Los valores de Occidente

Nos regodeamos con los valores occidentales, los ensalzamos, los maldecimos y los contraponemos a los valores asiáticos, pero no nos atrevemos demasiado a definirlos. Al no saber de qué hablamos, la avenencia o las desavenencias sobre estos valores serán aún mayores. Resulta que la FAES, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, un centro de reflexión presidido por José María Aznar, que se reúne en Guadarrama, cerca de Madrid, me planteó el reto de dar un contenido a estos famosos e inaprensibles valores. Tras haberme devanado los sesos durante semanas, no he llegado a un resultado final, pero sí a una hipótesis: me parece que, en comparación con las visiones del mundo con las que me he encontrado en otras grandes civilizaciones, la nuestra se distingue por un carácter único, bastante difícil de encontrar en otros lugares, como la capacidad de crítica y de autocrítica.

El espíritu crítico, creo, explica cómo Occidente se ha convertido en el centro histórico de la innovación y el progreso. Como explicaba el filósofo británico Karl Popper, la ciencia progresa ante todo en Occidente porque cualquier hipótesis científica se somete inmediatamente a una crítica acalorada que o bien la refuerza o bien la sustituye por una hipótesis más persuasiva. En cambio, en el ámbito islámico o confucianista, a todo el mundo se le pide, o se le exige, que acepte un modelo inicial que se supone que es perfecto, de origen coránico para los musulmanes o protohistórico para los confucianistas. En estos dos casos, la Edad de Oro se sitúa en el pasado, mientras que en Occidente la época dorada pertenece al futuro. Estos grandes principios, demasiado grandes, prescinden aquí de detalles históricos y de contradicciones, ya que creo que son tendencias básicas.

Si admitimos que esta singularidad occidental está más o menos fundada, podemos identificar sus orígenes –y avanzo paso a paso con pies de plomo– en dos fuentes emblemáticas: la Biblia y la tragedia griega. En el libro de Job, el lector asiste a una controversia –inconcebible en cualquier otra religión revelada– entre Job, un simple mortal, y su Dios. Como Dios le inflige castigos que considera infundados, Job protesta y critica a Dios. Dios acaba cediendo y restablece la buena fortuna de Job, pero arguyendo al mismo tiempo que al ser Dios no tiene que justificarse. Y Job le contesta: «Me someto», pero, aunque lo hace, tiene la última palabra; recordemos que Dios, tras este último intercambio crítico, ya no vuelve a aparecer nunca en los libros posteriores a la Biblia. Por tanto, la adhesión a la teología judía y luego cristiana lleva a hablar de todo, incluso de lo que a priori se revela desde Arriba. Si bien Jerusalén es la principal fuente de los valores occidentales, Atenas es la segunda, o concomitante. Solo recordaremos aquí, en un afán de simplificar, la disputa entre Antígona y Creonte, su soberano. Antígona (se trata del funeral de su hermano) se opone a la autoridad monárquica en nombre de unas leyes superiores que, según ella, se impondrán al Rey. La autoridad política, por tanto, nunca sería absoluta, lo que convierte a Antígona en el antepasado de todos los militantes de la democracia y de los derechos humanos.

Job y Antígona fundaron el pensamiento occidental, pero ¿no sembraron al mismo tiempo un cierto desorden? La crítica de la autoridad llevada a su extremo, la crítica a Dios y al Rey, hizo oscilar durante mucho tiempo a Occidente entre la anarquía y el despotismo. El equilibrio se recuperó en la época de la Ilustración mediante la introducción del Estado de Derecho, una especie de síntesis entre el orden social y la vitalidad crítica. De ello nació el auge de Occidente, primero teológico, filosófico y político, y luego se convirtió en progreso científico, técnico y económico, todo ello caótico a menudo, pero ininterrumpido.

Me objetarán el «declive de Occidente» –una cantinela tan antigua como el propio Occidente– y el prodigioso ascenso de los valores asiáticos, que a la larga se impondrán, ya que se basan fundamentalmente en el despotismo. Pero este pesimismo histórico propio de Occidente, una forma de autocrítica, queda desmentido por los hechos. Si admitimos que el futuro pertenece a los innovadores, resulta que hoy día las dos terceras partes de las patentes que se registran en el mundo, una fotografía de la economía venidera, son de origen occidental, Estados Unidos y la Unión Europea. Si les sumamos Japón, que comparte parcialmente los valores occidentales, e incluso Corea del Sur, el 80 por ciento de las patentes son de origen occidental, y las restantes pertenecen a China y a India.

Por último, ¿no serán los valores que hemos definido como valores occidentales porque nacieron en Occidente simplemente universales? Un ejemplo a tener en cuenta es el de Liu Xiaobo, el líder demócrata chino encarcelado, que se declara partidario de la filosofía de la Ilustración occidental; la considera universal, aunque sigue siendo totalmente chino. Si Liu Xiaobo, desde su cárcel, tuviera razón, ya no habría que hablar de valores occidentales, sino que habría que considerar que el espíritu crítico es universal, pero reprimido en mayor o menor medida. Está demostrado que en todos los lugares donde la opresión política, religiosa o étnica disminuye el espíritu crítico se impone y propicia el progreso de las sociedades. Como los occidentales se liberaron en cierta manera los primeros, les corresponde seguir siendo libres, críticos, autocríticos y fieles a ellos mismos y apoyar en otros lugares a todos aquellos que comparten ese mismo deseo de libertad.

Guy Sorman

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