Luz contra el nacional populismo

¿Cómo debemos enfrentarnos a las ideas que consideramos peligrosas? En particular, ¿de qué manera debemos combatir la ola de nacional populismo que amenaza a Occidente? Un suceso reciente nos ilumina sobre estas preguntas que tanta ansiedad despiertan. La revista New Yorker había invitado a Steve Bannon, el más notorio ideólogo populista del momento, a su famoso ciclo de conferencias. Cuando se supo que el director de la revista -David Remnick, uno de los más prestigiosos periodistas del mundo- iba a entrevistar a Bannon ocurrió algo que era previsible. La indignación se condensó en las redes sociales y se convirtió en un tumulto general que obligó a Remnick -después de consultarlo con su redacción- a retirar la invitación al fundador de Breitbart News y a dar explicaciones por escrito.

Pero lo más interesante sucedió después. Se daba la circunstancia de que otra prestigiosísima revista, The Economist, también había cursado una petición a Bannon para que acudiera a un evento similar. En este caso, la revista tomó la decisión contraria: decidió, a pesar del ruido y la furia, mantener la invitación. Lo diré ya: el Economist hizo lo correcto, el New Yorker se equivocó. Los argumentos contra la presencia de Bannon no eran los correctos: se hablaba de que así se «normalizaba» el fanatismo y la radicalidad. Es un argumento sorprendente cuando Donald Trump ganó las elecciones y gobierna EEUU. El extremismo ya está entre nosotros, es tan inútil tratar de normalizarlo como ocultarlo. La reacción, en la que participaron conocidas figuras sociales de todos los ámbitos, fue equivocada y es a la vez muy reveladora. En EEUU (y temo que también en Europa) ha cundido el hábito de cerrar los ojos y los oídos cuando una idea nos ofende. La obsesión por las políticas identitarias ha terminado por convertir el debate público en una charla de iguales que se dan la razón mutuamente. El efecto de la cámara de eco no nació con las redes, por mucho que éstas lo hayan potenciado.

Los populistas saben muy bien cómo explotar esta debilidad. Hace tiempo que se han apropiado indebidamente de la palabra libertad y la devalúan a cada momento. No se le cae de la boca a Marine Le Pen y hasta el partido de Geert Wilders la lleva en su nombre. Recordemos que hace tiempo que Steve Bannon opera en Europa para formar una gran alianza nacionalista contra la UE de cara a las elecciones de mayo de 2019. Resulta preocupante que la ultraderecha europea esté organizándose antes y mejor que quienes defendemos el proyecto europeísta. No sólo nos roban el lenguaje, también se anticipan a nuestros movimientos.

Esta ofensiva apadrinada por el ex asesor de Donald Trump tiene, sin embargo, un efecto secundario insospechado: por primera vez podríamos estar ante unos comicios verdaderamente europeos. Hasta ahora, las elecciones a la Eurocámara no habían pasado de excusa para ventilar los asuntos nacionales, una especie de macroencuesta para tomar el pulso político a los países. En todo el continente -y en especial en España- los debates eran puramente locales. Aunque nunca hay que subestimar nuestra capacidad para aislarnos de la realidad global, confío en que esto cambie en las elecciones del año que viene. La victoria de Trump, el Brexit, la cuestión migratoria... todo lo que toca el nacional populismo se convierte en una prioridad europea. Es triste ir a remolque, pero más triste será no afrontar los hechos. Es nuestra obligación convertir las crisis en oportunidades para reformar la Unión y convertirla en lo que exigen los tiempos actuales.

Si ellos se unen, nosotros también deberíamos. No pido una gran coalición entre conservadores moderados, liberales y socialdemócratas (entre otras cosas porque no me gusta pedir imposibles), pero sí una conciencia compartida del momento en el que estamos, un cierto pacto de no agresión, un regreso a los valores fundacionales y un horizonte común. Si no para otra cosa, el nacionalismo populista, con su xenofobia y su autoritarismo, debería servirnos para recordarnos lo que nos une.

Contamos con un precedente que nos ilustra sobre cómo actuar: la victoria de Emmanuel Macron en Francia. Cierto que parece vivir horas bajas en su presidencia, pero esto se debe a cuestiones internas, no a la forma en que ganó. Por primera vez, un líder supo convertir Europa en un motivo para la ilusión, para la confianza. Logró que no fuera una lejana realidad institucional, sino algo a lo que sumarse, y lo hizo en tiempo récord. Recordemos que antes de su fulgurante ascenso electoral, los comicios se presentaban muy feos: Marine Le Pen se presentaba con un discurso abiertamente eurófobo y el que parecía su único rival, François Fillon, la combatía con un acomplejado mensaje nacional. La sorpresa no fue tanto que ganara como la forma en que lo hizo.

El precedente de Macron y el incidente con Bannon nos permiten responder a la pregunta sobre cómo afrontar la batalla: como el Economist y no como el New Yorker, es decir, en campo abierto. Las democracias liberales no se construyeron para solucionar todos los conflictos ni para soslayarlos, sino para gestionarlos de una forma eficaz, pacífica y de acuerdo con la razón. Se inspiran en la creencia ilustrada de que las ideas pueden ser libremente discutidas. Hubo una época en que las ideas liberales y democráticas estaban prohibidas. Hombres y mujeres lucharon por la libertad de expresión. Aquellas ideas se abrieron camino y conformaron las sociedades en las que vivimos. ¿Y todo para que ahora seamos nosotros los que prohibimos las ideas de otros? Estamos dando argumentos a los oscurantistas.

Pero es que, además, aunque Bannon, Orbán o Salvini no tengan razón, lo que sí tienen es votantes que, a su vez, tienen sus razones para votar nacionalista. ¿No nos interesa saber cuáles son esas razones? ¿No queremos comprender lo que les preocupa? Debería ser una prioridad ganar esos votos para el europeísmo liberal. No será fácil encontrar la manera, pero sí lo es identificar cómo fracasaremos: ignorando sus preocupaciones y excluyendo a sus representantes. Tras su veto en el evento del New Yorker, Bannon se apresuró a sacar partido mostrándose como la víctima de un progresismo hipócrita, cobarde y deshonesto. Ha ganado puntos con los suyos.

Necesitamos que periodistas sagaces entrevisten a Bannon a la vista de todos, necesitamos que sus ideas (equivocadas) y sus afirmaciones (muchas de ellas, falsas) sean comparadas con los hechos, con la verdad. Necesitamos saber exactamente a qué nos enfrentamos y prepararnos para la batalla. Necesitamos conservar el optimismo -intrínsecamente liberal- que nos hace confiar en que la razón termina por imponerse. Necesitamos, en resumen, más luz.

Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE).

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