Madrid, a urna abierta

Cierta opinión periodística (amén del gracejo de costumbre en las redes sociales) ha querido ver en lo ocurrido desde el pasado 10 de marzo una versión española del ejemplo con el que el meteorólogo Edward Lorenz hizo célebre la teoría del caos en 1972.

En esta ocasión, el aleteo de una mariposa en Murcia habría provocado una tormenta en Madrid. La realidad, como entonces intuíamos y ahora sabemos, es que en ambas regiones había en marcha una operación simultánea de viraje de un partido político contra su principal socio, recurriendo a la alianza con socialistas y sus compañeros de viaje.

También sabemos que fue el temple de Isabel Díaz Ayuso, anticipándose a la encerrona, el que consiguió poner de nuevo las cartas sobre la mesa madrileña.

Posibilidad que sanchistas y errejonistas trataron de bloquear con una maniobra políticamente burda y jurídicamente inviable. Una artimaña que acumuló tiempo de antena como si fuera posible engañar masivamente al público, haciendo que el antes y el después se convirtieran en conceptos discutidos y discutibles.

Mientras algunos concluíamos nuestras reuniones correspondientes sabedores de la disolución de la Cámara, se sucedía una carrera al trote para presentar mociones no contra la presidenta, sino contra la prerrogativa presidencial de la convocatoria electoral.

Un esperpento legal que no hubiera tenido más recorrido de no ser por la participación de la Mesa de la Asamblea, convocada contra todo su procedimiento normal para dar cuerpo de trámite a lo que era un bluf de asamblea universitaria.

La consigna era clara. No querían elecciones. Los madrileños tenían que asistir impasibles a la quiebra del contrato no ya de Ciudadanos con el Partido Popular, sino con sus propios votantes.

Porque de eso se trata cuando un partido dizque liberal (y con auténticos liberales en sus filas) se conjura para destruir un gobierno que es la muestra más evidente de que procurar mayores espacios de libertad y autonomía para sus administrados es una fórmula de éxito.

Se debía silenciar a esa mayoría de madrileños que viene apostando, elección tras elección, por una región en la que la baja fiscalidad y el dinamismo han generado crecimiento y empleo incluso en momentos de profunda crisis.

A quienes prefieren elegir cada día dentro de la amplia oferta educativa de Madrid el tipo de centro que quieren para sus hijos. O qué especialista de una sanidad pública excelente quieren que les atienda.

En suma, una izquierda siempre pronta a hablar de democracia iba a utilizar la traición de un partido a su propio nombre para evitar que los madrileños reafirmaran su confianza en el modelo de la libertad frente al infierno fiscal y el adoctrinamiento, y su deriva en una sociedad empobrecida y dependiente de la subvención.

Tras el lógico y esperable jarro de agua fría procurado por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, quienes habían maniobrado contra la convocatoria electoral del 4 de mayo han cambiado de registro para empezar una campaña que se prevé intensa en efectismo, pero que plantea una dicotomía sencilla para quienes miran más allá del espectáculo.

Seguir apostando por el modelo de crecimiento basado en la confianza en los madrileños, o aventurarnos por un camino de dirigismo, descrédito y propaganda paternalista como el vivido durante los cuatro años perdidos de la administración de Manuela Carmena en la capital.

Porque esa es la alternativa, vista la oferta que se le presenta a Madrid en estas elecciones que la izquierda no quería.

Además, la irrupción de Pablo Iglesias en un Vallecas que ya le es ajeno lo deja aún más claro. Y aunque tenga que ver en buena medida con un enfrentamiento personal con su antiguo compadre, y que a nadie importa más que a ellos, que un vicepresidente del Gobierno baje a encabezar la candidatura del grupo político más pequeño de la Asamblea (y al que las encuestas ni siquiera daban hasta hace pocos días representación parlamentaria) anticipa que su objetivo real es liderar un bloque de izquierdas contra Isabel Díaz Ayuso.

A esa alianza se sumarán socialistas y errejonistas (vamos a ver transferencia de voto entre los que un día fueron una sola marca) y quién sabe si Ciudadanos, visto que con sus últimas decisiones está a un paso de encarnar la extrema nada (como les definió en feliz expresión hace apenas unos años uno de los que ahora se disputa su liderazgo).

Acaso lo peor de la llamada nueva política es que acaba por encarnar las mentiras que propalaba de los políticos del bipartidismo. Iglesias es casta, ya no puede ser gente. Sobre todo, si no le gusta que voten. Su populismo está al descubierto. Tanto, que puede que en unas semanas entienda que la popularidad es algo muy distinto. No se puede pedir confianza a quien se desprecia.

Enfrente está Isabel Díaz Ayuso. Y su apuesta por la libertad, que no es un eslogan de laboratorio. Es, sencillamente, el producto de su confianza en Madrid. Un Madrid en el que cree y al que quiere.

El 4 de mayo, a urna abierta, veremos si se cumple ese aforismo de Baltasar Gracián en El Héroe que reza que “el más poderoso hechizo para ser amado es amar”.

Un servidor piensa que así será.

Diego Sanjuanbenito es diputado del PP en la Asamblea de Madrid.

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