Los viejos fantasmas de la nueva Europa

El pasado acechó a Europa en 2014. El año comenzó con mucha energía conmemorativa por el centenario del estallido de la Gran Guerra. Pero conforme avanzó, comenzaron a aparecer paralelos inquietantes, no con 1914, sino con algunas de las peores características de los años de entreguerras.

De Escocia y Cataluña a las fronteras de Ucrania hubo un rebrote nacionalista, mientras la economía europea se estancaba por la fobia alemana a la inflación, que se remite a 1923. Y con el correr del año, se hizo evidente un nuevo tira y afloja geopolítico entre los dos gigantes del continente a principios del siglo XX, Alemania y Rusia, mientras la amnésica élite política europea parecía cometer un error tras otro.

Para cualquiera que recuerde Danzig y el Sudetenland (los interminables reclamos y contrarreclamos de nacionalidad que llevaron al estallido de la Segunda Guerra Mundial en las fronteras del este de Europa) el revanchismo del presidente ruso Vladímir Putin en la región de Donbas al este de Ucrania en 2014 resulta inquietantemente familiar. Su retórica de que Rusia ha sido humillada y está rodeada, la declamación instrumental de los derechos de las minorías y el uso de agentes locales para disfrazar las acciones del Kremlin (con todas las incertidumbres que eso conlleva) a nada se parecen tanto como a las políticas irredentistas de Alemania en entreguerras.

El nacionalismo no se limitó al este de Europa. El referendo independentista escocés de septiembre amenazó dividir al Reino Unido. El mismo mes, hasta dos millones de catalanes pro‑independencia marcharon por Barcelona, en lo que tal vez haya sido la manifestación más grande jamás vista en Europa. Si se pregunta a la mayoría de los catalanes qué traerá la independencia, aparte de libertad respecto de España, será difícil obtener una respuesta: el resentimiento por las injusticias del pasado se impone a cualquier cálculo serio sobre el futuro.

Pero tal vez el ejemplo más puro de involución a una ideología nacionalista de entreguerras tiene lugar justo afuera de las fronteras europeas, donde menos uno lo esperaba: en Israel. El gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu propuso una ley que consagra la primacía colectiva de los judíos del país y que destruye en espíritu y forma lo poco que queda del compromiso fundacional de Israel con el principio de igualdad bajo la ley. ¿Puede haber demostración más triste de las trampas de la historia?

El pasado europeo también se hizo presente en la economía de 2014. Gracias a las políticas de austeridad de la Unión Europea, la eurozona se enfrenta a la perspectiva de una época de estancamiento a la japonesa y alto desempleo crónico en la franja meridional.

La ironía está en que la preocupación de Alemania por la estabilidad de precios, que subyace a la austeridad europea, está totalmente errada: la inflación alemana no podría ser más baja. El desempleo en Alemania también alcanza mínimos históricos, mientras la falta de empleo llega a máximos históricos en Italia y se mantiene en niveles obscenos en Grecia y España. Ha aparecido así una Europa de dos niveles, donde la última palabra la tiene el gobierno de la canciller alemana Angela Merkel.

Por ahora, los países de la periferia calculan que los beneficios potenciales de permanecer en la eurozona superarán las penurias de la austeridad actual. Por su parte, Alemania impone la austeridad como precio de su participación en la moneda común. En estos difíciles cimientos se apoya su hegemonía en Europa.

Aunque la despolitización y la apatía han impedido desafíos serios al dominio alemán, ahora comienzan a surgir. A los políticos alemanes no les preocupó un ascenso del extremismo en países relativamente pequeños como Hungría y Grecia. Pero ¿cómo reaccionarían si el Frente Nacional de Marine Le Pen obtuviera resultados espectaculares en las elecciones regionales francesas del próximo año o en la elección presidencial de 2017?

Y queda el gran misterio de la misma Alemania, que parece mirar la historia desde arriba con la fuerza de sustentación de su economía. ¿Podrán los políticos alemanes abandonar la economía al estilo de Weimar antes de que les llegue la desintegración política al estilo de Weimar? E incluso si llegado el caso logran manejarla, ¿habrá Alemania perdido gran parte de Europa en el camino?

Esto nos lleva a las señales incipientes pero inconfundibles de un abismo entre Rusia y Alemania. Si de 1870 a 1920 fue la era de la rivalidad francogermana, lo que definió los setenta años siguientes fue el conflicto con Rusia. Ese conflicto se olvidó durante dos décadas tras el fin de la Guerra Fría, porque los problemas internos de Rusia y el deseo de la Alemania reunificada de demostrar su inocuidad impedían a ambos países enseñar los dientes.

Pero ahora que la diplomacia de Putin se basa en enseñar los dientes (no sólo en Ucrania y los estados bálticos, sino también en los Balcanes y el mar del Norte), le tocó a Alemania definir la respuesta de Europa. El motivo hoy no es defender a los alemanes étnicos fuera de sus fronteras (cuestión que tras la expulsión de millones en los años cuarenta ya no tiene sentido) sino el más loable deseo de preservar los valores democráticos de la Unión Europea contra el nuevo autoritarismo que viene del este.

Pero la capacidad de Alemania para seguir cumpliendo ese papel dependerá de la clase de Unión Europea que surja en los próximos años. En particular, el éxito de Europa con Alemania al mando sólo será posible si los alemanes y el resto logran hacer un quiebre mucho mayor con el pasado que el que han podido hacer hasta ahora.

Mark Mazower is Professor of History at Columbia University. His most recent book is Governing the World: The History of an Idea. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *