Macron y Barnier

Decía Cervantes que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno, y lo mismo se puede decir del manifiesto a los ciudadanos europeos que, con la firma del presidente de Francia, apareció recientemente en la prensa.

El manifiesto es tan malo que cuesta trabajo creer que lo ha escrito quien lo firma, el señor Macron, que era el político de moda en Europa.

La parte buena que contiene el texto es una propuesta de «organizar una conferencia para Europa que pueda proponer todos los cambios que sean necesarios… sin siquiera revisar los tratados...».

La sugerencia es oportuna pero insuficiente. Si lo que se pretende es un «renacimiento» de Europa, como reza el título, Europa primero tendrá que nacer políticamente, cosa que no ha llegado a ocurrir por culpa de los franceses que, en 2005, junto a los holandeses, abortaron con su «no» la Constitución Europea que sus propios Parlamentos nacionales habían votado favorablemente. Igual que en Gran Bretaña, en el referéndum del Brexit, donde el pueblo ha dicho que «no» y el Parlamento que sí.

El pueblo no siempre acierta y la democracia directa no es necesariamente la mejor de las democracias.

Hoy lo que hay que convocar no es una simple «Conferencia para Europa», sino una verdadera «Convención» de todos los países miembros, incluido el Reino Unido, al estilo de la Convención Constituyente que se reunió en Filadelfia en 1787 y de la cual surgieron los EE.UU. de América en su versión federal que hoy conocemos.

Esta propuesta mía exige volver a la senda constitucional frustrada en 2005 y exige modificar el Tratado de Lisboa para avanzar definitivamente en la consecución de esa Europa unida de la que mucho se habla y poco se hace. Esa Europa de estructura federal y con un poder ejecutivo encabezado por un presidente elegido directamente por los ciudadanos.

En esa Convención no hay que temer a los euroescépticos, hay que escucharlos, persuadirlos y vencerlos, y, en el improbable caso de que triunfen ellos, reconocer la derrota, regresar a los Estados Nacionales sin perder más tiempo escurriendo el bulto frente a la pura y dura realidad.

Veo claro que no podemos continuar como estamos en un eterno tejer y destejer. Haciendo una cosa y la contraria. Diciendo en el Manifiesto que «hay que colaborar con la OTAN» cuando hace una mes el propio Macron proponía a Merkel crear un ejército europeo para no depender de la OTAN.

Rusia, EE.UU., China, India y Brasil funcionan bajo el principio de unidad de mando, y frente a ellos Europa no puede prevalecer en un mundo osmótico y globalizado como el actual, con su estructura dividida en 28 estados y llega siempre tarde y mal a todos los sitios por carecer de alguien que pueda decir «Europa primero», y haga frente a los pequeños egoísmos nacionales, regionales y locales.

Ese alguien no puede ser Macron porque ya ha mostrado su fragilidad en los últimos conflictos, y ahora con este documento, que pretendió ser un gran Manifiesto y no pasa de un modesto protocolo de buenas intenciones sin pulso, sin poesía, y sin «êlan vital» que dicen los franceses.

Decía Margaret Thatcher que los alemanes en el poder se temen a sí mismos y que por eso rehúyen asumir el mando en Europa.

No cabe esperar, por tanto, que sea desde Alemania desde donde surja el liderazgo que aquí se sugiere. Y tampoco parece lógico que surja de la Europa periférica en la que nosotros nos encontramos.

Lo lógico es volver a la tierra de Jean Monet, su primer impulsor, en busca de la persona que asuma el liderazgo de este llamamiento, como ya se hizo con Giscard D’Estaing en la Convención de Laeken, y esta persona, que podría haber sido Macron, ha mostrado sus insuficiencias.

Ofrece mucha más tranquilidad y garantía Michel Barnier, que en la negociación del Brexit ha logrado hacernos respetar a todos los europeos, y ha vuelto a acercar la isla al continente y que se planteen un segundo referéndum o con unas elecciones plebiscitarias que conduzcan al no abandono.

Barnier ha encarnado la seriedad, el rigor y la elegancia política en la dificilísima misión desplegada frente a la temible diplomacia británica, tarea en la que ha conseguido superar la maestría del indiscutido Talleyrand frente al Lord Castlereagh del Congreso de Viena en 1815.

En fin, Barnier sería un espléndido candidato para primer presidente de los Estados Unidos de Europa. Y ésta sí sería la Europa ilusionante en la que como alcaloide de todos los estados nacionales comenzarían a tener solución los problemas de Escocía, Ulster, Lombardía, Baviera, Cataluña...

Antonio Hernández Mancha es abogado del Estado y expresidente de Alianza Popular.

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