Luces y sombras en la muerte de Prim

En el curso de la investigación promovida por el Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela, dirigida por el doctor Francisco Pérez Abellán y con las aportaciones de los doctores María del Mar Robledo y Ioannis Koutsourais, se ha hecho público el informe sobre el estudio del cadáver momificado del general Prim desde la antropología forense. El cadáver tenía huellas alrededor del cuello que ahora se asegura podrían deberse a su estrangulamiento por una correa o cinturón. Se descarta que las señales se deban a otras causas; por ejemplo, a la propia práctica del embalsamamiento. En el féretro había tres vasijas colocadas en triángulo conteniendo un líquido amarillo, que para algunos podrían formar parte de un ritual masónico. No lo creo. Coincidiendo con esta investigación del atentado, el 27 de diciembre del año pasado se colocó en la calle Marqués de Cubas una placa conmemorativa en homenaje al estadista.

Desde que el 27 de diciembre de 1870 el general Juan Prim y Prats, conde de Reus, marqués de los Castillejos, vizconde del Bruch, presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, fue atacado en Madrid por hasta una docena de embozados que tirotearon su berlina en la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, y murió tres días después en su residencia del palacio de Buenavista, se han aventurado no pocas hipótesis sobre los móviles, los sicarios y los inductores de aquel magnicidio. Es, hoy por hoy, un caso abierto.

Sobre el asesinato de Prim se han escrito libros interesantes, y ya en 1960 se publicó «Los asesinos del general Prim», del reusense Antonio Pedrol Rius, el primer autor que estudió el sumario que entonces constaba de 18.000 folios, de los que se han perdido, puede que en parte intencionadamente, más de la mitad. Pedrol ya apunta con nombres y apellidos a los sicarios. En cuanto a los inductores o autores intelectuales, han permanecido en la oscuridad, aunque hubo indicios claros. Se tomó declaración a Solís, secretario personal del duque de Montpensier, y a Pastor, jefe de la escolta del Regente general Serrano, y se llegó a pedir el procesamiento del propio duque. Una tarjeta triangular que habría servido a los asesinos como identificación le comprometía; la tarjeta fue lo primero que desapareció del sumario, por lo que se abrió una pieza separada. Unos años después la investigación judicial, obstaculizada desde un principio, con cambios de jueces instructores y de fiscales, cerró el caso en falso sin llegar a celebrarse el juicio.

Con el informe conocido ahora toma carta de naturaleza la tesis del estrangulamiento. El general Prim habría muerto estrangulado en el palacio de Buenavista y no como resultado de los disparos recibidos en la calle del Turco. Que las heridas de Prim no eran mortales ya lo señaló en 1960 el doctor Lafuente Chaos como epílogo al estudio de Pedrol Rius. La opción aceptada era que se había producido una infección por trozos de la levita del general incrustados en su cuerpo con la metralla. La hipótesis del estrangulamiento choca con lo que se dijo en la época: que la esposa del general, Francisca Agüero Echeverría, no se apartó de él desde que llegó, herido, a su residencia. Si fuese cierto, la oportunidad de estrangular a Prim sólo podría haberla tenido alguien cercano y con autoridad suficiente para pedir a su esposa que saliese de la sala, o aprovechando alguna breve ausencia. ¿Serrano, el Regente? ¿Alguna persona próxima a él y por orden suya? Serrano era, de hecho, el responsable máximo de la seguridad del herido. Y en ese caso, ¿les pasaron inadvertidas las señales en su cuello a los embalsamadores y a quienes le vistieron el uniforme con el que fue enterrado? Las conclusiones de la investigación, si se confirmaran, supondrían un vuelco histórico.

El asesinato de Prim cambió la Historia. Las oscuridades que rodearon el atentado de la calle del Turco se alimentaron en un hecho nada común: su desaparición era deseada por muchos y convenía a facciones políticas distintas y enfrentadas.

En el espectro monárquico la desaparición de Prim convenía a los carlistas, a los alfonsinos y al duque de Montpensier, Antonio de Orleans, que acariciaba ceñir la corona desde el destronamiento de su cuñada Isabel II por el propio Prim, y con su apoyo financiero. Cuando Prim pronunció aquel tajante «los Borbones jamás, jamás, jamás» y se afanó en buscar en Europa un Rey extranjero que iniciase una nueva dinastía, las facciones monárquicas le colocaron en su punto de mira. Los republicanos, tanto los unionistas como los radicales federales, también veían en la iniciativa de Prim un dique a sus aspiraciones si la experiencia tenía éxito. Los insurrectos cubanos, y singularmente los poderosos traficantes de esclavos, tenían al general como su gran enemigo. La masonería, en la que Prim militaba desde su juventud y en la que era «Caballero Rosa Cruz» —curioso: los calcetines de la momia del estadista llevan bordadas las iniciales «R. C.»—, tenía influyentes miembros enfrentados a Prim; el propio gobernador de Madrid, Rojo Arias, que pese a estar avisado de un posible atentado no tomó medida especial alguna, era masón.

En la misma línea hay que considerar la animadversión que sentía Serrano por Prim. Era Regente del Reino, aupado por Prim, pero sabía que la llegada del nuevo Rey acabaría con su entonces simbólico poder. Ya sin Prim, Serrano fue presidente del Gobierno, y en el final de la Primera República otra vez Jefe del Poder Ejecutivo. No debe extrañar que aparezca en el sumario la implicación de su hombre de confianza para los asuntos sucios, José María Pastor. Serrano era otro de los beneficiados con la desaparición del presidente del Gobierno.

El atentado de la calle del Turco con su resultado mortal se produjo en las vísperas de la llegada a Madrid del nuevo Rey, que sin Prim como escudo y consejero sólo consiguió permanecer en el trono dos años. La coalición gubernamental que había conseguido Prim se resquebrajó tras su muerte, que supuso desde luego un cambio en la Historia. El 11 de febrero de 1873 Amadeo I, un Rey que quiso acertar, renunció al trono considerando a España una nación ingobernable. El sueño de Prim le sobrevivió poco. Estas nuevas luces podrían rasgar algunas de las sombras, no todas, de un magnicidio de sostenidas oscuridades.

Por Juan Van-Halen, escritor.

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