Los vascos son los verdaderos maquetos del País Vasco

El término maketo fue utilizado de manera intensiva por los primeros nacionalistas vascos, empezando por su fundador Sabino Arana Goiri, para despreciar y excluir a los inmigrantes de otras partes de España, y también a los españoles en general, cuando surgió esa ideología a finales del siglo XIX y hasta la Guerra Civil.

En el segundo periodo del nacionalismo vasco, a partir del final de la dictadura franquista, con la Transición de 1978 y la aparición de ETA, se ocultaron esas expresiones públicas más evidentes de discriminación y exclusión étnica.

A través del miedo impuesto por el terrorismo se impuso la aceptación tácita de la discriminación étnica, pero sin reconocer su existencia. Algo que dio como resultado el dominio aplastante del nacionalismo, tanto en su forma institucionalizada, a través del PNV, como en su forma callejera y popular, a través de la izquierda aberzale.

De acuerdo con esta realidad impuesta y reduccionista, hoy en Euskadi todos somos vascos a condición de que aceptemos los dogmas del nacionalismo. El primero de los cuales consiste en consentir que en el País Vasco sólo pueden mandar los que tengan apellido eusquérico, porque esos son los únicos verdaderos vascos.

Conviene recordar que el origen del nacionalismo vasco está marcado por la cuestión de los maquetos de manera indeleble. Es como un adelanto a cien años vista de lo que hoy conocemos como "teoría del gran reemplazo". Teoría acuñada por el ultraderechista francés Renaud Camus en un libro con ese mismo título publicado en 2011 y utilizado por todos los partidos europeos de esa tendencia ideológica.

Con la diferencia de que este francés se refiere con su teoría a la invasión de Europa por personas procedentes sobre todo de África, tanto la magrebí como la del Sahel e incluso la del África central, todas ellas de religión mayoritariamente musulmana.

Pero el primer nacionalismo vasco aplicaba dicha teoría a otros españoles como ellos, católicos como ellos y blancos como ellos, y se sostenía en una fantasmagórica "raza vasca" que Sabino Arana fundamentaba sobre todo en los apellidos de origen eusquérico, a los que convertía en marca racial diferenciadora.

Con el añadido sangrante, además, de que esa segregación se aplicaba sobre gentes procedentes de otras regiones españolas en las que también vivían, desde tiempo inmemorial, muchas personas con apellido eusquérico que se habían trasladado allí durante la época moderna, la de mayor pujanza imperial de la monarquía hispánica.

Algo que ha dado como resultado, si computamos los apellidos de origen eusquérico existentes en el resto de España y los comparamos con los que hay en el País Vasco y Navarra, que los primeros son más numerosos incluso que el de los residentes en sus territorios de origen.

Los apellidos eusquéricos no son por tanto exclusivos, ni mucho menos, del País Vasco y Navarra. Pero la ideología nacionalista vasca actúa como si lo fueran, ejerciendo una suerte de selección natural de sus portadores que son los que ocupan siempre los puestos más importantes y decisivos de la política y la sociedad vasca.

Y ello cuando más del 50% de la población vasca no tiene ningún apellido eusquérico y solo menos del 20% tiene los dos primeros.

La ideología nacionalista vasca nos quiere hacer creer que representa la defensa de una supuesta nación vasca que existiría desde tiempos inmemoriales, pero que hasta finales del siglo XIX no se manifiesta como movimiento político.

Pero la realidad es que estamos ante la conformación de una élite excluyente y clientelar basada en un argumento tan sui generis e inapreciable a simple vista como el de la posesión o no de apellidos eusquéricos.

Estos nacionalistas de hogaño, después de ir eliminando elementos de su núcleo ideológico, primero Dios (al que nadie se refiere hoy como elemento aglutinante) y después la raza (que quedó como recurso vergonzante tras las atrocidades del nazismo), se quedaron sólo con el euskera como signo diferenciador.

Hace poco, antes del verano, el dirigente nacionalista Joseba Egibar se refirió al euskera como el elemento singularizador más importante del País Vasco. Como el único, en definitiva, que convierte en vascos a sus habitantes: "El euskera es lo que nos hace vascos".

