Los últimos de Nicaragua

A casi tres horas en coche de París, por la autopista A11 que penetra hasta el corazón de la Bretaña, se encuentra un pequeño municipio, que no llega a cuatro mil habitantes, llamado Le Cellier. Está a unos 20 kilómetros de Nantes, capital histórica de esta región encuadrada hoy administrativamente en el departamento Loire-Atlantique y cuyo gobierno estuvo durante 23 años en manos del socialista Jean-Marc Ayrault, el primer ministro elegido por Hollande para inaugurar su catastrófico mandato en El Elíseo.

Desde el pasado mes de julio, Le Cellier destaca en la agenda cultural francesa gracias a la inauguración de un museo. Entre sus paredes no almacena obras de arte, ni documentos históricos relacionados con ningún personaje nacido en la ciudad, ni con ningún pasaje trascendental de la historia de Francia. Es algo con mucha menos épica. O no. El Musée de Louis, que así se llama, es un homenaje al actor cómico francés Louis de Funès. Está ubicado en un ala del Château de Clermont, construido en el siglo XVII, y donde vivió el actor los últimos años de su vida. El museo ofrece al visitante la oportunidad de recordar la carrera artística de De Funès: carteles de sus películas, de sus obras de teatro, objetos personales, correspondencia y un vídeo con escenas de su trayectoria profesional.

Fue Louis de Funès un actor majestuoso que no triunfó hasta cumplidos los 50 años. Era famoso por su irrefrenable y sorprendente capacidad de gesticulación que disparaba tics y muecas imposibles a una velocidad de vértigo. La revista Times Magazine llegó a comparar el dueto que formaba junto al actor André Bourvil, con la pareja que integraron los americanos Stand Laurel y Oliver Hardy, conocidos popularmente como El Gordo y El Flaco.

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Louis de Funès y Francia, un país agradecido con sus mitos sea cual fuere la disciplina, le recuerda con nostalgia. Y ello a pesar de que sus raíces familiares no arrancan de tierra francesa. La familia del actor procedía de la nobleza de Sevilla. Su padre se exilió en Francia después de fugarse con una joven de la capital andaluza ante la oposición familiar a la relación. De aquellos orígenes nobles y andaluces surge una de las películas más populares del cómico, Delirios de grandeza. En el cine francés, De Funès encarna un perfil que a menudo se ha comparado con lo que en Italia representó Alberto Sordi (1920), símbolo de la gran comedia italiana, que presenta en sus obras un retrato mordaz del italiano típico de la posguerra, o Tony Leblanc en España (1922), que a partir de la década de los cincuenta encarnaría con cierto desparpajo de lechuguino el perfil del ciudadano sencillo y a la vez el del pillo hispánico.

Sin embargo, si Leblanc fue en muchos de sus papeles el simpático caradura, su debut en el cine nada tuvo que ver con la faceta cómica que le haría popular. Su primera actuación en la gran pantalla fue con un papel muy secundario en la película Los últimos de Filipinas, una obra de muy bajo presupuesto, rodada en 1945, y que no es otra cosa que una apología del colonialismo de finales del XIX con un derroche empalagoso de discurso patriotero. El filme cuenta la historia de un grupo de soldados que soportó el asedio en Baler, al norte de Manila, dentro de una pequeña iglesia y negándose obstinadamente durante 337 días a creer, como les aseguraban, que España hubiera abandonado las Filipinas. A veces, la tozuda negación de la realidad lleva a pensar que la ficción es lo que está sucediendo cuando solo forma parte de la imaginación. No es necesario recurrir a la pantalla para encontrar ejemplos de situaciones dramáticamente similares. Baste analizar la socialdemocracia española, a la que hoy muchos de sus antiguos votantes no consiguen diferenciar de la derecha. Lejos de abrirse a los sectores emergentes de la sociedad para incorporar sabia nueva, los socialistas protagonizan un triste espectáculo de autoengaño. Siempre, la vieja receta lampedusiana de aparentar que se toca mucho parar modificar lo mínimo posible. Mientras, aquellos votantes que esperan reengancharse de nuevo, o al menos pensárselo, ven como el tren se apresta a salir nuevamente de la estación sin cambios significativos.

Asegura el primer ministro francés, Manuel Valls, que si el PS no despierta existe un serio riesgo de que en las próximas elecciones presidenciales francesas queden fuera de la segunda vuelta, como en aquella negra jornada de 2002 en que Le Pen -padre- les echó en el primer tramo de la carrera. La política francesa reaccionó alarmada tocando a arrebato. ¿Cuantas veces funcionará la misma alarma?

Siendo crítica la situación del PSOE, nada de lo que sucede entre los socialistas peninsulares supera el dramatismo con que agoniza el PSC, cuyas constantes vitales rayan ya el rigor mortis. Literalmente atropellado por la rapidez de los acontecimientos de los últimos tiempos en Catalunya, Pere Navarro ha tratado de esquivar infructuosamente la situación con una agenda propia que ha despertado interés limitado, por no decir nulo. La caída de Navarro se empezó a visualizar en la catedral de Terrassa con uno de los epílogos más tristes que se recuerda en la política catalana. En el banquillo de Nicaragua esperaba, hacía años, el sempiterno aspirante Miquel Iceta. Estrecho colaborador de José Montilla, a quien acompañó como concejal de Cornellà en los primeros pasos que el expresident dio en la política como alcalde de la ciudad del Baix Llobregat, Iceta tiene mucho más discurso que Navarro y ya no digamos que Montilla. Pero su problema es el mismo del dimisionario Rubalcaba en Madrid: sus piezas oratorias normalmente buenas suelen gustar a los que están en la política pero no traspasan ni la primera capa de la epidermis de los votantes que esperan una política diferente. Además, Iceta llega sin margen en el único tema que le permitiría intentar remontar el vuelo y que no es otro que el derecho a decidir y la consulta del 9-N.

Quién sabe si Núria Parlon, la joven alcaldesa de Santa Coloma y candidata durante unas horas a la primera secretaría, hubiera intentado mover alguna de las paredes maestras del PSC. Es probable que en su paso atrás influyera tanto el vértigo ante el movimiento que proponía como la constatación de que los apoyos del aparato con los que contaba eran fundamentalmente para no cambiar nada. Dicen que Parlon practica la esgrima. En su fugaz episodio como candidata a la primera secretaría ha aprendido lo inútil que resulta un sutil florete frente a furtivas navajas que apenas se intuyen cuando relucen un instante en la penumbra de un pasillo. Mientras Parlon se aparta -de momento, puesto que su nombre asoma con fuerza, no sin cierto aire de componenda como candidata a la Generalitat-, Navarro busca empleo -privado, dicen- e Iceta prepara el nuevo equipo de la calle Nicaragua. Otro mito francés, Charles Aznavour, nonagenario ya pero aún en los escenarios, como este jueves en Barcelona, tiene una canción titulada Je m’voyais déjà, que cuenta la historia de un artista fracasado que abandonó su provincia a los 18 años, con su traje azul más lujoso, creyendo tenerlo todo a su favor y que, al final de su carrera, se lamenta de que la vida nunca le diera una oportunidad, pese a tener más talento que otros que sí triunfaron. “Mais un jour viendra, je leur montrerai, que j’ai du talent!”. ¿Aprovechará Iceta la oportunidad?

José Antich

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