La derecha manejaba bien la economía. La izquierda, y la centroizquierda, administraban el despilfarro. Éste era el lugar común. Pero, por un lado, la crisis internacional mostró que los mercados, sin regulación, se convertían en casinos. Por otro, Gobiernos como el de Lula han sido, como lo ha reconocido Alan Beattie, el editor económico internacional del Financial Times, «un ejemplo exitoso de socialdemocracia en América Latina».
Cuando Lula llegó al poder en 2002, los mercados estaban en pánico y castigaban cualquier inversión en Brasil. El Fondo Monetario Internacional había prestado 30.000 millones de dólares para tratar de calmar ese desorden. Lula hizo lo que no se esperaba: decidió un superávit fiscal del 4,25%, mucho más de lo que el FMI reclamaba.
Desde entonces, su Gobierno ha mezclado ortodoxia fiscal, apertura global, crecimiento como consecuencia, pero todo eso acompañado de programas igualmente exitosos contra la pobreza como Hambre Cero y Bolsa Familia. Así, ocho años después, Brasil es parte de los BRICs y un jugador político global -a veces controversialmente como en su actuación en Irán- que está aquí para quedarse.
En 1942, Stefan Zweig, refugiado en Petrópolis, donde se suicidaría muy poco después, publicó un librito famoso: Brasil, país del futuro. Los malvados dijeron que efectivamente era el país do futuro… y siempre lo sería, por su mala administración. Lula lo ha convertido ya en uno de los actores globales del presente.
En parte, hay que reconocerlo, lo ha hecho sobre el trabajo previo del Gobierno de Cardoso. Con todo, creo que no es del todo injusto decir que, a diferencia de Cardoso, carioca de nacimiento pero expresión de la elite paulista más afrancesada, que miró un poco por encima del hombro a sus vecinos latinoamericanos (salvo para promover los intereses brasileños en IIRSA), Lula ha cultivado más horizontalmente la región.
Falta saber, todavía, cómo Brasil manejará su nueva riqueza petrolera y gasífera. ¿Vivirá una réplica de la enfermedad holandesa (cuando los descubrimientos del mar del Norte ahogaron la economía de Holanda), o seguirá el exitoso modelo de Noruega? En cualquier caso, Lula y el PT son ya históricos en Brasil.
El sistema moderno de partidos brasileños procede en el fondo de Getulio Vargas. Desde la caída de Pedro II y el Imperio hasta Vargas, hubo la Repúlica Velha, la república vieja. Vargas la reemplazó en 1930 con su Estado Novo, que duró hasta 1945. Al renunciar a la presidencia, dejó no uno, sino dos partidos, que están en el origen de muchas formaciones políticas brasileñas: el PSD, el partido de los tenentistas, que agrupaba más bien a sus burócratas, y del que salió Juscelino Kubitschek; y el partido trabalhista, que agrupaba a su base más popular, del que surgió más tarde Jango Goulart. En 1956 Kubitschek reunió las dos formaciones cuando le propuso a Goulart que fuera su vicepresidente.
El PT de Lula ha sido una creación igualmente ingeniosa: sindicalistas, ex guerrilleros, profesionales de clase media, teólogos de la liberación, entre muchos componentes. Pero no se le entendería sin su conexión profunda con Sao Paulo. De alguna manera, Lula es la expresión alternativa del establishment paulista.
El Brasil moderno procede de Kubitschek, acaso el más grande presidente latinoamericano de todos los tiempos, cuando ofreció, y casi cumplió, «hacer 50 años en cinco». Lula ha continuado la estela de Kubitschek, la de los presidentes activistas. Ambos introdujeron en la política un talante radicalmente optimista, que conectó con esa voracidad de futuro de la historia brasileña.
Lula deja un formidable modelo para los socialdemócratas latinoamericanos. Al mismo tiempo, sirve como un extraño imán para gente que viene de tradiciones originalmente distintas: en él pueden reconocerse ex marxistas y cristianos progresistas. Los sondeos sugieren que el 3 de octubre Dilma Rouseff ganará las elecciones sin necesidad de una segunda vuelta y sucederá a Lula, quien la eligió como candidata del PT, al frente del Gobierno brasileño. Su gran reto no será otro que seguir la impronta de Lula, cuya experiencia ha servido como un modelo enormemente inspirador.
Alfredo Barnechea, periodista y analista político peruano.