Luis Mariano

Suave era la noche. Faltó la cámara de Ford Coppola para filmar la fiesta en el jardín de la casa de Pozuelo. No digo que los reunidos formaran parte de ninguna mafia, pero sí que constituían la más unida de las familias. El 24 de septiembre de 2009 Ana Mato cumplía 50 años y para celebrarlo reunió a sus más íntimos en el partido. Empezando por Mariano, que acudió acompañado por Viri, siguiendo por Javier, que para no variar llegó solo y tarde, y continuando por Luis y Rosalía, por Gerardo y Lourdes. Había algún nuevo en esta plaza como González Pons y pocos más. Los hijos de Ana correteaban alrededor, mientras las mujeres formaban grupo y los hombres hablaban de política. Las volutas del humo de un habano surcaban la oscuridad.

A diferencia de lo habitual, Paco Correa no pudo pagar ni el catering, ni los globos, ni el confeti. Desde el 12 de febrero estaba encerrado en una celda de la cárcel de Soto del Real tras el estallido del caso Gürtel. Las salpicaduras del escándalo no habían dejado desde entonces de embadurnar desagradablemente a buena parte de los presentes. A la propia Ana Mato le había salido lo del Jaguar que su ex marido Jesús Sepúlveda –el réprobo del grupo, pobre Ana– había tenido durante años en el garaje sin que ella se enterara de su procedencia. A Luis Bárcenas le habían imputado ya por cohecho y fraude fiscal y se había visto obligado a dejar el cargo de tesorero tras «28 años de lealtad, profesionalidad y buen hacer». Aunque sólo, «de forma transitoria y hasta que quede acreditada su inocencia», según la nota oficial del partido. Sobre Gerardo Galeote pesaba la misma espada de Damocles pues el instructor había comunicado al Supremo que veía en su conducta indicios de delito. Además, el eurodiputado tenía imputados a su padre y a su hermano. Y los cuchicheos sobre Arenas estaban ya a la orden del día.

Eran, como digo, una familia unida. Partes de un mismo cuerpo. Dentro y fuera de la sede de Génova. Durante casi dos décadas habían controlado las finanzas, la organización, la estructura, la maquinaria del partido en suma. Todos tenían los móviles de todos. Constantemente se intercambiaban mensajes. Sus cónyuges eran íntimos y sus hijos hacían todo tipo de planes. Comían y cenaban juntos, veraneaban juntos, jugaban al pádel juntos. Recuerden la alineación, de izquierda a derecha, de la foto de Marbella: Sepúlveda, Bárcenas, Galeote, Arenas. En eso era en lo único en lo que Mariano no les seguía.

En lo demás sabían que podían contar con él. Era el Jefe y por lo tanto –no escribiré aún otra palabra– el protector de todos ellos. Un hombre que se proclamaba «independiente» de las empresas del Ibex y de la prensa pero que para llegar al poder dependía de ellos y, por lo tanto, ellos también dependían de él. Nunca habían encontrado en su figura desgarbada ni la magia hermética, ni el seco carisma, ni el liderazgo fulminante de Aznar, pero sus anchas espaldas estaban siempre ahí, prestas a dar cobertura a todos. En el despacho de la planta séptima, y en el jardín de casa de Ana Mato.

Esa noche tuvo palabras de aliento tanto para el imputado como para los imputables. ¿Cuántas veces escuchó Bárcenas a lo largo de los cuatro años siguientes palabras como «no van a por ti, Luis; van a por mí», «eres víctima de una persecución política» o «estaré siempre con vosotros»? ¿Diez, veinte, cincuenta? Tantas como se vieron, llamaron y escribieron para discutir la evolución del procedimiento. Y, como indica la gavilla de mensajes de móvil que, a modo de simple muestra reproducimos hoy, eso ocurrió antes y después de que Bárcenas dejara formalmente sus cargos, antes y después de que Rajoy llegara a La Moncloa, antes y después de que apareciera el dinero en Suiza.

Es imprescindible sumergirse en ese mundo cerrado del marianismo para darse cuenta de por qué Bárcenas no entiende que haya seguido el mismo camino de Correa hasta Soto del Real. Él no era un outsider sino parte del núcleo duro de la dirección del partido. El PP se ocupaba de su defensa y Rajoy había prometido protegerle frente a los enemigos exteriores e interiores. «¡Están locos! ¿Cómo pueden actuar así, cuando saben lo que yo sé?», estalló en un momento de nuestras cuatro horas de charla.

Ya escribí el domingo que así como todo lo que me contó sobre la financiación ilegal del PP me pareció muy verosímil, por su coincidencia con lo que ya conocíamos por otras vías, su insistencia en que el dinero de Suiza es suyo y nada tiene que ver con el partido sólo suscitó en mí un «reiterado escepticismo». Pero curiosamente es en lo único en lo que la versión de Bárcenas coincide con la de Génova y Moncloa: esa fortuna oculta es fruto de una actividad privada al margen de su posición orgánica. Como si al término de su jornada laboral hubiera acudido durante años a otra oficina para desarrollar criminales manejos.

El problema es que sobre las actividades ilícitas de Bárcenas sólo caben dos hipótesis: o fueron ajenas a la política, en cuyo caso estaríamos hablando de uno más de los cientos, o más bien miles, de evasores fiscales que esconden su dinero fuera –y nadie ha estado nunca en prisión provisional sólo por eso– o, como indica la imputación por cohecho, están vinculadas con la corrupción de cargos públicos. Y en este segundo escenario, que es el real, resulta imposible disociar a la persona de Bárcenas de la posición que ocupaba en el partido de Rajoy. Porque ni su tarjeta de visita era cualquiera, ni trataba con ministros del PSOE, con consejeros de IU o con concejales de UPyD.

