Nadie duda de la vitalidad de que goza hoy el español en el mundo. Los más de 450 millones de hablantes en los cinco continentes, el incremento sostenido de su presencia en Estados Unidos, el peso creciente de la cultura en español generada en América y su presencia, como tercera lengua de comunicación, en Internet son factores que lo ponen de relieve por encima de cualquier otra consideración. Subrayar esos aspectos, a los que expertos de las más diversas disciplinas e instituciones como el Instituto Cervantes o la RAE, o los departamentos de español de las más prestigiosas universidades de España y América se vienen refiriendo con insistencia desde hace casi una década, es casi una tautología.
¿Significa esa realidad cuantitativa que todo, en el "estado de la cuestión" de nuestro idioma, vaya bien? No del todo: utilizando un magnífico título de Gonzalo Torrente Ballester, cabe señalar que junto a los muchos e indiscutibles gozos hay algunas sombras que no conviene infravalorar.
Deducir, como se ha apuntado más de una vez, que ocupar la segunda posición en la clasificación de lenguas de comunicación internacional o la tercera en Internet confieren, por sí mismas, un estado óptimo a una lengua es como afirmar que solo el nivel de audiencia (el share) determina la valoración de una cadena televisiva por encima de cualquier otra variable. Son datos fundamentales, sin duda, pero que no deben ocultar la existencia de zonas de debilidad o de sombra que han de ser analizadas. La primera es su condición de lengua subalterna en las instituciones de la Unión Europea. El hecho de que hace solo unos meses fuera desestimada como una de las lenguas oficiales de la Oficina de Patentes es un elemento de preocupación, pero no el único. Para que el lector se sitúe, la realidad que se da en las instituciones europeas es que el español no forma parte de sus lenguas efectivas de trabajo (son el inglés, el alemán y el francés) y que en su actividad diaria solo el 3,2% de la comunicación oral se produce en nuestro idioma, porcentaje que desciende al 1,2% en la comunicación interna escrita. Esa situación es aún más preocupante si valoramos que entre las lenguas consideradas en la Unión Europea como más útiles para el desarrollo profesional y personal, el español sea solo valorado por un 2% de los ciudadanos frente a un 68% del inglés, un 23 % del francés y un 17% del alemán.
Es decir, un idioma que se habla en más de 20 países de cuatro continentes cuenta en Europa con un grado de reconocimiento institucional y ciudadano similar al de lenguas minoritarias como el flamenco, el finés o el polaco. En pleno 2011, más de un cuarto de siglo después de la entrada de nuestro país en la Unión, no parece razonable ni justo ese tratamiento. Sobre todo porque la cuantificación del número de hablantes en el viejo continente se establece solo con los habitantes de las comunidades de España que no son bilingües, lo que reduce su número a 30 millones frente a los 46 millones reales. A ese factor es preciso añadir dos no menos importantes: el primero, que al comienzo de la segunda década del siglo XXI no es posible sustraernos a la nueva realidad generada por la creciente presencia, en los más diversos países europeos, de una población inmigrante de primera y segunda generación y de origen latino e hispanohablante por encima de los cuatro millones de personas; el segundo, que un país (una lengua) que cuenta en el territorio de la Unión con casi 40 centros de una institución como el Cervantes, que, además, viene jugando desde hace años un papel de puente entre Europa e Hispanoamérica, ha de contar con el reconocimiento oficial de esa realidad.
Por otro lado, la presencia del español en Internet, en las redes sociales, en la web 2.0, no nos habla solo de vitalidad. Pese a haber crecido un 650,9% entre 2000 y 2009 y ser una lengua multicultural (como la inglesa o, en menor medida, como la francesa) a través de la cual se canaliza el 33,2% de las consultas en Internet, hay que destacar que solo el 7,9% de los usuarios se comunican en español en la Red. A ese respecto es llamativo el hecho de que la página web del "Día del español", celebrado por el Instituto Cervantes en 2009 y 2010, pese a la difusión y al éxito que tuvo en el universo hispanohablante, recibiera en su segunda edición y a lo largo de dos meses y medio cerca de 760.000 visitas de todo el mundo, es decir, el equivalente al nivel de audiencia del informativo más seguido de las cadenas televisivas de presencia intermedia de nuestro país, algo que previsiblemente será superado con creces en próximas ediciones pero poco revelador de la vitalidad y extensión del idioma. Y si nos referimos al ámbito de la enseñanza constatamos que, en el mundo, solo el 6% de los estudiantes de lengua extranjera estudian español frente al 69% del inglés, por debajo del francés, que alcanza el 7%, y casi empatada con el 5% de estudiantes de alemán. Existe, por tanto, una notable descompensación entre las cifras que aporta la Red, el número de personas que tienen el español como lengua materna (o de hispanohablantes en su conjunto) y el volumen de población interesada en aprender español. Es evidente que en la última década todos los indicadores han mejorado (es clave, en ello, el crecimiento demográfico en Latinoamérica), pero de manera asimétrica y descompensada. Porque, desde el punto de vista cualitativo, está muy lejos de existir una correspondencia entre la vitalidad del español en la Red y el volumen de consultas que se producen en los buscadores de mayor uso (sobre todo en Google), de un lado, y la reducida presencia de hispanohablantes en los foros internacionales de mayor nivel científico, tecnológico, literario, de pensamiento, de otro. Al igual que ocurre con las publicaciones científicas en papel, la lengua inglesa domina en ese tipo de páginas y portales de manera casi absoluta, siendo en ellos el peso del español poco más que testimonial.
La lengua de Varga Llosa y Blas de Otero, de Antonio Gamoneda o Ricardo Piglia, de Gloria Stefan y Silvio Rodríguez o de Pedro Guerra e Ismael Serrano, del diario EL PAÍS o del chileno La Tercera, goza de una enorme vitalidad, sin duda. Y es una lengua en permanente renovación, que metaboliza aportaciones de la más diversa procedencia. Pero esa conciencia no puede llevarnos a la autosatisfacción. La autocrítica siempre es saludable y no son pocas las razones para ejercerla. En cualquier caso, las sombras señaladas ponen de relieve la importancia de invertir en español, de recuperar, al tiempo que salimos de la crisis, el ritmo de apertura de nuevos centros del Cervantes en el mundo. Todos los recursos que se destinen a impulsar y desarrollar esa "industria" poliédrica, a veces intangible, serán pocos. El desafío de más enseñanza de nuestra lengua, de más cultura en español es, en el fondo, una apuesta por más economía, más empleo, más posibilidades de negocio, de intercambios comerciales, de influencia social, civil y política en definitiva.
Manuel Rico, escritor y crítico literario. Su última novela, Verano, obtuvo el Premio Gómez de la Serna 2009 de narrativa. Entre julio de 2007 y mayo de 2010 fue directivo del Instituto Cervantes.