Lugares de la memoria histórica de Europa

Dentro de no muchos años habremos desaparecido quienes sufrimos la deportación a los campos de exterminio nazi. En Francia, creo que quedamos unos cuantos centenares, poco más de 200 o 300. Cuando hayamos desaparecido, habrá que encontrar quien mantenga esta memoria. Para mí la deportación es una obsesión permanente y ella contribuye a mi reflexión sobre la política, la sociedad y la vida en general; también sobre la solidaridad. Quienes la sufrimos necesitamos hablar de ello, aunque nada más sea para exorcizar esta terrible experiencia y evitar que se repitan los errores que condujeron a aquella tragedia.

Recuérdese que cuando los deportados volvimos a nuestras casas, tuvimos que luchar para reconstruir nuestra vida, para crear o volver a crear un marco familiar. En Francia 75.000 judíos fueron deportados; volvieron 2.500. Hoy, sólo somos unos cuantos centenares; nos queda muy poco tiempo para transmitir nuestra memoria. Los historiadores deben tener en cuenta el relato personal de quienes fuimos testigos porque no se dispone de elementos tan valiosos de información. Me sorprende que, desde hace pocos años, el interés de los historiadores y de los escritores por conocer las múltiples facetas de la deportación de los judíos se haya ido ampliando más allá de los países más conocidos, como es el caso de Alemania, a otros, como Polonia y Ucrania, en donde los judíos fueron detenidos y asesinados antes de que se les enviaran a los campos de concentración.

Las múltiples investigaciones realizadas en los últimos años y el testimonio escrito por muchos deportados confirman cómo a los judíos llegados de toda la Europa ocupada se les enviaba directamente a la cámara de gas y cómo se exterminaba de este modo tan expeditivo a los niños de menos de 15 años y a muchos adultos de más de 40 años. Pero no eran los únicos. Recuerdo muy bien que, en mayo y en junio de 1944, 400.000 húngaros llegados directamente de Hungría fueron obligados por las SS a prolongar las rampas que llegaban hasta los crematorios y la mayoría, sin distinción de edad, sufrieron aquella muerte. Unos meses más tarde, el 18 de enero de 1945, cuando el Ejército Rojo se acercaba a Auswitch, los deportados, como yo misma, como mi madre y mi hermana, salimos a pie y caminamos durante más de 70 kilómetros, en medio de un frío intensísimo. Muchos murieron de frío y de fatiga. Después de unos cuantos días, fuimos obligados a montar en vagones completamente abiertos y así, desde la pequeña ciudad de Glavich, atravesamos una gran parte de Alemania, hasta llegar a Bergen-Belsen.

Pero Auswitch y Bergen-Belsen no eran los únicos lugares donde fueron exterminados los judíos. Hubo otros muchos campos de concentración en los que se gaseaba a las personas inmediatamente. Existieron otros muchos pequeños campos de concentración, más desconocidos u olvidados, en los que 10 o 15 personas se encargaban de exterminar tan pronto como llegaban. Hubo muchos exterminios que se hicieron in situ y esos otros exterminios, con mucha frecuencia, se ocultaron.

Han pasado 60 años durante los cuales los acontecimientos nos han deparado muchas sorpresas y nos han hecho afrontar interrogantes que no habíamos imaginado. Auswitch, el mayor campo de exterminio, el único en el que se conservan huellas visibles del exterminio, ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Pero, además, se plantea la conservación del propio sitio, de las barracas, de los objetos personales de las víctimas. Hoy día es necesario que la Unión Europea decida renovarlo para frenar su destrucción debido al turismo de masas y a las condiciones climáticas de la región. Acaso sea necesario crear un Museo del Exterminio en Birkenau, en donde se tengan en cuenta no sólo Auswitch, sino también una serie de lugares en donde se hicieron exterminios y son menos conocidos.

Han pasado los años. A partir de los años 50, poco a poco, se fue conformando la unidad de Europa sobre la base de la reconciliación, gracias al esfuerzo inicial de personas como Robert Schuman. Hoy tenemos grandes perspectivas para reforzar todos juntos el proceso de unidad. El Tratado de Lisboa no está lejos. Con él van a cambiar muchas cosas y en particular va a convertir al Parlamento Europeo en un órgano supremo. Pero hemos de hacerlo con mucha rapidez porque, si esperamos demasiado, no se logrará. Hoy cabe esperar que de aquí a octubre el Tratado de Lisboa haya sido finalmente ratificado y se lleve inmediatamente a la práctica.

Finalmente, me parece importante señalar hasta qué punto es importante el trabajo que se está realizando en España en este sentido, con iniciativas como las llevadas a cabo por la Fundación Academia Europea de Yuste, que se esfuerzan por organizar actividades de gran envergadura, como el seminario doctoral en estudios europeos centrado en Las Memorias y Lugares de Memoria de Europa, dirigidas a la juventud europea con el ánimo de comprometerles en el proceso de construcción europeo, que es nuestra gran esperanza.

Simone Veil, ex presidenta del Parlamento Europeo y Premio Europeo Carlos V.