarraga y Madrazo, un órgano autista que se creó por alguna necesidad indescifrable del tripartito. Casi nadie se lo toma en serio (no sólo los que no votaron al tripartito, ni siquiera los del PNV, incapaces de entender la Santísima Trinidad por la que el Dios Padre Ibarretxe resulta uno y trino, con su Hijo de EA y el Espíritu Santo Madrazo). No importa, aparecen los tres cuando hay algún asunto de enjundia. Les sale fatal. La solemnidad se les cuaja en el rostro, quizás porque en el fondo saben que están haciendo un papelón. Esta vez la cámara de televisión se esforzaba en sacar sólo a Ibarretxe -quizás para evitar el mosqueo de las bases peneuvistas-, con lo que en las televisiones apareció un plano inmenso que no lo aguanta ni Elsa Pataky. Del Espíritu Santo sólo se veía un hombro; del Hijo, nada.
Y luego, el comunicado. Casi ni ha salido en la prensa, tal sería la perplejidad de los periodistas. Empieza: «De manera consciente [sic]... nos hemos reunido...», lo que confirma que otras veces se reúnen inconscientes, como suponía la ciudadanía.
Repite condena a ETA y afirma que estamos en «los últimos coletazos del terrorismo». Como lo del final del terror constituye un lugar común desde Lizarra hasta aquí, a uno le deja frío. El resto del texto no resulta de recibo en un Gobierno ante el fin de una tregua. Consiste en una apología del diálogo, con la idea de que los partidos tienen que hablar para acabar con la violencia, como si ETA matase debido a que los partidos no hablan entre sí, una soberana estupidez. Alega luego que impulsarán el Plan PACO (Paz y Convivencia), aprobado hace un año, ante la indiferencia general o incluso alguna hostilidad por la tomadura de pelo. Y asegura que la sociedad vasca tiene que movilizarse para dejar claro a ETA que sobra. ¿Más aún? La culpa, encima, nuestra. Se arma también un lío de derechos humanos de víctimas y victimarios, y no se sabe cuáles le preocupan más. Y cae en una insinuación bochornosa: que la lucha contra el terrorismo ha de hacerse desde los derechos humanos -tal obviedad introduce una sospecha impresentable-. Asegura que estará vigilante y termina con que el conflicto vasco es distinto al de ETA, y que hará todo lo que esté en su mano para arreglarlo. Con la habilidad que le caracteriza, tenemos problemas para rato.
¿Esto es un comunicado de un Gobierno preocupado por el fin de la tregua y el retorno del terrorismo? Conclusión: estamos aviados. Todo es contra ETA, pero se diría que importa más la política del Gobierno.
Y resulta inconcebible que no se haya convocado al Parlamento Vasco para condenar la última de ETA y tratar la nueva situación. Lo más importante del pleno parlamentario de la semana del pasado viernes -tres días después del comunicado terrorista que amenaza nuevamente a la democracia-, fue que se habló, a propuesta del PP, sobre una ley general de artesanía, para regular la peluquería y la estética.
En el País Vasco, lo onírico es una de las bellas artes.
Manuel Montero, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco (UPV), de la que ha sido rector.