Macri triunfó, ¿ahora qué?

El presidente argentino Mauricio Macri, la primera dama Juliana Awada y su hija Antonia celebran junto con la vicepresidenta Gabriela Michetli, a la derecha, el triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativas del 22 de octubre de 2017. Credit Marcos Brindicci/Reuters
El presidente argentino Mauricio Macri, la primera dama Juliana Awada y su hija Antonia celebran junto con la vicepresidenta Gabriela Michetli, a la derecha, el triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativas del 22 de octubre de 2017. Credit Marcos Brindicci/Reuters

Cambiemos, la coalición de centroderecha del presidente Mauricio Macri, ganó en las elecciones legislativas del domingo en 13 de las 24 provincias argentinas recibiendo más del 40 por ciento de los votos a nivel nacional. Al imponerse como primera minoría electoral demostró que podía mejorar su desempeño respecto a las primarias abiertas de agosto, cuando obtuvo el 36 por ciento, y a la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2015 cuando Macri fue elegido con 34 por ciento de los votos.

Macri ha sido el primer presidente de centroderecha en legitimarse democráticamente en Argentina, y también podría ser el primer presidente no peronista que termine su mandato desde 1928.

Raul Alfonsín y Fernando de la Rúa, los dos presidentes radicales elegidos desde la transición democrática de 1983, no pudieron hacerlo. Más aún: este triunfo electoral podría tener un efecto significativo en la forma de la política argentina de las últimas tres décadas y reconfigurar el sistema de partidos que entró en crisis con el colapso nacional del radicalismo en 2001. Este cambio podría traer políticas públicas más estables en un país que liberalizó drásticamente su economía en los noventa, privatizando recursos naturales, pensiones y servicios públicos solo para renacionalizarlos y volver al proteccionismo y las restricciones a las exportaciones en la siguiente década.

El éxito electoral de Cambiemos y su capacidad de gobernar se apoyan tanto en una sensibilidad política guiada por una estrategia de ajuste gradual (solo posible gracias al acceso al crédito internacional) como en la fragmentación del peronismo. La continuación de ambos factores será crucial para el futuro de la coalición y la perdurabilidad de las reformas económicas que logre sacar adelante.

El peronismo, que ha sido el principal partido político desde 1946, fue derrotado por primera vez en elecciones democráticas por Alfonsín en 1983. En las elecciones legislativas de 1985, el radicalismo repitió su proeza ganando en 21 de las 24 provincias y recibiendo más del 43 por ciento de los votos frente a un peronismo dividido. En ese momento, dos facciones se disputaban el partido de Perón: los dirigentes tradicionales, que lo habían conducido a la derrota, y los ‘renovadores’, que lo modernizaron y lograron la victoria dos años después.

En 2017, Cambiemos también se impuso a un peronismo fragmentado. Esta vez hay al menos dos fracciones: una liderada por la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner y otra que congrega a los gobernadores peronistas. Junto a ellas, hay una alianza encabezada por un exministro de Fernández de Kirchner y formaciones políticas provinciales que incluyen peronistas. Los dirigentes que buscaban modernizar al peronismo perdieron el domingo en sus propios distritos electorales mientras que Cristina Fernández, electa como senadora por la minoría, recibió casi 3 millones y medio de votos pese a perder la elección en la provincia de Buenos Aires, donde vive el 40 por ciento de la población argentina.

La victoria electoral de Macri fue contundente pese a que los resultados económicos aún no lo han sido y le otorga un espaldarazo para los próximos dos años de gestión. La división del peronismo —que recuerda a la de la oposición cuando el kirchnerismo tenía el poder— fue clave para su éxito. Y, con el peso electoral que mantuvo Fernández de Kirchner y el debilitamiento de otros dirigentes, el peronismo tendrá muchas dificultades para reunificarse de cara a las elecciones presidenciales de 2019. Esa debilidad favorece a Macri.

Al mismo tiempo, la polarización generada por la expresidenta le permitió a Cambiemos presentarse como alternativa al kirchnerismo aun estando en el poder, pese a que tradicionalmente las elecciones argentinas operaban como un plebiscito a la gestión económica de la coalición gobernante. Gracias a ello, Cambiemos salió de la zona central del país que le dio su apoyo en 2015 y se transformó en un movimiento de alcance nacional.

Los resultados están a la vista: su exiguo bloque legislativo creció a 107 de los 257 diputados y 24 de los 72 senadores con lo que podrá llegar al quorum con tan solo 21 diputados o 13 senadores de alguna de las fracciones del peronismo y con el antecedente de haber logrado coaliciones legislativas en circunstancias más adversas, debido a las necesidades financieras de los gobernadores de ese partido.

Cambiemos representa la alternativa del voto no populista en Argentina. Se ha construido como opción nacional utilizando los recursos estatales y absorbiendo en su organización tanto a políticos radicales como peronistas. El éxito electoral, sin embargo, no garantiza la gobernabilidad ni representa una organización política duradera que redefina el sistema de partidos. El optimismo y la lealtad que ha caracterizado a los votantes de Cambiemos puede erosionarse a causa de un eventual deterioro económico. Es por ello que las decisiones que adopte en esta coyuntura son cruciales.

El día después de la elección, los mercados y los empresarios apurados por enterrar al populismo, reaccionaron eufóricamente. En su conferencia de prensa, Macri prometió un ‘reformismo permanente’ basado en un gran pacto nacional pero también enfatizó la necesidad de atender a los sectores vulnerables, cuidar el empleo y reducir gradualmente el déficit fiscal.

Si bien el gradualismo inicial del gobierno parecía nacido de las necesidades impuestas por su debilidad legislativa, el presidente sorprendió a muchos al resistir los llamados a la aceleración del ajuste y prestar atención no solamente a la economía sino también a la política después de su victoria.

Pese a un pasado populista y estatista, el peronismo adoptó dramáticas reformas a favor del mercado en los noventa durante la presidencia de Carlos Menem. Cuando los Kirchner tomaron el poder, revirtieron esas políticas volviendo al populismo económico y la expansión del Estado.

La emergencia de una opción no peronista que gane elecciones y pueda gobernar nos permite pensar una política más gradual y menos cíclica para la Argentina de los años venideros. Pero para garantizar la gobernabilidad de su gestión y la viabilidad electoral de una reelección en el 2019, serán cruciales para el presidente tanto sus logros económicos como la prudencia en el ritmo de las políticas públicas.

Cambiemos ha sabido oír a los votantes. Continuar esa senda será clave para implementar políticas públicas que perduren en el tiempo y acaben con los vaivenes que caracterizaron a la política argentina reciente.

María Victoria Murillo es profesora de Ciencia Política en la Universidad de Columbia y autora de Sindicatos, Coaliciones Partidarias y Reformas de Mercado en América Latina.

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