Si además existe una contabilidad B en soporte documental, el círculo se cierra en la misma zona oscura de los casos Filesa o Palau: una parte para el partido, otra para los operadores de la trama. De ahí la trascendencia de ese original arrancado de un cuaderno que entregué el lunes en la Audiencia. Según el fiscal Romeral –flemático cruce entre José Bódalo y Gene Hackman– todo el mundo lo había buscado «con ahínco durante meses». Ese papel era como la estatuilla de El halcón maltés. Había pasado por varias manos y con distintos propósitos. Yo no podía hacer otra cosa que ponerlo a disposición de la Justicia… y de los lectores. Lo escribí el día que nació este periódico: «EL MUNDO jamás utilizará la información como elemento de trueque u objeto de compraventa en el turbio mercado de los favores políticos y económicos». Veinticuatro años después nadie podrá reprocharnos no haber cumplido este sagrado precepto.

«¿Actúa usted por inquina hacia Rajoy?», me preguntó una colega al salir de declarar. «Sí, por la misma inquina que hacia González cuando publicamos las pruebas sobre los GAL, con la misma inquina que hacia Aznar cuando publicamos los documentos de Gescartera y las 100 razones contra la Guerra de Irak o con la misma inquina que hacia Zapatero cuando publicamos las actas de la negociación con ETA». Hemos oído ya tantas veces la cantinela de la «conspiración» que casi me sentiría extraño si no se reprodujera esta vez. Y como uno de sus ingredientes va a ser la decisión de Gómez de Liaño y de Márquez de Prado de aceptar la defensa de Bárcenas y su esposa, anticiparé, para que no quepa ningún equívoco, que si bien he conocido a personas honradas, y he conocido a personas inteligentes, y he conocido a personas idealistas y he conocido a personas valientes, sólo María Dolores, Javier y muy pocos más reúnen estos cuatro atributos a la vez. No me extraña que su paso al frente del jueves por la tarde fuera la puntilla de una jornada aciaga para los tenebrosos emisarios del poder que siguen intentando in extremis mantener cerrada la boca del ex tesorero.

El primer acto del drama se desarrolló por la mañana en una habitación sin ventanas de seis metros por cuatro de la Audiencia Nacional, con un mobiliario tan inadecuado como para que la mesa del secretario judicial requiriera la calza de un cartón, y con unas condiciones de salubridad tales que un abogado que sudaba la gota malaya pidió cambiarse de sitio con una colega que se helaba de frío bajo el chorro del aire acondicionado. Quince partes procesales dirimieron allí, como cuestión previa, la petición de aplazamiento de mi declaración, presentada de repente por los abogados Bajo y Trallero, que habían renunciado a defender a Bárcenas porque era al PP al que servían. En realidad la declaración que de rebote trataban de aplazar, con el pretexto de su indefensión, era la de mañana del propio Bárcenas para ganar tiempo en pro de la componenda. Yo sólo aporté el temario, pero muchas cosas empezarán a cambiar en España si él pasa mañana el examen.

El privilegio de asistir a ese debate me permitió comprobar que en el río del procedimiento hay peligrosos cocodrilos con toga sirviendo a intereses opuestos de los que dicen representar; pero también pude darme cuenta de que el juez Ruz y el fiscal Romeral se sienten tan prisioneros de su deber como yo del mío. La serenidad y el lúcido aplomo con que zanjaron esa cuestión previa reavivó mi fe en la Justicia: uno y otro eran conscientes de que la «celeridad» se había convertido en requisito indispensable para la búsqueda de la verdad. Y eso que ignoraban que, casi al mismo tiempo, Bárcenas y sus allegados escuchaban cantos de sirena de sedicentes emisarios gubernamentales: el uno ofrecía la cabeza de Gallardón, el otro una pena mínima y la protección del 25% de lo descubierto fuera. Cuando la respuesta fue algo así como: «Hemos vivido cinco años instalados en la mentira y ahora hemos tomado un camino irreversible y si hemos hecho algo mal, pagaremos por ello», entonces las cañas se trocaron en ciegas y amenazantes lanzas, con todo el poder intimidatorio del Estado en la embestida.

O mucho me equivoco o estos últimos actos mafiosos van a terminar de convencer a Bárcenas de lo que debe hacer dentro de 24 horas. Puede que haya vulnerado la ley pero desde luego no es un alfeñique. Adversarum ímpetus rerum viri fortis non vertit animum, que decía Séneca. De hecho, a esa misma fortaleza era a la que apelaba el 18 de enero de este 2013 –sí, sí, hace menos de seis meses– el presidente del Gobierno cuando, plenamente consciente de lo que se había descubierto en Suiza, le pedía un nuevo servicio al partido, a la causa, a la familia, al espíritu de aquella cena en el jardín de la casa de Pozuelo, en forma de clamorosa mentira: «Luis… sé fuerte». O sea, niega que recibiéramos dinero en bolsas, niega que ayudáramos a los donantes, niega que repartiéramos sobresueldos, niégalo todo que «te llamaré mañana».

Éste es el trasfondo del patético derrape del habitualmente atildado portavoz parlamentario del PP cuando acusó a todos los demás grupos de la Cámara de «apadrinar a un delincuente». En esta triste película, ¿quién ha sido el Padrino? Bien, ya he escrito la palabra. Alfonso Alonso debería haberse dado cuenta de que lo que el jardín de Ana Mato ha unido no lo puede separar el hombre. Nada lo explica mejor que una de las más famosas canciones del gran Luis Mariano, suma de tantos contrarios: «Quand on est deux amis/ et que toujours unis/ sur le même chemin/ On va main dans la main… Dans les plus mauvais jours/ comme dans les beaux jours… On est toujours d’accord/ à la vie à la mort». No dejen de escucharla en Orbyt.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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