Lo que demuestra que el nacionalismo funciona como una percepción distorsionada de la realidad según la cual una minoría impone sus elementos caracterizadores sobre una gran mayoría que los acepta sumisamente y que vive inmersa en una suerte de espejismo identitario: creyéndose minoría y creyendo a su vez que la minoría que les gobierna es en realidad la mayoría social.

En esas estábamos cuando ha vuelto a hacer su aparición en los medios una teoría sobre el origen del euskera en el País Vasco que cuenta con precedentes tan ilustres como Claudio Sánchez Albornoz o Martín Almagro. Es la cuestión de la vasconización tardía, que hoy defienden investigadores como Joseba Abaitua o Mikel Martínez Areta, ambos de la universidad vasca (de Deusto y la UPV, respectivamente).

Según esta corriente, el primitivo euskera no habría entrado en territorio vasco hasta la época visigoda (siglo VI) desde Aquitania, a través de Navarra, pasando por Álava y expandiéndose luego por Vizcaya y Guipúzcoa.

O sea, que a los territorios hoy más intensamente sometidos a la ideología nacionalista y a la euskaldunización intensiva habría llegado en último lugar, tras pasar primero por Navarra y Álava, que son los más débilmente vasconizados.

La teoría se denomina de la vasconización tardía porque retrasa notablemente la presencia del euskera en tierra vasca, haciéndolo posterior a la presencia indoeuropea y sobre todo latina.

Esta idea, que tiene todos los visos de prosperar y de consolidarse al contar con argumentos científicos de peso, conlleva unas implicaciones políticas enormes. De ahí la falta de respaldo institucional, que Martín Almagro ya constató en su momento. El nacionalismo no quiere ni oír hablar de ella y los investigadores vascos que se dedican a la misma tienen que arrostrar las consecuencias de todo tipo que para su carrera académica supone defender algo que va en contra del establishment universitario vasco.

Porque, para empezar, sostener la vasconización tardía supone convertir al euskera en una lengua de origen extraño al País Vasco, por llegada de fuera e invasora de los actuales territorios vasco-navarros. Y, de paso, convertir en maquetos a los que desde Sabino Arana se consideraban vascos de pura cepa, descendientes directos de los primeros pobladores de la tierra vasca. Porque esos primitivos vascos en realidad también habrían llegado aquí como invasores de las poblaciones preexistentes, de origen indoeuropeo y latino.

Al contrario de lo que siempre repetía el lehendakari Ibarretxe, aquello de que el pueblo vasco tiene 7.000 años de antigüedad, esta teoría de la vasconización tardía dice que hasta el siglo VI, o sea, hace poco más de 1.400 años, aquí no había quien hablara euskera. Ni, por tanto, quien pudiera ponerse un apellido con ese origen lingüístico.

Y eso sin contar con que los apellidos no se empezaron a utilizar hasta el siglo XIII por lo menos. Con lo cual era imposible encontrar a nadie entonces que se apellidara de ningún modo, ni eusquérico ni no eusquérico.

Lo que lleva a pensar que este nacionalismo vasco de hoy vive en una ensoñación de país.

Es un país de mentira, un país imaginado según sus deseos, pero completamente ajeno a la realidad que vivimos la mayoría de sus habitantes. Porque ese euskera que consideran la prueba viviente de la antigüedad de su origen como pueblo no lleva aquí ni 1.500 años. Cuando antes ya habían existido una Hispania romana y una Hispania visigoda que abarcaban también el territorio hoy considerado vasco.

Pero lo peor de todo es que estos nacionalistas vascos, que están infiltrados estratégicamente en todos los sectores sensibles de nuestra sociedad, nos han hecho tragar al resto de españoles, tanto a los que vivimos en el País Vasco como, sobre todo, a los del resto de España, incluidas muy principalmente sus élites políticas, económicas y culturales, la gran mentira en la que viven.

Pedro Chacón es Profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV-EHU. Su último libro es 'Sabino Arana: padre del supremacismo vasco' (La Tribuna del País Vasco).

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